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  • Juramento hipocrático

«Juro por Apolo, médico, por Esculapio, Higía y Panacea, y pongo por testigos a todos los dioses y diosas, de que he de observar el siguiente juramento, que me obligo a cumplir en cuanto ofrezco, poniendo en tal empeño todas mis fuerzas y mi inteligencia.» Así comienza el famoso Juramento hipocrático que desde hace siglos juran los médicos al terminar sus estudios y que, últimamente, en algunas universidades, como la Universidad de Barcelona, juran también los farmacéuticos. Un texto muy actual, que obliga a la confidencialidad y al respeto de la dignidad del paciente, y al mismo tiempo muy antiguo, al hacer referencia a dioses muertos. 

¿Por qué los médicos griegos y romanos juraban, se comprometían ante Apolo, Asclepio (el dios romano Esculapio), Hygea (la diosa de la higiene y de la farmacia) y Panacea (la curalotodo que sanaba con plantas)? Los dioses paganos eran muy promiscuos, celosos y vengativos. Apolo, médico y músico, hijo de Zeus, no tenía reparos en embarazar a cuantas mortales se le pusiesen a tiro. Atraído por Corónide, se disfrazó de cisne y la preñó. Los dioses solían recurrir al disfraz para seducir a las mortales que, de otra forma, se les hubieran resistido. Leda es embarazada por Zeus, quien adopta la forma de un cisne, Daphne es penetrada por Zeus en forma de lluvia de oro, y en la simbología cristiana María es embarazada por el Espíritu Santo sin dejar de ser virgen.

Corónide también era algo promiscua, y mantuvo relaciones con Isquis, de modo que cuando Apolo se enteró, enfurecido, hizo lo que muchos: maldecir y castigar al cuervo mensajero a ser negro y no blanco. No contento con ello, mató a Corónide y le sacó el niño del vientre, el futuro Asclepio, que entregó al centauro Quirón, que lo instruyó, entre otras cosas, en el arte de la medicina, y Asclepio se convirtió en el dios de la medicina: conocedor de las plantas medicinales, domador de serpientes (a las que arrebataba su veneno para convertirlo en medicamento), y sanador en sueños en los que se aparecía a los enfermos y los curaba. Sin embargo, Asclepio se excedió en sus poderes y empezó a resucitar a los muertos. Cuando Zeus se dio cuenta de que se entrometía en el ciclo de la vida y de la muerte, también se enfureció. Zeus lo fulminó con un rayo y Asclepio ascendió al cielo. Su descendencia era toda ella sanadora: Yaso (la curación), Hygea (cuya copa a la que se anuda una serpiente es el símbolo más conocido de la farmacia), Egle (brillo sanador, resplendor salutífero, luz que cura y purifica) y Aceso (sanador).

Apolo era también el padre de otro dios, Jano, hijo de Creus y de Apolo, el insigne padre de Asclepio. Jano tenía dos caras, una miraba al futuro, otra al pasado. Es un dios ambivalente, señor de los cambios y de los caminos, un dios al parecer de origen etrusco, para quienes era la divinidad solar máxima, un dios al que más tarde se consideró fundador del comercio y del dinero, compitiendo en estas habilidades con Mercurio, otro insigne caminante y traficante. Jano era protector de los partos, pues se consideraba que, cuando los recién nacidos iniciaban su camino, atravesaban las puertas de la vida, como más tarde las de la muerte, y por tanto invocaban el poder del dios de las dos caras. Jano muestra que todo tiene doble cara, que la verdad no es igual para todos. Uno de los mejores cuadros de Jean Léon Gerôme (1824-1904) es La Verdad saliendo del pozo armada con su azote para castigar a la Humanidad (1896). La verdad, demudada, con el rostro desencajado, blande un azote y deslumbra con su blanca desnudez. Su expresión crispada y airada, justiciera y vengativa, no anticipa nada bueno. Otro lienzo, La verdad del pozo, de Edouard Bedat-Ponsan (1847-1913), muestra a la verdad, para variar semidesnuda, saliendo de un pozo y blandiendo un espejo, el espejo donde se refleja la verdad. Dos hombres intentan impedírselo, uno de ellos enmascarado. El final se intuye: el espejo caerá roto y la verdad será devuelta al pozo.

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