Esta tertulia es un elogio desmedido y merecido, válida contradicción, a nuestro colega y sin embargo amigo Javier Puerto Sarmiento, catedrático de Historia de la Farmacia, cuya excelencia historiográfica y novelística, otra paradoja, ahora nos abruma y alegra con una biografía tan total como para merecer la cuasi inauguración de la colección de biografías promovida por la Real Academia de la Historia, de la cual es miembro numerario.
Un libro que quizá llegue a ser la piedra angular de su bibliografía y que en contraste con otros títulos o subtítulos «literarios» es de una sobriedad absoluta, de ráfagas como el hombre en llamas, el hijo del centauro, la fuerza de Fierabrás, o el mismo «el domador de tormentas» referido al mismo personaje, por el problema no dilucidado de su tiempo histórico, pasa a escuetamente nominarse Ciencia y Política. José Giral Pereira, y entre paréntesis sus fechas límite (Santiago de Cuba, 1879-México D.F., 1962), farmacéutico, científico y político, es una de las figuras más relevantes para el devenir de la Segunda República y, sin embargo, más olvidadas por la ciudadanía en general y sus colegas en particular, a pesar de ser ministro en el bienio progresista y culminar su deber aceptando la presidencia del Gobierno en el exilio, ahí ya a pesar de las decepciones, la edad, el cansancio moral y los problemas económicos. Dice el profesor Puerto: «Como es un ensayo histórico biográfico alejado de la hagiografía y de los bandos ahora mismo en contienda intelectual por la interpretación de la guerra civil, no encontrarán en ella a buenos y malos, simplemente hechos analizados con la mayor imparcialidad posible. Tampoco encontrarán las cuentas entre quienes quieren hacer balanza de la maldad en uno y otro bando porque, a mi leal entender, la ignominia nunca puede ser cuantificable». Leídas sus 911 páginas, no sin sobresaltos sólo espaciales, ratifico la intención del autor. Para los farmacéuticos sí resulta familiar el capítulo referido a la existencia de rebotica en su farmacia de la calle Atocha de Madrid, tertulia que terminaría de proyectar a Azaña a la política, aunque no tanto, quizá nada, su actividad investigadora, su cátedra de química en la facultad de la ahora Complutense y no digamos sus trabajos vinculados a la salinidad y otros aspectos de la mar océana. Cuando fue nombrado ministro de Marina tuvo que soportar interminables chistes y chacotas referidas a que si un boticario ocupaba tal cargo sería por su experiencia con los botes, nadie se refirió a su destacado papel en la sección de química del Instituto Español de Oceanografía; si ahora queda en evidencia sería un pobre chiste decir que gracias a un Puerto. Estamos ante una monumental y encomiable obra en la que las vicisitudes de guerra civil y exilio republicano se han tratado de forma exhaustiva, impecable e implacable, como nunca (que uno sepa) se había hecho. Abrumado ante tamaño esfuerzo, de nuevo cedo la palabra al autor: «Si no pudiera verse, tal y como están hoy las cosas, desde una perspectiva simplemente historiográfica, me gustaría que el texto sirviera como recuerdo de quien no fue recordado y su lectura como un peldaño más hacia una profunda e íntima reconciliación nacional, una aportación a la constante lucha por la libertad y la tolerancia entre personas e ideas complejas y divergentes, con lo cual, me atrevo a aseverar, estaría absolutamente conforme Don José Giral Pereira». Unámonos a tal deseo.