Utilicemos el cine como metáfora o parábola. La película más censurada del mundo, Freaks, de Tod Browning, de 1932 y que no se estrenó hasta el 60, transformada en casi un cortometraje. En España en 1970, en la Semana del Cine Fantástico de Sitges, con el título de La parada de los monstruos.
La película va de inmigrantes, intrusos y monstruos (friquis) cuya visibilidad en un circo, genial acierto, es un negocio para el empresario y un salario para ellos. Una película costumbrista que por su propia naturaleza se transforma en una de terror difícil de soportar. El circo no era entonces un agradable ejercicio de malabarismo sino auténtico teatro de la crueldad, el éxito del espectáculo era el aberrante espectáculo de lo aberrante, no de monstruos surgidos de la imaginación humana como Nosferatu, King Kong o el de Frankestein, sino surgidos por parto de mujer y sobre los que en consecuencia no se puede ejercer predestinación. El pregonero así lo anuncia: «Están a punto de ver a verdaderos monstruos que viven y respiran como nosotros». Y en el film su presencia resulta insoportable cuando se sabe que los intérpretes son personas con defectos reales y no actores «normales» sometidos a algún truco de maquillaje o efecto especial. Sin truco la truculencia es absoluta. Un elenco de mutilados, fenilcetonúricos, enanos, mujer barbuda, hombre elefante, torso que se mueve con agusanada destreza, niño arrastrándose sobre sus muñones, desmembrados y deformes en general, con el código de honor de los tres (o sea cuatro) mosqueteros de Dumas: «uno para todos y todos a una». De esto sabía mucho Tod Browning, no en vano había dirigido antes Drácula y trabajado en el circo haciendo de muerto viviente y hombre bala. Es una historia de amor traicionado, melodrama que se disuelve en el horror mucho más allá de cualquier culebrón venezolano. El Enano se enamora de la bella trapecista Cleopatra, rechazando a Frida, su igual en estatura y demostrando así que el amor es ciego. La boda con la bella volatinera es de una tensión memorable, pues ella está enamorada del forzudo Hércules, también bello y de tamaño normal, y ambos se han puesto de acuerdo en la farsa para robarle sus ahorros al Enano con la neutral postura del Director. El neutral como cómplice, otro acierto. La promesa nupcial es perjura, los monstruos lo presienten pero sin pruebas deciden aceptar a la funambulista como una de los suyos hasta que, consumada la traición, deciden vengarse. Venganza compensatoria de una ofensa personal que se desliza como un torrente hacia la rebelión social saltándose el orden establecido. No sólo los guapos son los malos y los feos los buenos, sino que los feos pueden rebelarse contra el mal y abatirle. Se están vengando con furia incontenible de tanta perversidad, humillación y maltratos, vengándose de una vida vicaria que les ha sido dada sin su consentimiento y de la que sólo pueden librarse constituyéndose en grupo. Saben que su marcha de vientres serpenteantes, muñones vermiformes, uñas como garras y bocas blasfemas es incontenible. Premonición aterradora para el beautiful people, en la pantalla y en el patio de butacas. Los guapos no siempre ganan. El outsider de Lovecraft está aquí, el Hombre Invisible se visualiza pero Cleopatra sabe que ningún espejo volverá ya a reflejar su pasada belleza: ¡qué cicatrices tan horribles! No es de extrañar que la gente guapa censurara la profecía. Llegará un día en que ocurra puesto que todo lo inevitable, si no se evita a tiempo, termina por suceder.