Un libro serio, ciertamente curioso, que, para poder ser impreso y publicado, necesitó la concesión de licencia del doctor Ponciano de Arciniega, presbítero, vicario eclesiástico de la Villa de Madrid, en la que aseguraba que no contenía «ninguna cosa contraria al dogma católico y sana moral».
Lo primero que llama mi atención es una curiosa definición de matrimonio: «El matrimonio es el egoísmo a dúo». A partir de ese momento, mi asombro va en aumento porque leo que los casados viven más que los solteros, y que la vida intelectual y moral está mucho más desarrollada y es más completa en el hombre casado. Asimismo, se afirma que las enfermedades graves son menos frecuentes en los casados, y no sólo eso, al parecer el matrimonio también preserva del suicidio.
El hombre es ardiente, altivo, robusto, velludo, osado, pródigo y dominador. La mujer es más sensible, sus sentidos son más delicados y finos. Predominan en ella las facultades afectivas, así como en el hombre las intelectuales, pero las mujeres no han creado ninguna religión, ni compuesto ningún poema épico, ni hecho grandes descubrimientos. Su destino es fundar las delicias y el amor de la familia. Se llega a decir que, para evitar partos que pongan en peligro la vida de la madre o del feto, o de ambos, debe prohibirse el matrimonio a toda mujer cuya pelvis no tenga cuatro pulgadas en el diámetro antero-posterior del estrecho abdominal, para evitar problemas.
Sin embargo, esas afirmaciones tan curiosas se quedan en nada comparadas con las que se plantean en el capítulo «La Esterilidad». Según el autor, las causas de la esterilidad en el hombre pudieran ser las pasiones del ánimo, las pesadumbres, los disgustos, los dolores morales fuertemente sentidos, la imaginación y el amor platónico o la erotomanía.
En la mujer, el histerismo, la ninfomanía, la mucha vivacidad mental y el cultivo exagerado de las facultades intelectuales. También los braseros o estufillas que se ponen debajo de los pies en invierno pueden tener algo que ver.
Pero que no cunda el pánico, porque el autor tiene remedio para la esterilidad, ya sea de hombre o de mujer. Es una fórmula infalible:
• Manteca dulce: 1.500 g.
• Yemas de álamo: 500 g.
• Belladona verde: 128 g.
• Beleño verde: 128 g.
• Estramonio verde: 128 g.
• Hojas verdes de adormidera: 128 g.
• Yerba mora verde: 128 g.
Se hacen fricciones con esta pomada, aplicándola con una franela desde el colodrillo (cogote) y a lo largo del espinazo.
Parece un ungüento mágico propio de santería, es el conocido como «Bálsamo tranquilo» del padre Aignan, empleado por éste para combatir neuralgias, calmar y tranquilizar.
Si nada de esto surte efecto, hay una solución para todo y el autor emplea su último cartucho: «A veces, con gran sorpresa de los interesados y con admiración de los fisiólogos, una enfermedad puede ser el remedio de la esterilidad. Una mujer, después de 17 años deseando concebir un hijo sin lograrlo, fue madre de varios hijos tras una grave dolencia que la llevó al borde del sepulcro». Quien no se consuela es porque no quiere.
Pedro Felipe Monlau y Roca, nacido en Barcelona, fue un reputado médico higienista, filósofo, escritor y periodista. Ingresó en 1859 en la RAE, siendo académico de número. A él se debe la difusión de la doctrina higiénica.