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Rothko es la máxima figura del expresionismo abstracto. Concebía su obra como una forma de expresar las angustias y la tragedia de la vida. Fue tanta la tensión experimentada para realizar su obra al margen de toda frivolidad, que terminó suicidándose, enfermo y hastiado de los engaños de galeristas e inversores.

Hay muchos Rothko diseminados por los principales museos del mundo, aunque él no era partidario de que los museos o galerías expusiesen obras aisladas suyas, o que compartiesen su espacio en los museos con cuadros de otros autores. En su opinión, se perdía así la experiencia única de contemplar una serie de sus cuadros, diseñados específicamente para conformar un espacio donde pudiesen ser contemplados separados del resto de salas y pintores. En parte, sus preferencias y deseos se han cumplido, y hay, que yo sepa, cuatro espacios Rothko en el mundo, salas donde solo se exponen sus cuadros; además, algunas de esas obras son o forman parte de una serie concebida para ser contemplada en su unidad. El ejemplo más representativo es la sala Rothko de la Houston Chapel, un escenario para la contemplación religiosa, un templo laico en el que pueden meditar fieles de todas las religiones o personas simplemente interesadas por la dimensión espiritual. Un verdadero templo, una capilla no deformada por iglesia ni dogma alguno, un lugar donde pensar y sentir con entera libertad, donde adquirir una dimensión espiritual. Son una serie de obras monocromas, entre el negro y el gris oscuro, que configuran un espacio único y que hace honor a las intenciones de Rothko, quien quedó totalmente agotado, exhausto, tras concluir el encargo. Y allí siguen los murales, ajenos a las modas, los museos, las inversiones y los coleccionistas; pintura pura, liberada de todo compromiso con la industria y las modas. No en vano el inversor sin escrúpulos protagonista de Cosmópolis, la novela de Don DeLillo trasladada a la pantalla por Cronenberg, planea adquirir los murales de Rothko de la Houston Chapel para apoderarse de uno de los últimos reductos inaccesibles a la avidez económica.
En Washington, The Phillips Collection alberga varias obras de Rothko, de su época más policromada, con sus característicos colores encendidos e incendiados. Es una sala pequeña, y las obras no fueron concebidas para configurar un espacio propio, como en la Houston Chapel. Otros dos museos albergan espacios Rothko, en ambos casos mixtos: contienen una serie de murales con una evidente unidad, pero tampoco fueron diseñados específicamente para ese espacio, sino adaptados posteriormente a él. Son los murales granates de la colección Seagram, pintados por encargo para el restaurante Four Seasons de Nueva York. Por necesidades económicas, Rothko aceptó y cobró un adelanto, pero recapacitó y estaba tan horrorizado de que sus cuadros fuesen el adorno de un restaurante de lujo que recuperó los murales y devolvió el adelanto, liberando a su obra de ser un elemento decorativo de un restaurante donde cenasen las personas que él más detestaba, los especuladores y millonarios. Siete de esos murales se exponen en la Sala Rothko, en Chiba-Ken, Japón, en el Kawamura Memorial Museum of Art. Otros nueve fueron donados por Rohtko a la Tate londinense, con la condición de que se expusiesen al lado de la sala dedicada a Turner. Así fue, hasta que, al inaugurar la Tate Modern, fueron trasladados al nuevo recinto, quedando la antigua Tate solo para mostrar la obra de los artistas británicos. En la Tate Modern brillan, deslumbrantes, esos murales granates, en la Sala Mark Rothko, liberados de la humillación de servir de decorado en un restaurante frecuentado por turistas millonarios. Allí el arte alcanza su máxima expresión: ser un lenguaje, como el religioso o el científico, que dialoga de tú a tú con el hombre, sus enigmas, sus deseos, anhelos, miserias e ilusiones. Son espacios liberados que forman parte de la República Independiente del Arte: espacios Rothko.

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