Escalafones

Son tiempos estos en que todo se califica y se evalúa según el lugar que se llega a ocupar en una hipotética clasificación de brillantez o torpeza. Todo se compara para formar criterio, con independencia de la verdadera dimensión del hecho que se valora.

El debate abierto por el veterano tenista galo Yannick Noah y al que se ha sumado, entre otros, Bernard Hinault, atribuye los abundantes éxitos del deporte español a una supuesta poción mágica que guardamos en nuestros arcanos más secretos o, más probablemente, a la permisividad con el dopaje de nuestras autoridades deportivas y sanitarias.

Con independencia de la mala suerte francesa, país con el que nos hemos tenido que confrontar victoriosamente en casi todas las disciplinas deportivas, los ejemplos de nuestras máximas figuras en este campo no dejan lugar a dudas. Se trata de una generación de jóvenes entusiastas, sin tacha ni borrón alguno, que han basado su éxito en el trabajo, el esfuerzo personal y una disciplina sin límites que ahora rinden sus espectaculares resultados. España, país definido durante siglos como individualista e insolidario, gana en deportes por equipos con una naturalidad que hace décadas hubiera parecido milagrosa: fútbol, baloncesto, balonmano, la Davis en tenis; gentes como los Gasol, Nadal, Iniesta o los Xavis balompédicos son una muestra de una juventud responsable, bien formada y dispuesta. Simple y llanamente.

Lo que pasa, para quien no nos conoce bien a pesar de la vecindad, es que España es un país de contrastes. Tendemos al extremo absoluto. O somos los mejores o somos los peores.

Ahí van algunos datos. Entre los negativos, el índice de desempleo más alto del mundo occidental, el gasto desbocado en múltiples administraciones públicas, el reincidente informe Pisa sobre educación que nos sitúa en los últimos lugares del interés por la ciencia, la comprensión lectora o la interpretación matemática entre las naciones que integran la OCDE. En el terreno sanitario nuestro gasto público en medicamentos está muy por encima de la media, pero los farmacéuticos aseguramos que con este consumo se tapan muchas goteras del sistema y el contribuyente no aprecia en su justa medida esta prestación que entiende como un derecho casi gratuito.

Pero Noah, Hinault y demás herederos de Panoramix –que sí usaba trampas farmacológicas para vencer al poderoso enemigo– no tienen razón y ahí están los escalafones internacionales del compromiso social para demostrarlo. España se encarama a los primeros puestos de la solidaridad. Somos el primer país del mundo en número de trasplantes por habitante; también somos los primeros en acudir a situaciones de emergencia y sea cual sea el rincón del mundo donde se produzca la catástrofe... En incendios, tsunamis, terremotos, huracanes... se sabe que podrán contar con nuestros especialistas.

Pero que no se preocupen estos famosetes tan dolidos. Las malas rachas pasan y también las buenas...

Nosotros, que comíamos con equilibrio y variedad basados en la rica dieta mediterránea, hemos pasado en pocos lustros a encabezar la lamentable clasificación de los índices de obesidad infantil. ¡Ni siquiera Noah y sus seguidores lo podrían haber vaticinado!

No todas las tablas comparativas son útiles; como tampoco las apariencias son siempre acertadas. Por ejemplo, sería lógico que todos pensáramos que Obelix era el único dopado de la tribu ¡Craso error! Lo que pasó, en realidad, es que Obelix nació al sur de los Pirineos, engordó de chiquitito sin mesura y nunca pudo probar el jarabe estimulante del druida.

Por eso, era el único que pasaba el control antidoping sin problemas y también naturalmente... el mejor guerrero; imbatible y con un record de victorias envidiado y envidiable.

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