El viaje

Les tengo que confesar una cosa: soy un gran amante de los sueños. Tengo la teoría (y ya aprovecho para patentarla) de que no es capaz de soñar dormido el que no sabe hacerlo despierto. Resulta que el Erasmus se parece un poco a un sueño. Pasa por nosotros sin saber muy bien cómo, y al final quedan una serie de recuerdos casi siempre buenos que rememoramos y contamos una y otra vez. La única diferencia con los sueños de verdad es esa extraña condición espacio-temporal de los sueños (y que tanto me gusta también) gracias a la cual tan pronto estás con una gente en un lugar como pasas a otro distinto sin comerlo ni beberlo. El Erasmus se parece a un sueño, pero no es igual, de manera que las condiciones espacio-temporales se mantienen, pues no deja de ser un sueño que se vive despierto, así que que para llegar al sueño van a tener que elegir un medio de transporte. Entiendo que para muchos imaginarse el comienzo del Erasmus es ver a sus padres en la terminal quitándoles las legañas por última vez, pero vengo a defender y a explicar a esta tribuna las otras vías que tienen para llegar a sus destinos, y lo haré usando algunos ejemplos que me gustan. Descarten el zepelín, el globo y alguna antigualla más, y quédense con lo esencial: el tren, el coche y el avión.

 

El tren

Es posible que esto del tren les suene a muchos de ustedes a algo que está ya desfasado, pero, por ejemplo, los destinos del sur de Francia son muy accesibles en tren, sobre todo si viajan ustedes desde Barcelona o alguna otra ciudad del norte, e incluso desde Madrid, que cuenta con una línea prácticamente directa con algunos destinos de Francia desde la estación de Chamartín. Un claro ejemplo sería la ciudad francesa de Limoges, situada a unos quinientos kilómetros de la frontera con España. Durante muchos siglos la ciudad vivió fundamentalmente de su archiconocida porcelana, pero los cambios en la sociedad y en la industria la empujaron a un proceso de modernización, dentro del cual el proyecto más destacado fue su universidad, fundada en 1968. La ciudad tiene alrededor de 180.000 habitantes, de los que unos 17.000 son estudiantes (en torno al 10%). Cuenta con un centro histórico bellísimo, donde destacan la Catedral de San Estaban (que tardó casi 600 años en construirse) y el Mercado Central, cuyo diseño fue encargado a Gustave Eiffel (sí, el de la torre de París). Pese a ser una ciudad con poca tradición universitaria, al contrario de otras ciudades de las que les he hablado en ocasiones anteriores, hay que decir que según estudios del INSEE (el Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos francés) Limoges es la primera ciudad francesa en cuanto a alojamiento (nos interesa), calidad y precios (nos interesa aún más), la segunda en calidad de vida (no nos viene mal) y la tercera en cuanto a la buena acogida de sus habitantes (nos viene que ni pintado). Pero no quiero mentirles: aunque Limoges tiene aeropuerto, los vuelos no son tan baratos como los que se ofertan para las grandes ciudades. Además, ya saben ustedes que el tren no implica esa obligatoria e infernal espera que le imponen a uno cuando viaja en avión. Tú llegas a la estación cinco minutos antes con tus cosas y te subes al tren tan tranquilamente. Por último, a los boticarios que salgan desde Santiago de Compostela les diré que Limoges para ellos no tiene pérdida, que sigan el Camino, pues la ciudad francesa forma parte de la vía Lemovicensis (de ahí su nombre: parte de Vézelay y pasa por Lemovicum, es decir, Limoges).

 

El coche

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, voy a seguir hablándoles de Santiago de Compostela. A tan sólo 193 kilómetros al sur del final del Camino de Santiago, encontramos la ciudad portuguesa de Oporto. Es la segunda ciudad más grande de Portugal, su área metropolitana tiene más de un millón y medio de habitantes y está considerada la capital del norte portugués. Su eterna lucha con la capital, Lisboa, por ser el motor económico del país la ha convertido en la sede de muchas de las principales empresas portuguesas. Históricamente su riqueza se basó en las materias obtenidas en el valle del Duero, que baña la ciudad, pero su verdadero impulso económico se produjo con la comercialización del vino que lleva su nombre. El centro histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y destaca por los numerosos puentes que cruzan el Duero y que datan de distintas épocas (por cierto, el artífice de la torre Eiffel también diseñó uno de ellos, el Maria Pia). Oporto posee además la universidad más antigua de Portugal. Aparte de explicarles que si nos vamos de Erasmus a Portugal lo podemos hacer en coche, cosa que creo que tienen claro, aunque desde Madrid y Barcelona existan vuelos con esa compañía de bajo coste de cuyo nombre no quiero acordarme, me gustaría también romper una lanza a favor de nuestros vecinos. Existen bastantes prejuicios respecto al irse de Erasmus a Portugal: que si el país está muy cerca, que si el portugués no sirve para nada, que si sus universidades no tienen prestigio. Pues olviden todo eso: es mentira. Bueno, sí, está muy cerca, sobre todo de facultades como la de Santiago de Compostela o la de Salamanca (250 kilómetros), pero lo importante de este viaje no es lo lejos que estés de casa, sino lo que aprendes a recorrer, y eso no se mide en kilómetros. Además, las instituciones portuguesas son mucho más exigentes que otras vecinas nuestras, y exigen a los estudiantes Erasmus lo mismo que a uno local. Y qué decir del portugués. Hablar idiomas siempre suma, y el portugués es el quinto idioma más hablado del mundo, sólo por detrás del inglés (que, si no lo hablan ya, al menos lo entienden), el español (que manejan), el chino y el hindú. Además, un mercado muy importante en el futuro, el que ofrece Brasil, dentro de los años que les quedan para acabar la carrera será ya una realidad. Así que no lo duden: cojan su coche, afinen su portuñol y rumbo a Oporto.

 

El avión

Pese a todo el bombo que voy a intentar darle a otros medios de transporte, una gran mayoría de ustedes elegirá el avión para llegar a su universidad de acogida. En primer lugar, es el medio más rápido, y eso se valora mucho entre el gran público, sobre todo si sus sueños, o sea su Erasmus, va a tener lugar muy lejos de su casa. Viajar siempre cansa, pero más aún cuando hay que tirarse largas horas conduciendo o sintiendo el incómodo traqueteo de las vías del tren. Pero el avión tiene también algunas desventajas. En primer lugar las esperas, siempre largas y tediosas en esos fríos y mastodónticos edificios que son los aeropuertos. Además, existen limitaciones en el equipaje, que varían según la compañía. No es menos cierto que durante los últimos años, coincidiendo con el crecimiento del programa Erasmus, se ha producido un incremento en los servicio de mensajería que mandan paquetes al extranjero a precios competitivos (que les metan siempre jamón en esos paquetes, háganme caso). Por último, les aconsejo que valoren que no a todos los destinos se llega con igual facilidad. No todo son Romas y Parises a los que se llega por cuatro duros desde cualquier punto de España. Hay ciudades mal comunicadas, o simplemente sin vuelo directo desde aquí. Estúdienlo bien, que igual es el adusto ferrocarril el que les salva en más de una ocasión.

¿Han decidido ya? ¿Saben cómo llegar hasta su sueño? Se da la paradoja de que el final de ese viaje es el principio de uno mucho más largo y agradable. Y ahora sí: ya pueden (y lo harán) empezar a disfrutar de su sueño. No se preocupen, que esta vez no va a poder despertarles nadie.