Así tituló el escritor Castro y Serrano a finales del siglo XIX un artículo sobre el Ateneo de Madrid en el cual se retrataba la situación, entonces humilde, de dicha sociedad. Se refería a la sede de Montera 22, lejos todavía del esplendor que vendría después.
En noviembre de 2017, se conmemoró el 30 aniversario de la Sección de Farmacia del Ateneo de Madrid (1987-2017), un proyecto que cristalizó gracias al entusiasmo de unos farmacéuticos interesados en difundir las ciencias, las artes y las letras, convencidos de que el Ateneo es la escuela libre del pensamiento donde se incuban y vierten ideas. Se habían hecho esperar.
La sede del Ateneo madrileño cambió de ubicación en numerosas ocasiones. Una de sus sedes, en la calle Montera 22, era un caserón destartalado, con galerías y salones de aspecto humilde y divanes viejos pero cómodos, un lugar muy visitado por grandes escritores que allí leían, escribían y pensaban. El propio Castro y Serrano manifestaba que esos salones eran un gimnasio de la palabra, un tiro de la idea y un palenque de juicios de los hombres.
El viejo caserón dio paso a otras sedes, hasta llegar a un magnífico edificio propio –se acabaron los alquileres– llamado desde su inauguración «palacio ateneísta», situado en la calle del Prado. Oradores eminentes de palabra reposada o de arranques titánicos y teorías novedosas ya habían fallecido, pero surgían otros como Pedro Mata, médico filósofo que con su oratoria y su ciencia conseguía retener el interés del auditorio. O como Miguel Sánchez, el sacerdote polemista con una dialéctica inflexible sembrada de causticidad, Echegaray y tantos otros que seguirían dando lustre al Ateneo.
La sede de la calle del Prado fue inaugurada en enero de 1884 con una recepción brillantísima, donde los invitados lucieron sus mejores galas, y una sesión inaugural soporífera. La víspera, Cánovas fue a Palacio para invitar a S.M. Alfonso XII y a la real familia a la inauguración.
Con el envío de invitaciones ya hubo sus más y sus menos. Al parecer, Antonio Cánovas del Castillo, presidente del Consejo de Ministros y presidente también del Ateneo, reservó para sus amigos y familiares la mayoría de ellas. Habría más amigos que socios. La cita era a las nueve de la noche, pero dos horas antes el Salón de Actos ya estaba repleto. Para colmo, los miembros de la familia real llegaron con retraso.
Comienza el acto, toma la palabra Cánovas, que si bien destacaba como político y escritor, no se distinguía por su oratoria. Las elegantes damas se disponen a escuchar la Memoria de Cánovas con buena voluntad. A la media hora, estaban bostezando y abanicándose para soportar el calor. El discurso duró casi dos horas, así que los sufridos invitados sólo se animaron cuando escucharon el ansiado... «y para terminar...». El rey estuvo más comedido y sólo se dirigió a los asistentes durante diez minutos.
Seguidamente, todos pasearon por los diferentes salones y galerías, deteniéndose en la mejor pieza del Ateneo: la biblioteca, con sus 20.000 volúmenes, 42 pupitres y las escaleras en dos ángulos que dan acceso a los balconcillos del segundo y tercer pisos. Admiraron la decoración de las diferentes salas realizada por el prestigioso decorador y escenógrafo Sr. Guerrero, padre de la actriz María Guerrero. En todas las dependencias del edificio, el sistema de alumbrado y la calefacción estaban sujetos a los adelantos más recientes. Como colofón, se sirvió un bufé de Lardhy.
Cánovas fue muy criticado durante su presidencia en el Ateneo. Había sido elegido por unanimidad, sin distinción de colores, por sus mismos adversarios políticos y por creer todos ellos que sería incapaz de imponer sus criterios. No fue así, y con él se acabó la armonía hasta entonces existente.