Durante unas semanas pensé que se trataba de alguna moda esotérica o alguna superstición estúpida, hasta que alguien, no recuerdo quién, me contó que era un método para evitar que los perros se mearan en esa zona con las consiguientes molestias que eso representaba. No me he preocupado por saber si el método se basa en algún principio con base científica o es una estupidez como muchas otras. Lo único cierto es que la estética es deplorable.
Marcar el territorio a base de chorritos de orina es un método bastante habitual entre los animales, especialmente entre los mamíferos. Los perros lo utilizan con una soltura especial. Es admirable la agilidad y rapidez con la que mueven la articulación de la cadera para dejar claro que ellos han estado allí.
Las personas, no olvidemos que también somos mamíferos, hemos evolucionado lo suficiente, nos hemos sofisticado, dirían los que añoran los orígenes, y no utilizamos este método que evidentemente representaría una incomodidad grande en muchos sentidos. Sin embargo, aunque hayamos elevado mucho nuestro grado de sofisticación, de civilización dirían los optimistas, conservamos intacto el instinto de marcar el territorio.
Demasiado a menudo actuamos simplemente como los mamíferos que somos, ya sea de forma individual o colectiva. Las profesiones sanitarias, uno de los colectivos supuestamente más civilizados de nuestra especie, deberían hacer un esfuerzo para superar esa tendencia ancestral que las empuja a querer blindar sus competencias (marcar territorio) cuando lo civilizado sería tener una visión abierta y buscar caminos de colaboración interprofesional que mejoraran la atención al paciente.