Los mecanismos de la memoria son misteriosos. Los poetas y los neurólogos, cada uno a su manera, han dedicado y continuarán dedicando muchos estudios y poemas a intentar desentrañarlos, al menos en eso confían mi alma y mi cuerpo. Aun así, diseñar instrumentos que permitieran que la labor diaria que se realiza en las farmacias no quedara sólo registrada en el agradecimiento del paciente debería ser mucho más sencillo que todo eso, que tan intrincado parece. Incluso ese recuerdo –de inestimable valor para el farmacéutico que esté motivado por la labor asistencial–, también ése, inexorablemente, se diluirá.
Registrar datos de salud, útiles para un seguimiento más eficaz y preciso del proceso asistencial del paciente, es un objetivo al que las farmacias deberían dedicar esfuerzos y recursos. Probablemente, lograrlo es más fácil que escribir un buen poema, uno de esos que te llegan al alma, pero eso no es óbice para que no deba diseñarse y realizarse con las condiciones necesarias para que no quede en simples palabras bonitas, como esas de las rimas más o menos ocurrentes.
Independientemente de las múltiples cuestiones técnicas, legales y económicas que deben contemplarse para tener éxito en la aventura, es primordial que las farmacias, todas o algunas, definan con claridad no sólo si tienen la voluntad real de coordinarse con el Sistema Nacional de Salud, sino también el grado en que están dispuestas a hacerlo. Iniciar esa senda inexplorada requiere un esfuerzo importante de acercamiento de dos culturas que hablan idiomas distintos, aunque tengan la misma raíz.
Este acercamiento implica, para las farmacias, algo que no están acostumbradas a hacer, como es tomar conciencia de que, sin menoscabo de su individualidad, también son piezas de un engranaje, lo que requiere aceptar directrices y disciplina para que funcione. Por su parte, el Sistema Nacional de Salud debe considerar a las farmacias como algo más que un mero proveedor externo. Sin esas premisas claramente asumidas, ya nos podemos olvidar.