La gran mayoría de las profesiones son mucho más complejas en su práctica diaria de lo que su definición teórica pueda hacernos creer. Un juez de línea, por ejemplo, precisa mirar más allá de una línea para hacer bien su trabajo. En especial para señalar correctamente los fueras de juego, una regla muy útil y eficaz, pero, debido a su complejidad, difícil de llevar a la práctica. Implica a varios individuos moviéndose simultáneamente y, a su vez, a un balón que no para de rodar. Por eso, los integrantes de la defensa necesitan estar muy compenetrados y moverse como si fueran uno solo. Un despiste de uno de los miembros del equipo, aunque sea por un único segundo, puede dar al traste con todo el trabajo del resto de los compañeros y propiciar una buena ocasión al rival.
Una cosa similar ocurre con la farmacia comunitaria, cuya fuerza reside en la unidad, en su capilaridad, en la pertenencia a un sistema muy bien pensado y estructurado. En la naturaleza, los bancos de peces, las manadas de ñus, cebras o gacelas... se agrupan y se mueven como uno sola unidad para salvar los peligros externos que les acechan.
Pero en la actualidad lo que parece estar en boga es el diferenciarse de la competencia. ¿Competencia? Deberíamos ser una piña, un equipo que ofrece servicio a los ciudadanos, cada uno desde su lugar, apoyándose como colectivo.
Es muy bonito dar de comer al león que está en la jaula del zoo, ver saltar a la orca en la gran piscina del oceanográfico, acercarse a las pirañas o ver pasar por encima del espectacular tubo a los tiburones del acuario. ¿Quién se cree que sería lo mismo en mitad de la sabana, del océano o flotando en el Amazonas? Entonces las reglas del juego cambiarían radicalmente. Seríamos sin duda presa fácil para ese león, para aquella orca o para las pirañas o los tiburones. Más allá de la protección de las regulaciones, si se rompiesen las rejas y las medidas de seguridad existentes (que protegen tanto al paciente como la independencia y viabilidad de nuestra profesión, gracias a criterios sanitarios y no económicos, como debe ser en un campo tan vital para la vida del ser humano y de nuestra sociedad como es el de la salud), las grandes cadenas aplastarían sin compasión el fantástico modelo mediterráneo del que disfrutamos. De hecho, ya están ahí agazapadas, tratando de romper el fuera de juego.
«Imposible –contestarán algunos negando con la cabeza–. Somos profesionales y eso nos hace fuertes. Sobrevivirán los más preparados.»
Pero miremos a nuestro alrededor, dentro del propio mundo de la salud. Hacia los dentistas, por ejemplo, con esas clínicas que proliferan con precios inasequibles para cualquier profesional independiente. Y ojo, que contratan a profesionales con un título oficial. Por eso, pienso que es más sensato practicar bien la técnica del fuera de juego, unidos todos los compañeros en torno a los colegios profesionales, al Consejo General, a nuestras cooperativas... En definitiva, en torno a nuestra profesión, defendiendo nuestro modelo mediterráneo de farmacia.
Parafraseando a Steve Jobs, es la manera más segura y sensata de que en cada farmacia se siga trabajando por los valores de una profesión que vive por y para el paciente. Porque, de no ser así, alguien nos contratará para que trabajemos por sus propios valores. Y entonces puede que, al descubrirlos, no nos gusten tanto como los nuestros. Y llegado ese momento, cuando el juez de línea no levante la bandera señalando el fuera de juego y veamos el balón entrando en la portería, tal vez ya sea tarde.