Antonio Capmany Montpalau nació en Barcelona en 1742. En 1770 publicó su obra maestra en cuatro volúmenes, Historia del comercio y las artes de la antigua Barcelona. En Madrid, fue elegido miembro de la Real Academia de la Historia en 1776, y fue secretario perpetuo desde 1790.
El año 1808 marca los inicios de la Guerra de la Independencia y la puesta en escena de la obra de Capmany El Centinela contra los franceses, en la que su autor reflejaba esta contienda como una cruzada santa, considerando ateísmo y herejía todas las influencias de Napoleón y de Francia. Dirigió la Gaceta de la Regencia de España e Indias, que veía la luz periódicamente en Cádiz. Fue el autor de un Informe presentado a la Comisión de Cortes sobre la necesidad en que se hallaba la Monarquía de una Constitución, que se publicó en 1809. Fue elegido diputado por el Principado de Cataluña en el aula capitular de la ciudad de Tarragona, según la Instrucción del primero de enero, con fecha de 25 de febrero de 1810, otorgándosele su poder ese mismo día, y jurando su cargo en las Cortes de la Isla de León el 24 de septiembre de 1810, donde se mostraría partidario de la abolición de la Inquisición. Propició que en las plazas más destacadas de todos los pueblos de España figurara una lápida que conmemorara la promulgación de la Constitución. En noviembre, se acordó el traslado de las Cortes Isleñas a la Iglesia de San Felipe Neri de Cádiz, y fue Antonio Capmany quien, el 16 de octubre, propuso el nombramiento de una Comisión Médica que proporcionara el estado sanitario de Cádiz. A partir del 3 de noviembre, como consecuencia de la propagación de la epidemia de fiebre amarilla en la bahía gaditana, y a partir de la lista de muertos del Informe de la Junta de Seguridad, se hacía más apremiante el traslado de las Cortes a Cádiz. El diputado ecuatoriano José Mejía Lequerica alaba el patriotismo de los gaditanos y defiende la postura de que Las Cortes tengan su sede en Cádiz, ya que las bombas no suponían ningún riesgo y eran recibidas de forma burlesca. Mejía, que era un eminente médico, negó rotundamente que la ciudad de Cádiz estuviera asolada por el vómito negro, aunque tres años después, por ironías del destino, y a raíz de una inspección voluntaria en el puerto de Cádiz de unos barcos procedentes del continente americano, se infectara y muriera como consecuencia de la enfermedad. Capmany, durante su estancia en Cádiz, se hospedó en la Calle de la Amargura, número 186, en una casa propiedad de Domingo Agrillente, hasta que murió en la ciudad el 15 de noviembre de 1813, víctima de la epidemia. ¡La Fiebre del Trece también se llevó a este liberal moderado que fue don Antonio Capmany! Fue enterrado, y en su lápida se leía: Sus obras literarias y sus esfuerzos por la independencia y gloria de la Nación perpetuarán su memoria. En 1854, sus restos mortales fueron trasladados a Barcelona, y el Ayuntamiento solicitó que pasaran a descansar a un futuro panteón de catalanes Ilustres.