El desnudo, desnudado

EF484 TERTULIA

Durante la Edad Media, la representación del cuerpo humano desnudo se limita a escenas religiosas: los martirios de los santos, el cuerpo de Jesucristo doliente en la cruz, los padecimientos del infierno, muchas veces con morbosa delectación. En cuanto al cuerpo femenino como reclamo erótico, está ausente, desaparecido. La época no se permite la floración de Venus que ilumina el Renacimiento y abre la puerta al desnudo femenino. 

El Renacimiento permite el cuerpo desnudo de la mujer de manos de la mitología. Botticelli, Giorgione y sobre todo Tiziano recurren a ella para pintar desnudos frontales en los que el cuerpo femenino aparece idealizado, dotado de una belleza negada a las mortales. Las proporciones son perfectas y exquisitas, basadas en Vitruvio y Leonardo, y los lienzos se pueblan de hermosas mujeres, algunas en pose lánguida y abandonada, algo inimaginable en épocas anteriores. Aquellas mujeres desnudas y hermosísimas no son en realidad mujeres, sino diosas o semidiosas, observadas o poseídas por Zeus o Marte. El desnudo real de la mujer cotidiana, de carne y hueso, necesariamente imperfecta, ha de esperar a tiempos posteriores, en los que el desnudo ya no precisa de excusa alguna y se convierte en uno de los temas preferidos por los pintores, por muchas razones: representar la belleza, vender fácilmente sus lienzos, acceder a las modelos que inmortalizan en sus cuadros. Quizás el academicista Jean León Gérôme sea el mejor ejemplo de esas motivaciones, astutamente administradas.

En ausencia de Internet, televisión, cine y fotografía, la pintura es el único medio de que disponen los hombres para deleitarse con la representación del cuerpo femenino desnudo, el único medio ofrecido a los espectadores masculinos para que alimenten sus fantasías. Los prerrafaelistas llevan a la culminación la representación del cuerpo femenino, vestido o desnudo, rodeado de flores y plantas acuáticas, adornado con todo tipo de motivos florales: la mujer flor, un tema recurrente de la pintura occidental.

Velázquez pinta su incitante Venus del espejo, de espaldas, con el rostro desdibujado en un espejo, una Venus que sabiamente insinúa más de lo que muestra. Goya acomete en La Maja desnuda un difícil desnudo frontal, en el que se inspirará Manet en su Olimpia, pero quien rompe con todo lo establecido es Courbet en El origen del mundo, que contraviene todos los convencionalismos que hacían permisible el desnudo femenino frontal. Es un desnudo limitado al tronco del cuerpo, sin cabeza, brutalmente expuesto como un tratado de ginecología: el erotismo ha sido sustituido por la pornografía. Tan incorrecto era el cuadro que no se expuso jamás y se mantuvo oculto, en poder de sus distintos propietarios, hasta que pudo exponerse en el Orsay parisino, donde todavía sorprende a quienes lo contemplan.

El desnudo, como la pintura, se desnudan. Las sutilezas eróticas y mitológicas de Tiziano son reemplazadas por la genitalidad de Courbet, en la que se inspira Van Dongen para su desafiante Anita 1905. No solo el desnudo se desnuda. Turner pinta Amanecer después del naufragio, en el que un minúsculo y famélico perro aparece rodeado por los colores del amanecer. El tema del perro solitario e indefenso es tratado por Goya de forma enigmática en su Perro semihundido, un paso más en el desnudo de los temas pictóricos, cada vez más voluntariamente reducidos. Por ese camino transitará sin complejos Pollock, con sus manchas pictóricas, Rothko con sus combinaciones sutiles de colores, Miró con sus enormes lienzos surcados por una línea. Quien desnuda definitivamente la pintura es Malevichen en Cuadrado negro y en Blanco sobre blanco, dos cuadros que suponen la destrucción de toda la tradición pictórica occidental, equivalentes a 4'33'', de John Cage, una partitura vacía, sin música, cuatro minutos y treinta y tres segundos de silencio integral, pieza emblemática del desnudo integral del arte occidental, en este caso de la música, convertida en silencio.