Una mujer joven con signos visibles de cansancio en su rostro, el pelo un tanto desaliñado y aterida por el frío de la gélida noche invernal, expresa su necesidad con uno de los mas terroríficos pedidos que se le puede hacer a un farmacéutico, pero que sin lugar a dudas constituye una situación de real emergencia: «...necesito un chupete». Ya en la farmacia procedo al exhaustivo interrogatorio: –Qué marca querés Carmen: ¿Chuic, Sorbito o Bebito?– le pregunto. –Bebito –responde. –¿De silicona o de látex?–continúo. –De látex. –¿Redondo o anatómico? –Redondo. –¿Tamaño 1, 2 o 3?. –3. –¿Color rosa, blanco o celeste? –Celeste. Agradeciendo interiormente que no me haya pedido además que sea fosforescente, voy hasta la estantería de los chupetes, sigo fielmente el derrotero de información y regreso habiendo comprobado que una vez más se cumplió la Ley de Murphy de los chupetes que dice: «La posibilidad de encontrar el chupete requerido es inversamente proporcional a la incomodidad de la hora en que tiene que ser dispensado». Siendo consciente del alto grado de adaptación del niño a las características ergonómicas y texturales de un chupete, tengo que informarle un tanto compungido y con un dejo de culpabilidad, las fatídicas palabras: «No tengo de esa clase, Carmen». Con el rostro demudado, se agarra la cabeza, cierra los ojos y al borde del llanto, expresa: «¿Y ahora qué hago?» Mientras trato, inútilmente, de encontrar una respuesta, Carmen abre los ojos, y, tras un instante, extiende su mano indicando un punto detrás mío y abajo: «Ahí, ahí», dice con voz temblorosa. Me doy vuelta y en el suelo veo un chupete que mi hijo menor, Martín, ha perdido en una de sus cuadrúpedas incursiones farmacéuticas destinadas a alterar la paz de comprimidos, jarabes y ampollas. Lo recojo mientras Carmen dice: «¡Ese es, dame ese!» –Pero Carmen -le digo- está todo sucio. –No importa, lo lavo y listo -dice-, me salvaste la noche, ¿cuanto te debo?- agrega. –No, nada, te lo regalo. –Bueno, muchísimas gracias, pronto vengo a buscar otro, hasta mañana. –Chao, Carmen -le respondo, satisfecho por haber hecho feliz a alguien. Cierro la farmacia, regreso a casa, y en silencio para no despertar a mi esposa, me acuesto, apago la luz y trato de conciliar el sueño que en estas ocasiones no siempre es fácil. Aproximadamente a los 10 minutos oigo un llanto desde la pieza de los niños. Mi esposa se levanta y regresa con Martincito en brazos: «Uno de los chupetes que tenía se le rompió ayer y el otro no lo encuentro por ningún lado, ¿no lo has visto, Jorge?»- me pregunta Edith. –No, mi amor -contesto mintiendo autoprotectoramente-. Y el último que había de ese tipo lo vendí ayer. Tras dos horas en las que Martincito se había obstinado en no dormir, en rechazar toda oferta de otro chupete diferente y su único consuelo para evitar el llanto eran los juegos en nuestra cama o el paseo en brazos, me visto nuevamente, me subo al auto y a las 6:30 horas golpeo la puerta de mi colega Claudia, que con sorpresa me pregunta: «¡Jorge!, ¿que pasó?» –Hola, Claudia, perdoname que te moleste a esta hora; necesito un chupete marca Bebito, de látex, redondo, tamaño 3 -le respondo. –¿De qué color? –me pregunta. –Cualquiera, Claudia, cualquiera.
*Relato ganador del segundo premio del Concurso Literario «Cuentos de Turno», organizado por Laboratorio Sidus con un jurado formado por Antonio Dall Masetto, Ana María Shua y Sergio Olguín. Más información en www.sidus.com.ar
Publicado en: Manual Kairos. N.º 306, marzo 2004. Pag. 45.
Boletín Informativo de Fecofar. Año 2. N.º 4, marzo 2004. Pag. 28.
Tiempo farmacéutico. N.º 17, mayo 2004.
La Ciruja. Año 1. N.º 2, julio 2004.
Revista Bioanálisis. N.º 17, setiembre-octubre 2007.
Escuela País Tinta. Año 6. N.º 54, febrero 2008 (Colombia)