La resaca tecnológica y política provocada por la precipitada puesta en marcha del nuevo sistema de copago farmacéutico, la exclusión de algunos grupos de medicamentos de la financiación pública, la reforma del modelo de aseguramiento de los ciudadanos residentes en España, la guerra de cifras y de datos sobre la supuesta influencia del precio de los medicamentos en el incremento del IPC, la valoración del efecto disuasorio del copago sobre la utilización de medicamentos y el efecto sobre la disminución de la factura mensual y las dificultades para su abono o, en algunos casos, directamente el incumplimiento de las obligaciones de pago, han sido cuestiones que nos han acompañado de la mano este agosto. Han sido noticias, comentarios y titulares que han ocupado espacio en los medios escritos y audiovisuales del mismo modo que lo han hecho cuestiones de ámbito más general como las hazañas de los héroes del moderno Olimpo, las atrocidades de las múltiples guerras que continúan abiertas en nuestro mundo o los vaivenes de esa nueva espada de Damocles que cimbrea encima de nuestras cabezas que es la prima de riesgo.
Nos aferramos a la alegría que nos proporciona la desconexión de las vacaciones, pero la realidad sigue, tozuda, su lento y pesado camino. Los agostos no pueden ser ya aquellos en los que cualquier problema se desvanecía porque nuestros problemas eran sólo relativamente importantes, los problemas de ahora, los nuestros y los de los otros, ya no son de ésos y están empezando a afectar nuestra forma de vivir y al modelo de sociedad en el que vivimos.
Los datos que al acabar el verano van apareciendo también indican que estas vacaciones han sido más austeras que las que estábamos acostumbrados a disfrutar hasta ahora, y ésa es una prueba clara de que algo está cambiando de verdad. La sociedad entera está cambiando y va asumiendo lo que hasta ahora negaba.
Es cierto que el debate sobre la manera de afrontar esta crisis profunda es difícil de seguir y existen opiniones diversas y contradictorias de cómo hacerlo, pero si alguna cosa está clara es que ya nada va a ser como era.
La farmacia no es un islote aislado, no está protegido de los vientos y de las mareas, los cambios profundos de la sociedad y las dificultades que está imponiendo esta crisis la afectan y los debates sobre cómo afrontarla van a ser tan complicados como necesarios. Manos a la obra, El Farmacéutico continuará estando lo más cerca que pueda para aportar su granito de arena.