Un debate en torno a un tema, entiendo que es un proceso mediatizado por el mundo. Todos los agentes que de él participan (cada uno con miradas e intereses diversos), junto con la ciudadanía, tratan de pensar en torno a una cuestión que se quiere trascender en algún sentido (por necesidades obvias). Hasta me parece que este proceso es necesario y conveniente, y no veo nada malo en él, ni siquiera el hecho de que de este proceso formen parte agentes que tienen conflictos de interés y que por tanto persiguen intereses concretos y resultados específicos del debate. Es lógico que en esta sociedad haya agentes que tienen intereses. No debería representar una amenaza para el proceso de toma de decisiones socio-culturales por sí mismos, y no lo es, porque el proceso de debatir, de dialogar, tiene características intrínsecas que anularían cualquier interés que se diera de antemano por parte de cualquier agente. El diálogo es un proceso poderoso y dotado de mecanismos de autorregulación internos que lo hacen fiable y no manipulable. Uno de los resultados que se producen en estos procesos es el aprendizaje y el perfeccionamiento de nuestra educación.
Entonces, reflexionando sobre cuál es la pieza que bloquea este proceso de diálogo, me vino la idea de que no es, como digo, que haya personas con intereses concretos, sino que es más bien un problema de dónde se desarrolla este proceso. Paolo Freire dijo que este proceso, educador en esencia, debe ser mediatizado por el mundo. Pero los debates suelen estar mediatizados no por el mundo, sino por los medios de comunicación. Es decir, el debate se desarrolla en una matriz de imágenes, titulares y twits con poco contenido, pero con un alto grado de impacto. Esta mediatización no produce como resultado un proceso educativo para todos los agentes y participantes del proceso, sino que persigue un escándalo. Persigue –y produce– la provocación, el miedo, la acusación y la fragmentación de las personas que forman parte del debate. Persigue –y produce– posicionamientos. Persigue –y produce– bandos. Lo que era el núcleo del debate se desenfoca y nos extraen a todos del magma del aprendizaje para insertarnos en un campo de batalla. Y entonces ya no hay debate. Sólo una guerra.
Por ejemplo, cuando surgió el debate sobre el sistema educativo y se desenfocó hacia el: «¿cobran demasiado los profesores?», «¿tienen cara dura los profesores por tener tantas vacaciones?». Todo el mundo opinando que sí, que qué cara más dura tienen, que no hay derecho, con los tiempos que corren, que los profesores estén tan bien pagados y disfruten de tantos derechos adquiridos. ¡Ala! ¡Todo el mundo contra los profesores! ¡A faltarles el respecto a esos canallas!
Otro ejemplo cotidiano y actual por el mes en que estamos: los libros de texto de los colegios de nuestros hijos. El debate raíz debería ser en torno a cuestiones como qué papel juegan, si existe la posibilidad de que los propios colegios generasen su propio material docente (lo cual daría una oportunidad a la creatividad y el ingenio de los profesores, situándolos en el lugar intelectual, profesional y de respeto que les corresponde), si las ciencias matemáticas que estudian los chavales de primaria evolucionan tanto que hay que sacar nuevos libros de texto cada año (¿relecturas de Pitágoras? ¿re-redacciones del Teorema de Pitágoras?), si la dependencia que tienen los Maestros de los libros de texto es excesiva o no, en fin, un sinfín de preguntas. Todo este debate precisa de un lugar propicio al diálogo. Un lugar propicio puede ser el propio colegio, o un parque, o una sala, o un anfiteatro. Todos aprenderíamos de todos. Pero el núcleo de ese debate es absorbido por la matriz «medios de comunicación», que lanzan salvajemente titulares como «¿Los nuevos Ayuntamientos asumirán el coste de los libros de texto?». Y entonces el debate se desplaza a quién debe pagar por ellos, si los ciudadanos directamente o si deben ser los Gobiernos locales (como si estos fueran entidades independientes). Se desenfoca el debate. Ahora tenemos una guerra abierta entre quienes se posicionan a favor o en contra de que haya ayudas gubernamentales y subsidios para los libros de texto o no.
Y con los medicamentos sucedió y sucede lo mismo. En lugar de generar un debate auténtico y nuclear, se desenfocó hacia quién debería pagar por ellos. Si los ciudadanos directamente a través del co-pago, o si debería ser a través del Sistema Nacional de Salud… Pues vaya reduccionismo. Y lo peor de todo es que los ciudadanos y el resto de agentes se posicionan en este tablero de blancos y negros. La mediatización a través de los medios de comunicación de estos debates es como una gran fábrica de tableros de ajedrez reduccionistas que persiguen que los ciudadanos estemos malgastando nuestra energía y potencial posicionándonos en tableros imbéciles. Cuando lo que tendríamos que hacer es devolver ese tablero, y decir, no, perdone, yo aquí no es donde juego. Es más, no juego.
Y es que sólo puede desenfocar quien tiene una cámara.
Deberíamos esmerarnos en que todo vuelva a estar mediatizado por el mundo. Y en este sentido hago una reivindicación de la calle, de las aulas universitarias, de las terrazas de bar, de los institutos y salas de televisión de geriátricos, de las playas y parques y de las piscinas municipales, como espacios de encuentro entre personas a la conquista del debate, del diálogo, y de la educación. ¡Que el twit nos adormece!
Nota: Gracias al lector por aguantarme.
Otra nota: Esto no es una crítica al periodismo. El periodismo es un arte y una ciencia que respeto profundamente.