Desde la Facultad de Farmacia de la UMH…

Elsa López Pintor

«Don't stop me now» fue el lema del VI Congreso Nacional de Estudiantes de Farmacia que acogió nuestra Facultad en el mes de octubre. Su significado es consistente con el elegido por la Sociedad Española de Farmacia Comunitaria en su IV Congreso Nacional de Farmacéuticos (Valencia, noviembre de 2010; desde aquí mis felicitaciones por el éxito de asistencia, organización y contenidos): «Por una farmacia mejor: ¿nos movemos?»... Movimiento también sugería el Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos en su XVII Congreso Nacional Farmacéutico intentando «poner la farmacia al servicio del paciente»...

 

¿Significa esto que facultades, sociedades científicas y Administración vamos en la misma línea? Quiero pensar que sí. Y es un punto de partida importante; una simbiosis necesaria para avanzar.

Las facultades nos hemos enfrentado a un reto con la adaptación de nuestros planes de estudios al Espacio Europeo de Educación Superior: se nos pedía una orientación profesional y al mismo tiempo generalista del grado en Farmacia. Sobre el papel, que es muy sufrido y lo soporta todo, quedaba bien. Faltaba por ver cómo cada centro incorporaba esas directrices a sus respectivos grados.

Las competencias de la Orden CIN/2137/2008, de 3 de julio, que establece los requisitos para la verificación de los títulos universitarios oficiales que habilitan para el ejercicio de la profesión de farmacéutico han servido de base para la confección de los títulos. Entre las quince competencias transversales que recoge esta norma, doce de ellas hacen referencia al papel asistencial del farmacéutico e incluyen la adquisición de habilidades, aptitudes y actitudes relacionadas con la promoción del uso racional del medicamento, evaluación de la farmacoterapia, desarrollo de habilidades de comunicación, colaboración en equipos multidisciplinares, conocimientos básicos de gestión clínica o manejo de fuentes de información, y elaboración de protocolos.

Parece que todo esto responde a una visión: la de formar profesionales sanitarios que doten de sentido a una farmacia cada vez más asistencial, que intenta dejar a un lado el medicamento para centrarse en el paciente y en el abordaje integral e individualizado de su farmacoterapia. En este contexto, la misión de las universidades consistiría en aportar una sólida base de conceptos integrados, las primeras herramientas, la filosofía, el germen y la motivación para el cambio... y procurar que en el tránsito hacia la vida laboral no existan diferencias «estadísticamente significativas».

Estamos de acuerdo en que, tradicionalmente, ha faltado formación clínica y no se ha logrado alcanzar la integración de los vastos conocimientos en fisiología, farmacología o patología del futuro farmacéutico. Pienso que, en general, cada facultad ha solucionado estas carencias formativas en los nuevos grados, que además contemplan en su mayoría los procedimientos de atención farmacéutica. Sin embargo, para que la formación sea completa, los estudiantes deben ser capaces de poner esos conocimientos y aptitudes al servicio del paciente individual, «ese que rara vez aparece por las aulas de las facultades de Farmacia...» Creo que esa es nuestra principal limitación, subsanable si contamos con la colaboración del profesional, imprescindible si hablamos de una farmacia centrada en el paciente.

Las prácticas tuteladas tienen en este sentido una importancia fundamental en el grado de Farmacia: suponen ese primer contacto del futuro farmacéutico con el entorno asistencial y facilitan la incorporación de los estudiantes a la vida real. Deberían servir como hilo conductor para integrar el día a día profesional con cinco años (que se dice pronto) en las aulas. Seis meses bien programados son un tiempo precioso para consolidar conocimientos y adquirir esas habilidades, aptitudes y actitudes difícilmente trasmisibles desde un marco estrictamente teórico.

Las prácticas tuteladas no pueden ni deben por tanto ser un mero trámite para obtener un título. Ni su desarrollo debe priorizar las actividades de gestión sobre las asistenciales; ni estas últimas deben estar basadas en necesidades coyunturales. No tiene sentido que las universidades intentemos adaptarnos al cambio si cuando nuestros estudiantes abandonan las aulas se encuentran con una realidad profesional que no acaba de consolidar el modelo de farmacéutico por el que estamos apostando.

Por eso, deberíamos plantearnos elaborar un documento marco sobre prácticas tuteladas que demuestre que efectivamente estamos todos en el mismo barco, que consensúe objetivos y defina tareas, que sirva de guía y referencia para cada tutor y que, además, reconozca el trabajo de tantos farmacéuticos que ofrecen sus «casas» para acoger a nuestros estudiantes y ayudan a conseguir esa orientación clínica demandada para los estudios de Farmacia. Tendremos que eliminar esa barrera invisible que separa la facultad de la realidad de cada día: farmacéuticos y docentes debemos interactuar, dialogar, conocer y hablar el mismo idioma. Sólo de esta forma existirá concordancia en el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Sirva este artículo de autocrítica. En realidad lo considero más un examen de conciencia, que puede (y debe) hacerse ahora que estamos en pleno proceso de transformación. Desde esta revista que da sus primeros pasos y aparece como un soplo de aire fresco y un foro para las nuevas generaciones de farmacéuticos, el futuro de la profesión, animo a todos aquellos interesados en el «movimiento» a poner vuestro granito de arena... y a empezar a construir sobre una base de cimientos sólidos.

Haciéndome eco del lema de nuestro congreso de estudiantes, os pido que no nos paremos ahora que estamos en marcha. «Don't stop US now».

Hasta pronto.