Acababa de ver en la tele –sin voz, escuchar las noticias me agobia– el resumen del debate entre los candidatos a las europeas de los dos partidos mayoritarios. Ya me dio un mal rollo brutal el simple hecho de contemplar las imágenes de tales demagogos lumbreras. Y seguían instaladas en mi subconsciente mientras andaba por la farmacia con el caviloso runrún de la fecha de abono de las recetas. Cada mes confiamos en que, en el último momento, aparezca el Fondo de Liquidez Autonómico, igual que los sitiados por los apaches esperaban ver llegar al Séptimo de Caballería.
Y se me fue cocinando una especie de sémola mental con los protagonistas del cara a cara y el interrogante del cobro. Mala cosa para el sosiego. Confieso que me vinieron ideas algo salvajes que, por recato e instinto de supervivencia, me cuidaré de escribir. Menos mal, me dije, que pasadas las elecciones desaparecerán su palabrería precocinada, sus carteles y lemas y sus estilismos gestuales.
Insisto en que no los escuché, y por tanto renunciaré a cualquier opinión, ya sea indulgente o cáustica. En política practico una versión nihilista de perro viejo: descreo de la superioridad de nadie porque ostente un cargo, soporto fatal los dogmatismos y me aburren a morir las murgas políticamente correctas o los programas de gobierno con más mentiras dentro que los boleros. En cambio, admiro a las personas coherentes con sus principios, sean de izquierdas o de derechas, que viven de acuerdo con ellos sin tratar de perjudicar al vecino ni venderle doctrina alguna.
En las europeas se presentan unos candidatos que, de ser elegidos, accederán a un estatus económico obsceno, insultante para muchos españoles que, con suerte, sobreviven privándose de lujos misérrimos para poder pagar la hipoteca o ir al dentista. En las elecciones de 2012, entraron en las listas un centenar de políticos imputados. El año pasado, sumando populares y socialistas había más de trescientos implicados en presuntos casos de corrupción, con la Comunidad Valenciana a la cabeza. El PP quedaría hoy en minoría de aplicarse la máxima apuntada por el presidente valenciano de relevar de sus puestos a los diputados autonómicos procesados. ¿Es razonable sentirse representados por miembros de partidos trufados de investigaciones por actividades irregulares y que han envilecido ante el mundo a todo un país? ¿Lo es fiarse hasta el punto de firmarles un cheque en blanco para cuatro años? Sería como firmárselo a Luis Candelas.
Sufrimos una generación de políticos chorizos y de banqueros que juegan a la ruleta rusa en cabeza ajena; les estamos pagando los platos rotos por su avaricia colmada de saqueos y mordidas. Si les quedara un átomo de vergüenza, desaparecerían del mapa al menos hasta el próximo Big Bang. Pero esto no es Islandia, y tampoco corre por nuestras venas sangre vikinga.
A los farmacéuticos nos aseguraron en la Generalitat Valenciana que allí no hay dinero ni para pagar la luz. En el siglo XVIII algo parecido se escuchó en el palacio de Versalles. «No nos quedan velas, Majestad», le dijo el sensato ministro de finanzas Turgot al manirroto de Luis XVI. Y a renglón seguido llegaron la toma de la Bastilla y la guillotina. Vete tú a saber lo que puede ocurrir aquí.
Debates
Hay días en los que, para no rayarse antes del almuerzo, es un buen recurso dejar unos minutos el cúter y empuñar la pluma, como el romántico florete de un mosquetero audaz.