Los farmacéuticos en el mundo pueden ejercer en muchos campos ligados a las ciencias naturales y más específicamente a las ciencias de la salud, pero también es cierto que son los profesionales a los que por formación, por historia, incluso por ley, las distintas –muy distintas– sociedades les otorgan la responsabilidad y el monopolio de la dispensación de gran parte de los medicamentos.
De esos medicamentos que la sociedad considera lo suficientemente peligrosos para evitar que lleguen al consumidor a través de los canales estándares de distribución. Creo que es una buena definición de lo que es la función de la oficina de farmacia, lo suficientemente amplia para que sea certera. Es posible que esta definición esté exenta de suficiente rigor científico, pero cuando no tienes una escopeta de precisión con mira telescópica y de lo que se trata es de tocar la diana es mejor tirar con cartuchos de perdigones, seguramente no es tan limpio, pero es más probable darle con algún que otro perdigón.
De cualquier manera, lo que entendemos por esencial del ejercicio profesional en la oficina de farmacia –el cacareado modelo– es tan amplio que no es adecuado definir un modelo de farmacia basándonos exclusivamente en ello. Es un ejercicio de barroquismo intelectual, basado más en una ilusión voluntarista que en un análisis racional. El modelo de farmacia también tiene que ver con la economía, con el modelo empresarial que escojamos, con la evolución de la sociedad, el nivel de cultura sanitaria de sus ciudadanos y con la presión de competencia de los demás actores. Los modelos esencialistas sirven a lo sumo para el autoconvencimiento, que en el fondo es una muestra de debilidad, pero de ninguna manera son herramientas útiles para adaptarse y mucho menos para competir en el mundo real que no es capaz de reconocer esa supuesta esencia.
Enrocarse en postulados sin tener en cuenta todos esos factores que acaban configurando un modelo es mucho más arriesgado que poner sobre el tapete alternativas y propuestas que en el fondo buscan establecer una posición lo suficientemente solvente para competir.
PD. No soy tan inocente para creer que cualquier propuesta no está contaminada por la defensa de algún interés particular, y no lo soy tanto, que no me lo creo de ninguna, ni de las que pretenden no estar contaminadas por los mismos. Ese es el juego legítimo en una sociedad moderna y en esas sociedades lo oportuno es el debate abierto y civilizado.