La aparición reciente de dos hechos, sin relación aparente entre ambos como nos ha dejado claro Stéphane Hessel, pudo significar para muchos de nosotros una bocanada de aire fresco en un ambiente corrompido y viciado, por lo que de rechazo al relativismo nihilista que campea libremente en nuestra sociedad parecía representar. Lamentablemente no ha sido así. El todo vale o da igual que preconiza la indolencia propia del relativismo nihilista, que pretende cambiar el significado de las palabras, que junto con el empobrecimiento del lenguaje corrompe la capacidad de pensar y al que nos quieren acostumbrar, no puede ser de recibo, ya que no todo vale ni es igual, porque este rasero ramplón y anodino atenta contra la esencia del ser humano, y contra nuestra propia naturaleza. ¡Y creíamos que habíamos dejado atrás los tiempos del oscurantismo!
El relativismo ha sido llevado a unos niveles de radicalidad que prescribe los predicados de «verdadero», «falso», «bueno» o «malo», que nos encontramos unido al nihilismo como negación de la realidad. Asistimos pues a una exaltación del relativismo hasta convertirlo en la única realidad absoluta, lo que en sí constituye una contradicción, pero la verdad existe, aunque no se sepa y haya que esperar a que sea rescatada para salir a la luz.
En el actual régimen cultural, los sistemas y valores tradicionales que han sobrevivido, procedentes de nuestras raíces judeo-cristianas, ya no tienen un papel articulador, sino que han sido sustituidos por el individualismo, el consumismo, que conducen a la desacralización del mundo de las ideas y a la desaparición del poder intelectual. Sorprende que en un momento donde nos encontramos ante una esperanza de vida mayor, la eficacia de la medicina, el reconocimiento del papel de la mujer en la sociedad, el bienestar generalizado, la educación accesible para todos, una existencia fácil por los avances generales de la ciencia y de la técnica, nos hallamos, sin embargo, con un individuo sin otro resorte que el egoísmo codicioso, una violencia manifiesta tanto en los brotes de terrorismo como en la trivialización de la delincuencia y la criminalidad, una democracia sin interés ciudadano, un mercado que parece dirigirlo todo, derechos humanos desatendidos que hacen que este individuo que lo tiene todo, cuanto más tiene, más se pregunta si es lo mejor, pues se han creado satisfacciones individualizadas, invirtiendo todo lo disponible exclusivamente en ocio1. Nos hemos instalado en la civilización del deseo y podemos acceder a muchos y frecuentes placeres, disfrutar de las libertades, las evasiones y los cambios, sin que sea sinónimo de felicidad.
Esta situación de reducción simplista de la propia existencia, caótica y carente de referencias, lleva al individuo a nuevas jurisdicciones de la espiritualidad religiosa o laica, para la que existe un amplio abanico de ofertas comerciales como libros de autoayuda, cursos que ofertan terapias alternativas para el alma, etc., que ponen de manifiesto la preocupación del individuo con el perfeccionamiento personal o por la felicidad mundana, ajena a cualquier trascendencia o a la búsqueda de la solución más allá. A todo ello también ha contribuido el fracaso de la escuela frente a la sociedad consumista, hedonista, individualista y relativista; frustración por algún pensador calificada de depravación cultural que busca la miniaturización del individuo.
Necesitamos de referentes culturales estructuradores que acaben, a pesar de la sobreabundancia de conocimientos fácilmente consultables (Internet), con el dramático déficit de pautas de interpretación y jerarquización, de manera que la cultura, identitaria de cada sociedad, salga del callejón sin salida en el que parece encontrarse para convertirse en un elemento motriz y productivo.
1. Se maneja la hipótesis de que los gastos reales en ocio podrían alcanzar el 25% del presupuesto de los hogares.