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  • Damnatio memoriae

Ya sé que es de mala educación hablar del dinero, del dinero no se habla, se tiene, pero lo cierto es que me gustaría volver a hablar de la peseta, ¿se acuerdan? Aparecieron los muchachos del Diners Club con su tarjeta y nos dijeron: «Compra sin dinero», y ése fue el inicio del ataque sistemático a uno de los mayores inventos de la Humanidad, el papel moneda. Un invento como el pañuelo, me gusta seguir llevando de los dos en el bolsillo.

Muchos tertulianos no habrán tenido nunca una peseta en las manos y creerán que me refiero a una estación del metro de Madrid, justo después de la de Pan Bendito, lo cual me remite (asociación histérica a la aceleración histórica) a la damnatio memoriae de los romanos, el borrado completo de lo que o quien fuera, de la persona y de los actos destruyendo cuanto vestigio pudiera hablar de ello o de él, incluso en piedra o metal numismático. El olvido por decreto, hoy la obsolescencia programada. Lucha el euro cuerpo a cuerpo contra las tarjetas de plástico, y es la transacción electrónica, el móvil y el smartphone lo que van a acabar con ellos, tanto que en los países nórdicos apuestan por la desaparición del metálico y en Dinamarca su banco central ya no imprime billetes y ha puesto fecha de caducidad al papel moneda: será en el 2030, porque en ese año ya no quedarán viejos a los que moleste la tecnología fiduciaria, y la verdad es que no sé cómo se arreglan ahora los veteranos cuando en sus bancos no hay el más mínimo rastro de dinero físico ni se aceptan depósitos en efectivo. Hay razones, rebatibles pero vistosas, para esta agresividad que quiere acabar con el «toma el dinero y corre». Los billetes de 500 euros son dinero negro en manos de organizaciones terroristas, narcotraficantes y defraudadores de toda laya y, por supuesto, en las de más modestos y honorables trabajadores de la economía sumergida. Qué dirían del billete de 5.000 pesetas que acuñó la República Española en 1937, bellamente ilustrado por «La vicaría» de Fortuny, su valor en capacidad de compra hoy sería de aproximadamente 67.834 euros, y eso sí que sería un arma de destrucción sin IVA. La República no se atrevió a ponerlos en circulación, todo hay que decirlo. En el extremo cuantitativo están las monedas de uno y dos céntimos, un absurdo con el que nada se puede adquirir y que, de darlo como limosna, el pobre te escupe y con razón; más el absurdo añadido de que acuñar la moneda de un euro cuesta casi dos; más el divertido misterio de que el Banco de España va a encargar un estudio para averiguar cómo desaparece de la circulación la calderilla que no deja de acuñar; en casa, podríamos aclararle, en el bote de objetos inútiles junto quizá con alguna que otra pela. Pero lo fundamental de la damnatio memoriae es que todas estas transacciones intangibles suponen el derribo de la intimidad y el anonimato, todas dejan huella y, procesadas en la nube, el Big Data, proporcionan una información ingente sobre tu comportamiento, pongamos en compras, viajes, gustos y demás vicios, datos que hasta ahora quedaban reservados al ámbito de lo privado. Tu banco sabrá (de hecho ya lo sabe) todo sobre ti, y de querer podría ser él quien escribiera tu más exacto obituario mientras tu sigues en la nube. Las palabras y las nubes se las lleva el viento. Esto de la memoria quizá sea un principio de Alzheimer, ¿a quién se le va a ocurrir que no haya wifi, no funcione el móvil o el ordenador tenga un virus alegre?

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