Los efectos de la crisis económica que castigan al sector son profundos y persistentes, son como una gota malaya que va minando la esperanza de los que creían que el sector estaba adentrándose, una vez más, en un bache más o menos pasajero, uno más de esos a los que el sector se ha tenido que enfrentar en los últimos veinte años. Cada día que pasa parece más claro que no va a llegar el clásico y esperado remonte de la situación impulsado por el aumento del número de recetas o por la incorporación de nuevos medicamentos. Todo indica que, en el mejor de los casos, la situación actual se mantendrá.
La persistencia de la crisis económica es un factor determinante en la activación de una crisis aún más profunda, la de los valores. Es imprescindible no caer en la tentación de creer que los valores pasan a un segundo plano cuando las cuentas aprietan, olvidarlos o despreciarlos puede conducir a la desorientación, y la desorientación es el mejor método para perderse. Lo más peligroso que puede suceder cuando aparece una crisis de valores es caer en la tentación de creer que los valores no son importantes.
«Las crisis son también una oportunidad». Puede parecer una frase bienintencionada alejada de la realidad, pero no es así; aunque pese y signifique un esfuerzo importante, esta crisis ofrece la oportunidad de reflexionar sobre la idoneidad de los valores esenciales de la profesión. Preguntarse por lo esencial no es un simple ejercicio filosófico, es la mejor manera de construir un modelo sólido de profesión y de negocio. Hay muchos síntomas que indican que el sector de las oficinas de farmacia está abocado al cambio, pero el rumbo del mismo debería fijarlo el alma de la profesión si el sector no quiere estar a merced del viento de la economía. No hay nada que garantice el éxito de la travesía ni existen caminos garantizados, pero lo cierto es que un sector sin alma es mucho más vulnerable.