Coronavirus

No es, seguramente, la metáfora más delicada, pero este virus de las narices ha sido como un escupitajo en la cara. Nos ha descubierto de sopetón, con la crueldad que siempre acompaña la realidad, las debilidades de una humanidad que vive demasiado confiada, pero que no tiene asegurado nada, ni su salud, ni su economía, ni siquiera la casa donde habita.

Coronavirus

Todo parece indicar que de esta saldremos adelante, que el Apocalipsis aún no ha llegado, pero no quita que el golpe va a ser mayúsculo, que nos va a costar Dios y ayuda remontar, pero que lo haremos. Estoy seguro. Más dudas tengo sobre si, con esta sangre, vamos a encontrar la entrada. Demasiados ejemplos ha dado esta humanidad nuestra de su tozudez.

Las farmacias están abiertas para atender a los pacientes, para trasladarles información fiable, para transmitir serenidad y sobre todo para que no sufran por sus tratamientos farmacológicos. Ahora se trata fundamentalmente de eso y en eso estamos.

Habrá tiempo para analizar la gestión sanitaria de esta crisis, aunque ya tenemos bastantes muestras de que no ha sido ni todo lo acertada ni eficaz que cabía esperar. Hemos llegado tarde y mal a muchas deci-siones. A pesar de todos los pesares, los profesionales sanitarios han respondido una vez más. Algunos de los responsables últimos de la gestión se han apresurado a ensalzarlos, a elevarlos a los altares reservados para los héroes. A nadie le amarga un dulce, pero lo que realmente se necesita son retribuciones justas, condiciones de trabajo adecuadas, seguridad jurídica en estas condiciones extraordinarias, información contrastada y materiales suficientes. Eso es lo que necesitamos. Las palmaditas en la espalda, incluso los abrazos, tendremos tiempo para recibirlos y también para darlos. Ahora no convienen.