En mi opinión la diferencia entre conocimiento e información radica en que esta última está constituida por datos, bits, memoria y su sede es internet, libros, revistas… El conocimiento no es un resultado memorístico consecuencia de la mera asimilación de esta información. No puede serlo. El conocimiento es algo dinámico (es fuego) y se basa en la reflexión, posicionamiento y praxis. Es un alumbramiento, un descubrimiento sobre la incertidumbre, una revelación.
Los únicos capaces de generar conocimiento a partir de información son los seres humanos (por el momento), a través de su talento. Cuando el material que se «trabaja» es la farmacología y la farmacoterapia, el profesional que la estudie y extraiga un conocimiento de ella es un farmacólogo o un farmacéutico. Pero no por ir a la Facultad de Filosofía y hacer el grado uno es filósofo, al igual que la Facultad de Bellas Artes no necesariamente construye artistas, o la Facultad de Filología, poetas. No por ir a la Facultad de Farmacia, uno es farmacéutico.
El talento humano, decíamos, es el alquimista que transforma los bits informativos (moléculas, mecanismos de acción, efectos secundarios, usos terapéuticos…) en conocimiento farmacoterapéutico (integración bio-psico-socio-mágico-cultural) del fármaco-remedio. Pero, ¿cómo y quién canaliza este talento y hacia qué fines? ¿Generamos conocimiento a partir de la información que estudiamos?
En mi experiencia y opinión, hay instituciones que gestionan el talento humano mejor que otras. Por ejemplo, la industria farmacéutica sabe gestionar el talento mucho mejor que la sanidad pública. Que conste que me considero un defensor de la sanidad pública, y que jamás he echado un curriculum vitae a ninguna compañía farmacéutica por falta de motivación, pero hay que reconocer que la sanidad pública no sabe gestionar el talento.
No lo sabe reconocer y cuando lo reconoce lo «explota» como una mina de oro hasta secarlo. Esto implica que no sólo la información (lo que vendría a ser la Medicina Basaba en la Evidencia), también el conocimiento farmacoterapéutico es generado y custodiado por las compañías farmacéuticas. ¿No hay vida inteligente fuera de ella? Evidentemente la hay como sustrato, como red neuronal, pero no se nota que la haya porque se financia su idiotización. Idiota, en griego ἰδιώτης, significa «persona privada de habilidad profesional» y empezó usándose para un ciudadano egoísta que no se ocupaba de los asuntos públicos. El sistema público y la red de farmacias comunitarias en España contienen un talento humano maravilloso. Pero la gestión de dicho talento en cuanto a conocimiento farmacoterapéutico se refiere es nula. Inexistente. Yerma. Porque el sistema remunerativo de esta red de profesionales está diseñado para su idiotización a través de la inducción de una atrofia cognitiva, porque se entiende que si hubiera un proceso cognitivo sería manifiestamente crítico y entonces podrían no haber ventas. Lo mejor, por tanto, para que siga habiendo ventas es que las personas que pudieran pensar, dejen de hacerlo. Se puede decir, sin lugar a dudas, que el sistema de remuneración de las farmacias comunitarias y gran parte del sistema público del medicamento, es un sistema neurotóxico e idiotizante que aplaca cualquier atisbo de reflexión y génesis de conocimiento. No hablo sólo de poner en práctica lo que nos enseñan en las facultades de farmacia. Hablo de pensar lo que nos enseñan y criticarlo, y ponerlo en práctica de manera que a los ciudadanos les lleguen los resultados de este conocimiento (lo que sería un autentico avance farmacoterapéutico) en lugar de convertirlos en meros objetos y consumidores de fármacos.
Pero eso no nos interesa. Nos interesa seguir haciendo «caja». La Universidad, el Conocimiento, la Ética, eso son cosas del pasado, eso es anacrónico, cosa de una civilización ancestral. Lo que ahora interesa (y es lo que se está consiguiendo) es que los farmacéuticos y farmacólogos se conviertan en personas que se sepan al dedillo la última información y conocimiento que genera la industria farmacéutica sin ninguna crítica con respecto a lo que reciben y con el compromiso de que eso que les están vendiendo llegue a las vías circulatorias de todos los pacientes posibles, todo bajo el mandato de llevar el avance y el progreso por el torrente biológico de la ciudadanía, al igual que se lleva la democracia a países que –pobrecitos– no la tienen. Pues que así sea. Pero personalmente, me bajo del carro. He trabajado en farmacia comunitaria y dejó de interesarme. Noté su neurotoxicidad y me asusté. He trabajado diez años en farmacia hospitalaria y puedo decir ahora que no hay gran diferencia con respecto a la comunitaria. También aquí nos hemos convertido en cerebros memorísticos capaces de repetir las letanías que nos llegan en forma de panfletos. Escaso valor social en ello. No quiero decir que no sea posible encontrar personas en farmacias comunitarias y en hospitalaria capaces de aportar talento y conocimiento. Las conozco y las hay, y muy brillantes. Y menos mal que no hacen como yo, y se quedan luchando. Si todas estas personas pueden desarrollar su talento es a pesar del sistema y no gracias a él. Ojalá un día en España se gestione el talento público. Ese día empezará la auténtica transformación. Y el avance y el progreso serán reales y dejarán de confundirse con cuestiones puramente crematísticas.