Alfredo de Musset recibió en su casa una carta cerrada que contenía una escueta leyenda en el sobre: «Al mejor poeta de Francia». Inmediatamente se la hizo llegar sin abrirla a Victor Hugo, el cual, complacido, se lo agradeció, y quedaron aquella misma tarde para desvelar juntos el misterioso envío. Les esperaba una sorpresa: estaba dirigida a Alfredo de Vigny.

¿Se sintieron frustrados? Probablemente pensaron en la relatividad de todo reconocimiento humano y en la inconsistencia de aquel término apetecible: «fama». ¿Es acaso impropio o inconveniente que ambicionemos la celebridad? No lo sé, pero para empezar se puede decir con Antonio Machado que no deberíamos perseguir la gloria, que ese esfuerzo es baldío y que, por añadidura, cuando llega, la fama puede ser molesta, aunque al principio parezca ligera y complaciente.

El cómico José Mota ha contado que su serie de El cansino histórico se basó en un hecho real: tras ser abordado con entusiasmo en un restaurante, su admirador circunstancial pasó bruscamente del elogio al insulto cuando, al cabo de un largo rato de conversación, Mota le pidió educadamente que lo dejara continuar la velada en privado con su familia. «¿Qué te has creído? El artista se debe a su público. Si yo te alabo, tú estás en deuda conmigo», debió de pensar aquel asaltante del ámbito privado, y esta intromisión, acompañada de la exposición constante al juicio de los otros, es un claro inconveniente de llegar a ser popular.

A veces la fama se presenta de improviso sin que el protagonista se dé cuenta. No sabe realmente cómo ha ocurrido ni puede evitarla. Para los clásicos latinos, la fama era una divinidad de pies veloces que estaba en posesión de muchas bocas y muchos oídos. En nuestro tiempo, y hasta hace bien poco, su mensajero principal era la televisión, pero ahora hay que reconocer que los mejores heraldos están en las redes sociales. ¡Cuidado con sus flechas incendiarias que van a cambiarte la vida!

La fama es intensa pero efímera. El reconocimiento tiene más fondo si se produce en un círculo estrecho y selecto y realmente nos valoran aquellos que más le importan a uno. Con frecuencia la celebridad le llega al artista después de su muerte, y ése, por sí solo, debe ser otro buen argumento para no tener prisa en alcanzarla.

Detrás de ella suele estar escondida, como una serpiente al acecho, la vanidad, y reconozcamos que con frecuencia también está la rareza. Baudelaire teorizó sobre el «dandismo» y expuso algunos argumentos acerca de la singularidad que hoy ya no se sostienen. El dandi aspira a la fama, tiene hambre de ella (fames es hambre) y odia sobre todas las cosas ser tenido por vulgar. Prefiere la extravagancia, se consume en fuegos de impotencia y puede precipitarse en el ridículo sin saberlo.

¿Tienes talento y quieres ser reconocido? Puede que seas tú la única persona que lo sepa y que, en consecuencia, te desanimes sintiéndote en una especie de fiesta fastuosa en la que nadie te hace caso. Convéncete pronto entonces: la mejor recompensa es alcanzar el bienestar de la conciencia, y para eso es suficiente con actuar bien, ser generoso y beneficiar al prójimo.

Mientras tanto, se puede escribir sobre el esfuerzo y sobre la confianza en uno mismo. Se puede hacer mención del talento propio, aquel que sólo alentaba de parte de nuestras abuelas, pero quizá sea preferible guardarse también de esa pequeña muestra de vanidad. «¿Cómo dice? Usted no sabe quién es el que le está hablando.» Es muy posible, señor, pero tampoco sabemos quién nos puede estar leyendo.

Destacados

Lo más leído