Creo que el fantasma de una gran preocupación recorre Europa. Dos ciudades han sido nombradas capitales culturales europeas en 2016 y sus ciudadanos están tan contentos como para no aguarles el entusiasmo, fervor que no comparto, no creo en ferias, fiestas y mercados a fecha fija, como para no aguarlo formulando la impertinente pregunta: ¿Recuerda usted qué ciudades fueron capitales de la cultura europea el año pasado en Mariembad? Una de ellas es Wroclaw y no consulto a Wikipedia sino a Nerea Azurmendi. Se trata de una ciudad de la Baja Silesia en el suroeste de Polonia y a orillas del río Oder. Su población es aproximadamente de 632.147 personas. La ortodoxia lingüística de la RAE, al nombrarla, recomienda primar la versión castellana de su topónimo en alemán, Breslau, pero ellos prefieren llamarse Wroclaw, en polaco, porque ahora son polacos. Su historia es tan fascinante y convulsa como lo ha sido el devenir de toda Europa Central. Una historia que, desde la Edad Media, ha convertido a la cuarta ciudad más poblada de Polonia en un auténtico cruce de caminos y de intereses, de propiedades y de propietarios, cambiándose de mano en mano como «la falsa monea» desde los mongoles a los soviéticos, solo que no es falso su patrimonio artístico y cultural sino todo lo contrario. Ese patrimonio y la ciudad entera a duras penas sobrevivieron a los embates de la II Guerra Mundial, una contienda que el lugar comenzó siendo alemán y terminó, acuerdos de Yalta y Postdam mediante, volviendo a ser polaco. Dice Nerea, contando desgracias. Si los bombardeos devastaron la ciudad y el Ejército Rojo redondeó la maniobra saqueando y quemando lo poco que quedaba en pie, la posguerra no fue más amable, y se saldó con la deportación de los más de 500.000 habitantes de origen alemán de un enclave que los nuevos dirigentes comunistas querían enteramente polaco. Una perplejidad fronteriza típicamente europea. La otra ciudad elegida como capital europea de la cultura en el 2016 (largo me lo fiáis) es española, San Sebastián, y como la polaca con dualidad de nominación. En el habla popular guipuzcoana es Donosti y en madrileñismo Sanse (antes Sansestabién) y oficialmente Donostía-San Sebastián. En algunos remites aparece como Sn.Sn. No hay muchos puntos de contacto entre las dos capitales culturales separadas por poco más de 2.000 kilómetros, hay ciertos paralelismos, eso sí, pero dada la conflictividad histórica más vale no metaforizarlos y sólo recordar un encuentro, de fútbol, entre el Slask Wroclaw y la Real Sociedad que ganó el equipo realista eliminando al polaco de la copa de la UEFA. Poco sabemos los unos de los otros y poco sabe nadie de los fastos de tan pasajeras capitalidades, simple excusa turística. En tiempos reticulares de Internet y más, acontecimientos similares a «exposición universal» resultan un sarcasmo salvo para muñidores de presupuestos y agencias de viajes. A título de ejemplo otra impertinencia: ¿Qué fue aquello del Agua en Zaragoza? Para quien confía más que en la publicidad en el boca a oído, no digamos en el boca a boca, todos estos fastos no son más que toreo de salón. Decía que el fantasma de una gran preocupación cultural recorre Europa, y es que el intendente de Donostía-San Sebastián sólo quiere invertir en fiestas euskéricas y populares.
Capital Europea de la Cultura