Una obra que se prevé dura porque la situación va a ser muy exigente y porque la lista de circunstancias que envuelven al sector configuran un cuadro cuando menos preocupante:
- El retraimiento del consumo interno debido a la crisis económica.
- La endémica insuficiencia de los presupuestos sanitarios públicos.
- La excesiva dependencia del sector de los presupuestos públicos.
- La estructura minifundista del sector.
- La fragilidad de la economía de la distribución farmacéutica.
- La escasa innovación de productos y servicios ofrecidos por el sector.
- El exceso de individualismo.
- La escasa cultura emprendedora de las organizaciones corporativas.
- La ambigüedad de las alternativas propuestas.
- La retribución profesional ligada exclusivamente al precio y al margen del producto dispensado.
Todos esos aspectos dejan al sector bastante desprotegido frente a las decisiones que deberá tomar el Gobierno salido de la convocatoria a las urnas. Es cierto, no tenemos ninguna duda, que el sector continúa aportando valor por su extrema capilaridad y accesibilidad, y también lo es que los profesionales farmacéuticos mantienen una posición de confianza y credibilidad profesional con los usuarios del servicio, sus verdaderos clientes, pero sólo con eso no va a ser suficiente para afrontar con éxito el reto que significa la exigencia de incrementar la eficiencia, para abordar la imperiosa necesidad de disminuir el déficit público y para convivir con suficientes garantías con el recetario liberal que se intuye va a intentar aplicar el Gobierno del PP. El sector deberá poner encima de la mesa de negociación algo más de lo que siempre ha puesto porque, aún siendo mucho, no va a ser suficiente.
No existe otra salida que olvidar viejos vicios e intentar el cambio. De una forma decidida, sin prisas –de acuerdo– pero sin pausa porque el tsunami se acerca.