Nuestra más querida reincidencia anual es el Premio Nobel de Literatura, aunque en esta ocasión nos falla el estribillo de ese escritor que de golpe pasa de ser desconocido en su país a ser mundialmente desconocido porque ¿quién no ha oído a Bob Dylan? ¿Y leído?
La Academia Sueca le ha premiado «por crear nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense». Tuve el gusto hace unos años cuando cantó en la puerta de casa, en la playa de la Zurriola, en un «Concierto para la Paz», dijo que no había que pagar ningún precio por la paz y se embolsó 300.000 dólares. A veces acierta en sus frases, «la indiferencia es la enfermedad de muerte de un pueblo» y con su peculiar voz desmintió la idea de que un cantante debía tener buena voz. Con sus letras agitó la conciencia de toda una generación con una poesía urbana en la que latía una clara visión de los problemas sociales. Se convirtió en emblema de la canción protesta, en el estandarte de las manifestaciones pacifistas contra la guerra de Vietnam y siguió con la de Bangladesh y la hambruna de Etiopía. Superado el espejismo, lo que vino fue puro toreo de salón, para uno el compromiso es cuerpo a cuerpo y en mi playa me pareció pura caricatura de su imagen. Puede que sea un intelectual, un duro sensible a lo Bogart, un genio de flexible cintura, constante en su inconstancia, un producto típicamente norteamericano. Algunas de sus canciones ahora envejecen ingenuas, pero ¿eran ingenuas en el principio? Por ejemplo, su gran himno de protesta pacifista, Blowin´ in the Wind, es bastante equívoco a pesar de que comienza espléndido, «¿Cuántos caminos ha de recorrer un hombre antes de que lo llamen hombre?». Equívoco porque después de preguntas inquietantes sobre la violencia, el hambre, la soledad y otras más nos dice que la respuesta flota en el aire. Hay cuestiones nada volanderas, cree uno, y en nuestras manos está que no se las lleve el viento. Y sin embargo recuerdo con afecto una canción de hace un millón de años, «Botas de cuero español»: la despedida de un enamorado, un largo viaje, un toque de desamor y si hay algo que pueda enviarte, vida mía, dímelo. Respuesta de la chica: «Así que ten cuidado, ten cuidado del viento occidental, ten cuidado del tiempo tormentoso y sí, hay algo que puedes enviarme, unas botas de cuero español». No se puede negar su influencia en nuestro mundo, Mariano Antolín Rato, buen amigo, publicó una novela con el mismo título de las dichosas botas. Que a un magnífico cantautor, letrista a veces afortunado, «te dejaré estar en mis sueños si yo puedo entrar en los tuyos», le hayan concedido el Nobel de literatura no deja de ser un síntoma de la permeabilidad del viento posmoderno que nos agita y de una conciencia virtual donde la literatura, y no digamos la poesía, es simple adjetivo de algo más sustantivo. Recordemos lo de Messi como poeta del césped. De siempre han existido estos equívocos, aunque eran de motivación más dura, Winston Churchill lo ganó por sus memorias de la Segunda Guerra Mundial y no por su inolvidable sintagma de «sangre, sudor y lágrimas». Dylan es un juglar incontestable como cantautor, pero no es cierto que el Nobel de Literatura haya recaído en un gran poeta que, además, canta. En mi barrio hay dos o tres poetas mejores, pero cuando cantan llueve. Cuando inicio esta tertulia aún está por ver si el amigo Bob rechaza el premio o lo cambia por otro de música. Lo del cambio es un rumor pero estaría muy en su papel.