El futurólogo es un profeta que no cree en el seguro de vida porque sabe que los avances científicos hacen del futuro un lugar tan impredecible como el pasado. La península de Baja California se transformará en isla a la deriva hacia a saber dónde, y el homo sapiens cada pocos años nació en un lugar diferente.
Esa vieja Estampa del boticario, hermoso poema de José Félix Olalla: «Empleará remedios que solamente él conoce (...), serán colocados por él con movimientos lentos / para no dejar impurezas en las mezclas / subordinando el conocimiento al servicio del arte / más allá de los límites que la ciencia declara (...), y todo el orbe ardiendo en las redomas donde habita». Una mágica estampa en las antípodas de quien dispensa y atiende una receta electrónica: el botamen es pura decoración, y la fórmula magistral un capricho de dermatólogo. El olor a yuyos o hierbas medicinales del que hablábamos en El herbario de Gutenberg es ya una entelequia. La síntesis química quebró el maridaje de boticario y botica, el farmacéutico dejó de preparar los medicamentos en la oficina de farmacia, y si los laboratorios de las ciencias de la salud cada vez reclamarán más especialistas en medicamentos, las farmacias cada vez necesitarán menos la presencia de un especialista sanitario. Y a saber qué formas y para qué fines adoptarán lo que ahora llamamos específicos y genéricos. El futuro es ciencia ficción, y algunas de sus variantes son apocalípticas. La más salvaje la presentó J. Attali en su «orden caníbal»: no sólo vamos a consumir cosas, sino a incorporarlas a nuestro cuerpo. A excepción de la salud, todas las actividades humanas se han industrializado, pero en Occidente, a la vista de los gastos de la Seguridad Social, la excepción se va a eliminar: la sanidad será una industria, los tratamientos serán automatizados, y el primer paso en esa dirección será la generalización de la máquina de diagnosticar y de seguido la fabricación de prótesis. Lo mismo que en un ordenador no se arregla la concreta pieza averiada, sino que se sustituye el bloque compacto en que está incluida, así el hombre pasará a consumir órganos artificiales (felices combinaciones de células madre y microchips) del mismo modo que consume mercancías. La prótesis cae dentro de la mentalidad fabril del crecimiento ilimitado; de ahí su peligrosidad, pues puede entenderse como una salida de la crisis económica. La medicina tradicional tiene sus días contados: será sustituida por un neocanibalismo en el que el hombre no consumirá el cuerpo de sus semejantes, sino copias de su propio cuerpo. Será difícil distinguir entre lo ortopédico y lo vivo con la leve esperanza de que el bioingeniero (o como les llamen, entre ellos el futuro farmacéutico) programe sus artefactos sin prescindir del azar de la ternura. Los clones son el más monstruoso sueño de la razón. Confío en que para un simple dolor de cabeza no se recurra a la sustitución del órgano, y que en las futuras boticas aún puedan adquirirse analgésicos. Casi todas las variantes son posibles, el «orden caníbal» es sólo una de ellas y el ejemplo de Baja California sólo un recurso a la indeterminación: según la geología tectónica, se da por descontada su separación del continente y su transformación en isla; lo único que se discute es si su derrota será hacia la Antártida o hacia Alaska, pero el frío está asegurado.