Antropología de la comida

EF488 DETRASPEJO

En 1957, el psicólogo Richard I. Evans se desplazó a Zúrich para filmar una entrevista con un Jung bastante envejecido. Evans publicó en 1964 el libro Conversations with Carl Jung, que fue traducido al español y editado por Guadarrama en 1968. La filmación se extravió, y más tarde fue recuperada por el cineasta Salomón Shang, que restauró la película, finalmente estrenada en circuitos comerciales con un éxito de público escaso, como era de prever. Jung habla sobre los orígenes de su ruptura con Freud, que planteó la libido en términos exclusivamente sexuales. Jung terminó desarrollando una visión en las antípodas de Freud, y formuló una visión energética e incluso espiritualista de la libido. En sus manos, el inconsciente pasa de ser un sumidero sexual a un reservorio de los símbolos, los arquetipos, los mitos, los sueños y las religiones de la Humanidad, es decir, de su espiritualidad.

En la entrevista, Jung relativiza la importancia de la represión sexual. En su opinión, las tribus primitivas llevaban una vida sexual nada reprimida. Sus deseos sexuales podían considerarse satisfechos, pues esos hombres y mujeres lo eran todo menos moralistas. El problema central de esas sociedades no era el sexo y su represión y sublimación, sino la comida. Más importante que copular, e incluso que reproducirse –lo que les resultaba relativamente fácil–, era comer, encontrar comida para toda la tribu. La sociedad actual tiene tal exceso de alimentos que no puede imaginarse la realidad de esos pueblos obligados a esfuerzos inmensos para conseguir la comida que les proporcionase la supervivencia. Antes de que el hombre se hiciese sedentario y agrícola, dependía de la caza y de la recolección de vegetales con valor alimentario, y casi toda su vida se dedicaba a conseguir los alimentos para no morir de inanición y a dar gracias a los dioses y a la naturaleza para asegurarse otra cosecha y éxito en la caza. Es curioso, sin embargo, que no se haya dedicado a la alimentación, al deseo de comer, incluso a la «represión alimentaria», la importancia que tiene.

Todo el mundo anda dándole vueltas a la sexualidad, pero la realidad es que ese instinto, con ser importante, palidece ante el afán y el placer que produce la comida. Todos los ritos sociales giran en torno a la comida y la bebida, no en torno al sexo, y reunirse y salir equivale a comer y beber, y nadie concibe una cita sin que en ella se incluya una comida, una copa o una cena. Incluso el ritual amoroso pasa necesariamente por una cena de seducción. Hay quien sostiene que la hembra se unió al macho y aceptó el papel relevante de este precisamente porque él suministraba los alimentos necesarios para ella y sus crías, y dejar de hacerlo supone, todavía hoy día, causa de ruptura de la pareja. Una cena agradable une más que cualquier otra cosa, mientras que muy pocas personas considerarían que una orgía es el mejor camino para establecer unas relaciones duraderas, del tipo que sean. Incluso el placer que deriva de la comida supera en la mayoría de las personas al que obtienen mediante las relaciones sexuales, muchas veces plagadas de obstáculos y sinsabores.

La sociedad actual ha inhibido compartir todos los instintos, menos uno, comer. Es de mal gusto ver dormir, orinar, defecar o copular a los demás, mientras que todos nos reunimos para compartir el único instinto totalmente socializado: comer, es decir, celebrar que estamos vivos, que tenemos comida y no moriremos de hambre, nuestra forma diaria de comulgar.