Adiós

No sé si dios es el sitio a donde voy. Eso de los títulos es un coñazo. Pero de todas formas «Adiós» es la palabra más escueta, concreta y eficaz para titular este artículo.

Planeando se va, se va al refugio de mis pensamientos, a la cocina en la que las palabras se cuecen lentamente, al laboratorio donde se mezclan los matices del mismo modo que los aromas van construyendo un perfume. Seis años ha durado este vuelo en el que he contado mi visión de la farmacia. Desde este verano ya empecé a notar que mi farmacia se acababa, mi visión de ella es la que está escrita en estos artículos, quien quiera puede releerlos. Duermen en las páginas de las revistas antiguas, en páginas que poco a poco irán amarilleando o en imágenes intangibles que permanecen flotando –sin envejecer aparentemente– en el limbo tecnológico de la red. No es presuntuoso por mi parte, lo digo sinceramente, ni tampoco es pereza, sencillamente es un ejercicio de coherencia respecto al proyecto que se inició con esta sección. Mis opiniones ya están expuestas de la manera que yo sé, puedo, o me gusta exponerlas, en este espacio que la revista El Farmacéutico me ha proporcionado. Una vez más, gracias. Ahora es un tiempo en el que mi opinión debe concretarse en acciones, ya no me quedan ideas que exprimir en mil palabras. Ya no me quedan tantas palabras para llenar una sección quincenal sin correr el riesgo de decir algo que ya haya dicho antes, ni tengo ya la imaginación necesaria para encontrar maneras distintas de decirlo. Gasto muchos minutos de mi vida en la farmacia y en las farmacias, pero no todo es farmacia y farmacias en mi vida.

Confieso que, un poco, os he mentido. Aunque la mentira haya sido inocente, lo hice, y aunque, en el fondo, contar historias también sea mentir, me aproveché de la buena gente de Ediciones Mayo que me ofrecieron la oportunidad de publicar algo sobre farmacias y lo que hice muchas veces fue escribir de lo que me apetecía. Pero los engaños no pueden durar eternamente. Ya lo decía mi abuela –debo estar haciéndome viejo porque me acuerdo cada vez más de lo que mis mayores me decían y además ahora me incomoda menos acordarme–: «Se atrapa antes a un mentiroso que a un cojo».

Lo he pasado muy bien escribiendo estos ciento catorce Planeandos y sé que voy a sentir la añoranza de la obligación de rellenar este espacio privilegiado de la revista, una de las pocas obligaciones que he sido capaz de soportar en mi vida, sin refunfuñar, pero ahora necesito librarme de esa obligación para poder digerir todo lo que le está sucediendo a nuestra profesión y lo que aún queda por venir.

Os confieso también, queridos lectores, que mi cuerpo y mis ideas van envejeciendo, mi posición en el pelotón de la vida va retrasándose poco a poco y cada vez el pelotón corre más. No interpretéis esta confesión como una rendición, pero es la Ley –eso a lo que tanto nos gusta referirnos– de la Vida. Es absolutamente necesario que los más jóvenes marquen un ritmo exigente porque cada vez queda menos tiempo para llegar a tiempo antes de que el tren parta hacia un nuevo mundo.

Un nuevo mundo en el que no habrá otro remedio que pasar del individualismo tan arraigado en el sector, a tener que aportar valor a través de lo colectivo. Reconozco que estamos aún lejos de este objetivo, incluso lejos de comprender el concepto «lo colectivo» –sencillamente porque no hemos tenido necesidad–, pero no deberíamos tener dudas sobre la necesidad de intentarlo si creemos realmente en que nuestra fuerza principal recae en la altísima accesibilidad de un servicio esencialmente sanitario. No intentarlo, además de ser un pecado de omisión, la penitencia del cual recaerá en las siguientes generaciones (n.º 433), significaría desdibujar los trasgos característicos de nuestra fisonomía, acabaríamos siendo un rostro que no se reflejaría en ningún espejo; un cuerpo sin alma. Seríamos el equipo ideal para ser vencido.

Millenium se titulaba el primer Planeando, y en él escribía: «Este artículo es el primer paso de un largo camino. Espero que el viaje nos lleve lejos y que no sea pesado, y que mediante la futura creación de una plataforma informativa dirigida primordialmente a los farmacéuticos que ejercen su profesión en las farmacias, logremos el objetivo de incentivar el debate, la reflexión y favorecer la interrelación entre los profesionales abocados frecuentemente a un cierto aislamiento detrás del mostrador de sus farmacias». Así empezó todo.

Me voy. Alguien, seguro, será capaz de lograr todo eso que dije en mi primer Planeando, eso que deseaba y aún deseo. Del mismo modo que deseo que Alfonso (el boticario del cuaderno de tapas negras del que os hablé en el número 410) exista en alguna esquina de alguna calle de algún pueblo de alguna parte; que Laura (472), mi amiga farmacéutica, mantenga sus principios; que Berta (372), cuando sea mayor, algún día se acuerde de mí; que Silvestra (408) continúe confiando en su farmacéutico; que Luis Rondreau (466) me enseñe francés mientras recordamos los buenos tiempos; que David Nurda i Grabe y Joan Vorraí i Repià encuentren el camino a seguir en sus farmacias de Gibatella (384), pero sobre todo espero tener tiempo para que Clara me enseñe a notar como los neutrinos que vienen de las estrellas traspasan mi cuerpo (383), porque aunque ser un gran oso pardo tenga sus ventajas, ahora me conviene aprender a volar con la sutileza de las mariposas.

Adiós.

PD: Sugiero la lectura de este artículo acompañada de Leonard Cohen cantando Closing time y espero al menos que, como dice Manel en Capitatio Benevolentiae, «...i a vegades ens en sortim...»