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  • 2011, el año de la "Concordia"

Un día de otoño de 1511 los boticarios barceloneses se reunieron para normalizar y regular la formulación en la ciudad condal. El resultado fue la elaboración y la posterior impresión de la Concordia de los boticarios barceloneses, la primera farmacopea barcelonesa, catalana y peninsular, sólo superada por la editada en Florencia en 1498. 

El año de 1511 es una fecha para recordar por todos los farmacéuticos españoles, aunque sólo sea para aumentar su autoestima y la confianza en que la profesión sabrá, como siempre ha sabido, resolver cuantos desafíos se le presenten. Si la situación actual es complicada, imaginemos la de nuestros colegas renacentistas, sin estudios universitarios, supeditados a los médicos, en competencia con especieros, herbolarios y otros comerciantes y sin ningún texto oficial que les sirviera de punto de referencia. En aquella época, los médicos prescribían fórmulas magistrales y en cada botica se elaboraban de forma distinta, según los criterios del farmacéutico, que actuaba más como un artesano que como un técnico o científico. Actuaba «según arte», en las antípodas del método científico. Disponía de una serie de recetarios, escritos por autoridades farmacéuticas, casi sin excepción médicos, pues los boticarios todavía no se habían sentido con ánimos para escribir sobre su arte. El primero en hacerlo en España fue otro boticario barcelonés, Pere Benet, también en los albores del siglo XVI, pero fue una excepción y era un libro destinado a facilitar los exámenes de los aspirantes a ser admitidos en el colegio, pues la farmacia, como ciencia, estaba en manos de los médicos y a los boticarios les correspondía el arte, el comercio. Elaboraban las fórmulas según su particular criterio, y cada uno entregaba un medicamento distinto en su composición, precio y modus operandi, pues nada le obligaba a elaborar la fórmula según una pauta validada, según un protocolo. El resultado era descorazonador: los médicos no sabían qué medicamento recibían los pacientes, y a estos se les administraba uno u otro medicamento según el criterio o los gustos de cada boticario. Para terminar con tan improcedente situación, los boticarios barceloneses se reunieron por voluntad propia, sin que nadie se lo ordenase, y redactaron su Concordia, con lo que homologaron y validaron la formulación en la ciudad de Barcelona. A partir de esa fecha histórica, los médicos sabían qué medicamento recibiría cada paciente, pues la confección de jacintos, o la triaca, se elaboraría igual en todas las farmacias y al mismo precio, un primer paso imprescindible para dar seriedad a la farmacia, junto con la prohibición de los remedios secretos, algo que no se plantearía hasta mediados el siglo XVIII. Saber qué medicamento se administra, a qué precio y de qué modo se ha elaborado y de qué simples se compone fue el primer paso para dignificar una profesión que vivía en la incertidumbre, considerada una actividad artesanal, organizada en gremios, pero no una actividad científica. Dotarse de una farmacopea fue el primer paso para ascender de categoría social en el largo camino que condujo a los estudios universitarios de farmacia en 1845. Lo excepcional del caso barcelonés es que la iniciativa fue tomada por los propios boticarios, conscientes de la situación, sin que nadie se lo ordenase, ni las autoridades ni los médicos, mientras que en otros escenarios la farmacopea fue un texto redactado por los médicos e impuesto a los boticarios o redactado por ambas profesiones bajo la batuta de los médicos.

1511-2011: quinientos años de «concordia», que deben conmemorarse como es debido. Los farmacéuticos barceloneses lo celebraremos todo el año con diversos actos, con la colaboración de la Universidad de Barcelona, la Facultad de Farmacia, la Real Academia de Cataluña, la Fundación Concordia y el Colegio de Farmacéuticos de Barcelona, entre otras instituciones. Sería magnífico que la celebración no fuera un acto exclusivamente barcelonés o catalán, y que adquiriese dimensión estatal, pues ese día, un otoño de 1511, la farmacia peninsular dio un paso de gigante hacia su dignificación, y demostró que en la piel de toro los farmacéuticos siempre han sabido coger los toros por los cuernos.

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