Se dice el pecado, pero no el pecador (I)

El nombre de la archiconocida beca universitaria motivo de nuestros encuentros mensuales viene en parte dado por ser el acrónimo de European Region Action Scheme for the Mobility of University Students, tal como les dije hace ya algunos meses, y por otro lado porque el término elegido se acopla mejor con orgasmo, y así les facilitan el jueguecito de palabras a todos su detractores, que no son pocos.

Pero realmente podría llamarse Anecdotarius o algo similar, pues cada persona, cada estudiante que se va de Erasmus, acaba amontonando en la saca tantas historias curiosas como días dura su estancia en el extranjero. Sumando las de mi propia experiencia Erasmus, las que han tenido mis amigos y conocidos y las historias que desde mi posición en la Oficina Erasmus de la Facultad de Farmacia me cuentan los estudiantes que parten a tierras lejanas, o no tanto, podría casi escribirse un libro. Pero como no estoy seguro de que fuese a ser un libro interesante, les voy a contar algunas, para tratar de explicarles algunos conceptos básicos que uno debe conocer cuando parte de Erasmus.

 

Los compañeros de piso

El primer reto que debe superar uno cuando se marcha de Erasmus (soy consciente de que he usado esta frase artículo sí, artículo también, pero el Erasmus, como la vida, está plagado de obstáculos) es la lotería de los compañeros de piso. Es una ruleta rusa. El tambor suele tener a cinco elementos que no saben si centrifugar es algo que pasa en la lavadora, o en los bares de chupitos, y luego una bala mágica que llegará incluso a dejarles la ropa doblada encima de la cama. Cuanto más grande es el piso, más posibilidades hay de que no les toque la bala buena, ya saben, que la probabilidad, en este caso, se acumula (boticarios, esto había que saberlo, que se da en la carrera muy al principio). En esta tómbola suele contribuir el hecho de que para muchos es la primera experiencia fuera de casa, a lo que hay que sumar lo poco que se contribuye, por lo general, en las labores del hogar.

En muchas ocasiones, los pisos que se les ofrecen serán grandes (lo que es seguro, es que los muebles estarán a medio camino entre Cuéntame, pero sin Antonio Alcántara, y un palacio victoriano en ruinas, pero esa es otra historia), de manera que tendrán más compañeros de piso y, por ende, más balas que disparar. Normalmente, cuanta más gente, más desorden, descoordinación, nevera masificada (con su consiguiente pillaje), más toallas húmedas por el suelo del baño, pero también mucha más diversión. Esta diversión, y aquí es cuando viene la anécdota, la explica bien la historia de un amiguete mío, que compartía piso con otros seis. Era un piso bastante grande, con una habitación para cada uno, un salón grande, una cocina y tan sólo un baño. Pese a esa enorme desventaja, tenía a favor el contar con una enorme terraza. No tenía grandes vistas, pues se trataba de un edificio bajo. Justo debajo de la terraza, había un restaurante griego, de gran éxito en aquella ciudad. Tras un par de meses viviendo allí, los chicos del piso, entablaron conversación con los camareros del restaurante. Con el tiempo, pasaron a ser amigos, y como todos los amigos acabaron hablando de lo que hablan los tíos, de chicas y de fútbol. Pronto encontraron una rivalidad deportiva, y comenzaron a luchar por la supremacía de la terraza. Los partidos España contra Grecia comenzaron a disputarse todas las semanas, y se intensificaron con la llegada del buen tiempo y acabó convirtiéndose en un gran acontecimiento del barrio. La terraza era el campo donde se disputaban todos los partidos, pues era el punto de encuentro más próximo para todos. Lo malo era tirar el balón fuera.

Cuanta más gente, más diversión.

 

Ir a clase

Me parece un punto un tanto escabroso éste, pero quiero romper el mito, que no me gusta mentirles; de Erasmus, hay que ir a clase. Eso es así. En el fondo uno no deja de ser un alumno más, y no puedo venderles humo y decirles que aquello es Sodoma y Gomorra. Además, con la llegada del Plan Bolonia, la cosa se ha puesto incluso más espeluznante, y hay desde que firmar en clase a fichar, ya que en algunas facultades se da a todos los alumnos, Erasmus incluidos, una tarjeta para hacer constar que se ha asistido a clase. Claro está que la pillería española está preparada para la Tercera Guerra Mundial, y es seguro que todos ustedes ya han ideado diez o doce métodos para sortear estas imposiciones, pero eso podría ocuparnos dos volúmenes de la Espasa Calpe enteras.

En fin, que como les decía, entre las obligaciones de todo estudiante Erasmus, y tal como figura en su carta de derechos y deberes (http://bit.ly/rGowbW) está la de asistir a clase. Pero dicha referencia, impecable sobre el papel, no entiende los riesgos que entraña para un Erasmus asistir a según qué clases. Para ejemplo, lo que le ocurrió a otro amiguete Erasmus. Era, como el anterior, un boticario, que asistía acompañado de otros estudiantes españoles, a una clase de Microbiología. Era la primera vez que asistían a clase, lo que no quiere decir que fuese la primera clase, y nuestros timoratos protagonistas decidieron sentarse en la ultimísima fila del aula. El profesor advirtió pronto la presencia de carne fresca, así que emplazó a los españoles a sentarse en la primera fila, pues si ya tenían dificultad con el idioma, y la tenían, la distancia no iba a ayudar. El tema a tratar en clase eran las enfermedades de transmisión sexual. El afable profesor, en su afán de integrar a los alumnos Erasmus, pensó que sería buena idea hacer que interactuasen en clase. Como hablar no podían, o no sabían, al profesor sólo le quedó utilizarlos como ejemplo. Les puso en fila, delante de la platea, para explicar que si Fulanito tiene SIDA, que si Menganita tiene gonorrea, que si el de más allá Sífilis. Risas es lo menos que escucharon.

Es obligatorio ir a clase, sí, pero tengan cuidado.

 

La Cara de Erasmus

El que haya estado de Erasmus sabe de lo que hablo. Sabe a qué me refiero. Recuerda cómo se hace. Es una de las claves. No puedo ni elegir una anécdota, pues son muchas las veces que van a ponerla a lo largo del año. Es una cara que te sacará de apuros varios, que tan rápido te cose un huevo como te fríe un alfiler. Desde el primer día hay que llevar ensayada la carita, que debe ser una mezcla entre desconcierto, desconocimiento y un poco de morro. Hay que llevarla al banco, a las tiendas, a los bares, en los trenes si aparece el revisor y sobre todo, a los exámenes. A los que se llevan bien estudiados y a los que no. Con los profesores que te sacan a la palestra y con los que te adoran, que serán los menos. No sufran si no les sale todavía, sale cuando toca. Cuando hay que sobrevivir.