A pesar de que los avances de la medicina y la ciencia han contribuido enormemente a curar las enfermedades y a defendernos de los agentes externos patógenos con nuevos y mejores medicamentos, el mantenimiento de un sistema inmunitario «a punto», capaz de defenderse naturalmente de la enfermedad, sigue siendo clave para mantener una salud robusta.
En una situación de pandemia mundial como la que acontece en estos momentos, provocada por un virus del que aún sabemos muy poco en cuanto a la respuesta inmune de nuestro organismo y frente al cual no disponemos de fármacos específicos o de una vacuna eficaz para poder acotarlo, nuestro sistema inmunitario es nuestro mayor aliado y la primera línea de defensa.
Las barreras mecánicas y químicas que presenta nuestro sistema inmunitario son capaces de bloquear los microorganismos que están presentes en el mundo hostil que nos rodea y de desencadenar la respuesta inmune.
Las células del sistema inmunitario están presentes en todos los órganos y en la sangre (leucocitos), así como en la linfa. Aunque estas células inmunitarias se originan en la médula ósea, se concentran mayoritariamente en los ganglios linfáticos, las amígdalas, el bazo o el timo, y también pueden encontrarse en la piel, las mucosas, los pulmones y el aparato digestivo.
El sistema inmunitario responde de dos formas ante la presencia de un patógeno como pudiese ser un coronavirus: mediante la respuesta innata, tratando de detener la infección, y mediante la respuesta adaptativa, que produce anticuerpos capaces de destruir el microorganismo.
Sin embargo, para que nuestro sistema defensivo reaccione adecuadamente y pueda ganar la batalla al microorganismo patógeno, es necesario que se encuentre en plenas facultades. Por lo tanto, mantenerlo en estado óptimo es clave para combatir de forma natural la enfermedad.
En invierno, esta protección natural intrínseca cobra un papel si cabe más importante. Las bajadas repentinas de la temperatura, junto con el aumento de la humedad que se produce en los meses más fríos, incrementan la transmisión de enfermedades respiratorias, promovida por diferentes factores que aumentan la proliferación de determinados virus como el del resfriado común o el de la gripe.
A ello hay que añadir que el último periodo primavera-verano 2020 ha sido muy atípico, ya que se ha visto extremadamente condicionado por la pandemia mundial acontecida. Durante el confinamiento apenas nos hemos expuesto al sol, lo que sin duda ha acabado afectando a nuestros niveles de vitamina D, y en verano, aunque las restricciones han sido menores, aún ha existido cierta reticencia y miedo en muchas personas a salir a la calle, a socializar y a realizar las actividades propias de una época estival, lo que también puede haber llevado a un aislamiento domiciliario voluntario que sin duda ha repercutido negativamente en el aporte de esta importante vitamina, involucrada en el mantenimiento normal de nuestro sistema inmunitario.
De modo que, más que nunca, este año es importante mantener una dieta equilibrada. Una alimentación completa, variada y equilibrada que permita la provisión de vitaminas y minerales involucrados en el correcto mantenimiento del sistema inmunitario es un buen aliado para mantener nuestro organismo en plenas facultades durante todo el año.
Según la Comisión Europea, los alimentos que son fuente de vitaminas y minerales (cobre, ácido fólico, hierro, selenio, zinc, vitaminas A, B6, B12, C y D) deben disponer de la siguiente alegación de salud: «Contribuyen al normal funcionamiento del sistema inmunitario», como dicta el Reglamento (UE) 432/2012 de la Comisión, de 16 de mayo de 2012, por el que se establece una lista de declaraciones de propiedades saludables permitidas en los alimentos, distintas de las referidas a la reducción del riesgo de enfermedades y al desarrollo y la salud de los niños (texto pertinente a efectos del Espacio Económico Europeo [EEE]).
Para que un alimento pueda considerarse fuente de vitaminas o minerales, deberá poseer al menos un 15% del «valor de referencia del nutriente» (VRN), como se dice en el Anexo del Reglamento (CE) 1924/2006, el cual remite al anexo de la Directiva 90/496/CEE.
En los complementos alimenticios, estas cantidades deben aparecer expresadas en el etiquetado del producto, informando al consumidor de la cantidad que contiene el alimento de estas sustancias activas por cantidad diaria recomendada.
Vitaminas y minerales fundamentales
A continuación, se detallan algunas de las vitaminas y minerales fundamentales para un adecuado mantenimiento del sistema inmunitario:
- La vitamina A desempeña un papel importante manteniendo la integridad de las barreras naturales ante las infecciones, como son la piel y las mucosas. Se encuentra en la mantequilla, la nata, el hígado, el huevo y los lácteos.
- La vitamina C (presente en cítricos, melón, fresas, tomates, pimientos y hortalizas en general) también contribuye al mantenimiento de las barreras frente a infecciones, ya que promueve la formación de colágeno y es, además, responsable del aumento de interferón, que posee actividad antivírica. Asimismo, la vitamina C ayuda a que la piel y las articulaciones se mantengan en óptimas condiciones, protege las células del estrés oxidativo, y reduce el cansancio y la fatiga.
- La vitamina D también es un aliado del sistema inmunitario y contribuye al adecuado mantenimiento de huesos y dientes. Fundamentalmente, se sintetiza gracias a la exposición solar.
- El ácido fólico y las vitaminas del complejo B son necesarios para mantener la adecuada respuesta inmunológica de los linfocitos y, por tanto, de los anticuerpos. Se encuentran presentes en hortalizas de hoja verde, legumbres, frutas y los cereales de desayuno. En alimentos de origen animal (como carne, vísceras, huevos, mariscos y lácteos) también se encuentra una elevada cantidad de vitaminas del complejo B.
- Por otro lado, minerales como el hierro intervienen en la proliferación celular, y su deficiencia produce una disminución de la respuesta inmunológica. Este déficit se presenta con frecuencia en mujeres jóvenes y embarazadas. Su presencia es elevada en hígado, alimentos cárnicos, huevos y pescado.
- En cuanto al zinc, en situaciones deficitarias afecta a órganos linfoides, disminuyendo la respuesta inmunológica. Además, favorece el metabolismo de los hidratos de carbono, la función cognitiva, la fertilidad y la reproducción, el mantenimiento del cabello, la piel y las uñas. La carencia en zinc es frecuente cuando se realizan dietas hipocalóricas, en vegetarianos y en fumadores. Se encuentra de manera significativa en mariscos, hígado, quesos curados, legumbres, frutos secos, carnes, huevos, lácteos y pescados.
- Por último, cabe destacar la actividad del selenio, capaz de mantener la actividad bactericida, la función de los anticuerpos frente a determinados tóxicos y el adecuado desarrollo de los linfocitos. Se encuentra en carnes, pescados, marisco, cereales, huevos, frutas y verduras.
Sin embargo, el hecho de aportar de manera extra estos nutrientes no implica reforzar el sistema inmunitario, puesto que si no existe una deficiencia no tiene ningún efecto en la respuesta inmune. Además, el exceso de algunos de estos nutrientes puede conllevar ciertos riesgos. Por lo tanto, cualquier suplementación de la dieta es conveniente siempre que sea supervisada por un dietista-nutricionista que la valore.
Por otro lado, el equilibrio en la dieta también tiene una influencia clara en la inmunidad y en algunos de sus parámetros.
Ingesta calórica
La actividad inmunológica se ve afectada por la ingesta energética, tanto si se produce un exceso como un defecto en las calorías aportadas por la dieta.
En el caso de aportes excesivos de energía, la capacidad del sistema inmunitario se puede ver reducida, siendo menos eficaz para combatir infecciones. La obesidad, por tanto, se relaciona con una mayor incidencia de enfermedades infecciosas. Por otro lado, el desarrollo de patologías cardiovasculares en personas obesas es más frecuente, lo que a su vez también puede producir alteraciones de la función inmunológica.
Por el contrario, cuando la ingesta de calorías es insuficiente (en dietas de menos de 1.200 calorías o por regímenes de adelgazamiento desequilibrados) puede dar lugar a casos de desnutrición, que actúan disminuyendo la función inmunológica y, en consecuencia, aumentando el riesgo de contraer infecciones.
Grasas
Las dietas ricas en grasas parecen tener un papel importante en la reducción de la respuesta inmunológica. Por lo tanto, limitando el contenido de grasa en la dieta se puede contribuir positivamente al mantenimiento idóneo de la actividad inmunológica.
Una reducción de grasas en la dieta es, asimismo, clave para controlar el peso, considerando no sólo la cantidad sino también la calidad de las mismas, es decir, optando por grasas procedentes de pescado azul, frutos secos, aceite de oliva, girasol, soja o aceite de linaza, para asegurar un aporte equilibrado de diferentes grasas esenciales para la salud.
Además del papel que desempeña la nutrición sobre el sistema inmunitario, factores como el ejercicio físico moderado y el descanso también contribuyen a mantener nuestras defensas en plenas facultades, lo que nos protegerá de bacterias, virus y otros organismos patógenos.
También son importantes determinadas recomendaciones higiénico-sanitarias, como la vacunación, la lactancia materna, una adecuada higiene personal o el mantenimiento de un peso saludable, así como evitar el tabaco, el alcohol y el sedentarismo.
Por último, no debemos olvidar que el estrés psicológico influye negativamente en la inmunidad. Diversos estudios en animales e investigaciones en humanos evidencian que estas reacciones ante un desafío o demanda producen una alteración de la respuesta innata tanto humoral como celular, y por tanto reducen la efectividad de nuestro sistema inmunitario.
Bibliografía
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