Estas bacterias poseen una o varias funciones que pueden ser beneficiosas o perjudiciales para la salud del huésped. Estas funciones se dividen en metabólicas (generan energía a partir de la fermentación de residuos alimentarios, producen vitaminas, favorecen la absorción de agua, calcio, magnesio y hierro), tróficas (diferenciación de las células epiteliales del intestino) y de protección (efecto mucoso de barrera, estimulación del tejido linfático asociado al intestino).
Hay evidencias de que las alteraciones en la microbiota intestinal o en sus funciones (disbiosis) pueden constituir factores favorecedores del desarrollo de determinadas enfermedades. Diversos estudios han demostrado la existencia de una asociación entre disbiosis e inflamación intestinal de bajo grado y trastornos metabólicos, que dan lugar finalmente a síndrome metabólico, obesidad y diabetes mellitus. También se ha asociado la disbiosis a infecciones del tracto gastrointestinal, enfermedad inflamatoria intestinal, síndrome de colon irritable, alergia y dermatitis atópica.
La composición de la microbiota intestinal puede ser modulada por factores dependientes del huésped, ambientales y bacterianos. El uso de microorganismos vivos (probióticos) puede ejercer funciones beneficiosas sobre la microbiota intestinal y sobre la modulación de la inmunidad intestinal, protegiendo al individuo frente a las enfermedades relacionadas con la disbiosis intestinal.
Probióticos
Concepto
La definición más aceptada por la comunidad científica es la del grupo de trabajo conjunto de la FAO/OMS (2002), según la cual los probióticos son «microorganismos vivos que, ingeridos en dosis definidas, ejercen efectos beneficiosos para la salud». Esta definición pone de manifiesto tres aspectos clave para que un producto pueda considerarse probiótico: a) debe contener un microorganismo vivo; b) la preparación o producto deberá contener uno o varios microorganismos bien definidos y en número conocido y suficiente, y c) deben ejercer beneficios para la salud, demostrados mediante pruebas científicas generalmente aceptadas.
Entre los microorganismos empleados con fines probióticos, las bacterias lácticas y las bifidobacterias ocupan, con diferencia, el lugar más destacado, pero también se utilizan bacterias que pertenecen a otros géneros, como Escherichia coli y Bacillus cereus, o levaduras, principalmente Saccharomyces cerevisiae.
Seguridad de los probióticos en la alimentación humana
El gran potencial de la modulación de la microbiota para la conservación o la mejora del estado de salud ha despertado un creciente interés en la industria por el desarrollo de nuevos probióticos. En este contexto, no todas las cepas que se han comercializado han demostrado científicamente su seguridad y funcionalidad, y esto, junto con varias publicaciones que relacionaban el consumo de determinados probióticos con algunas situaciones patológicas, ha creado cierta inquietud en la comunidad científica sobre la seguridad de estos microorganismos.
La ausencia de patogenicidad y capacidad infectiva es un prerrequisito para considerar probiótico a un microorganismo. No obstante, algunos de los mecanismos a través de los cuales los probióticos ejercen sus efectos pueden considerarse, en determinadas situaciones, mecanismos infectivos (interacción con el sistema inmunitario, capacidad de adhesión al epitelio intestinal, resistencia a antibióticos, etc.). Para que esto ocurra tienen que darse determinadas condiciones en el huésped, que podríamos considerar como factores de riesgo: prematuridad, función inmune afectada, catéter venoso central, administración por yeyunostomía, administración simultánea de antibióticos de amplio espectro a los que el probiótico sea resistente, enfermedad cardiaca valvular y barrera intestinal dañada.
Paradójicamente, los probióticos tienen efectos beneficiosos en algunas de las situaciones ya citadas, como ocurre en la prematuridad y en la enfermedad de Crohn. Esto sugiere que la seguridad de los probióticos debe estudiarse cepa a cepa mediante pruebas científicas validadas. Ni la seguridad ni la eficacia de una cepa concreta debe extrapolarse a otras cepas, aunque éstas pertenezcan al mismo género o incluso a la misma especie.
Para estudiar la seguridad de un probiótico deben evaluarse los siguientes aspectos:
• Resistencia a antibióticos. Serían aceptables los microorganismos que no tengan resistencia a antibióticos, o que la tengan pero no sean capaces de transferirla a otros microorganismos.
• Identificación genética individual. Permite la correcta clasificación del microorganismo y descartar la presencia de genes potencialmente perjudiciales.
• Actividades metabólicas. Los probióticos tienen la capacidad de transformar componentes alimentarios o secreciones biológicas en otros compuestos que podrían ser perjudiciales para el hospedador.
• Estudios en animales. Los estudios de toxicidad en animales se aceptan generalmente como una herramienta muy fiable.
• Estudios en humanos. Se recomienda que la primera vez que un probiótico se vaya a usar en humanos, el principal criterio analizado sea la seguridad.
Mecanismo de acción
Los mecanismos de acción propuestos para los probióticos incluyen efectos sobre la composición y la función de la microbiota intestinal. Los probióticos producen agentes antimicrobianos o componentes metabólicos que suprimen el crecimiento de microorganismos patógenos, o compiten con ellos por los receptores de unión sobre la mucosa intestinal; favorecen la integridad de la barrera intestinal; pueden ejercer un efecto modulador sobre la inmunidad intestinal; estimulan la proliferación de las células epiteliales del intestino, y pueden ejercer un efecto sobre la neuroinmunología intestinal interviniendo en la función del eje intestino-cerebro, que modera la coordinación entre el cerebro, el tracto gastrointestinal y los sistemas endocrino e inmunitario implicados en la función intestinal.
Aspectos legales sobre el uso de probióticos en la alimentación humana
El marco legislativo por el que se regula el uso de los probióticos en la alimentación humana es muy escaso y variable de un país a otro. Hay países que los clasifican simplemente como aditivos o coadyuvantes tecnológicos.
La Unión Europea (UE) ha tratado de dotar a los países miembros de un marco legislativo referente a la seguridad de microorganismos en la alimentación humana, a través del estatus QPS (qualified presumption of safety). Se trata de un sistema de preevaluación de la seguridad de un microorganismo basado en 4 pilares: identidad establecida, historia de uso y evidencia científica disponible, posible patogenicidad y aplicación final. La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) actúa como comité científico de la UE, se encarga de evaluar la información científica disponible de cada cepa y publica una lista de microorganismos con el estatus QPS, que no tendrían por qué ser sometidos a más estudios de seguridad. La primera lista se publicó en 2008 y ha sido actualizada 4 veces (2009, 2010, 2011 y 2012), de manera que la última actualización disponible incluye una tabla de 66 especies bacterianas, 13 especies de levaduras y 2 familias de virus considerados como seguros para su uso en la alimentación humana.
Además de la lista QPS, que se podría considerar como el germen de un marco legislativo relacionado con la seguridad de los probióticos, la UE también ha regulado las declaraciones de salud que se pueden hacer en los alimentos en general. En este sentido, en 2006 se publicó el Reglamento 1924/2006, según el cual cualquier declaración de salud debería estar basada en pruebas científicas generalmente aceptadas. En este proceso regulatorio, también la EFSA actúa como comité científico y evalúa dichas pruebas en relación con el alimento sobre el que se quiere hacer una declaración de salud.
Probióticos y fórmulas infantiles
Según la Sociedad Europea de Gastroenterología, Hepatología y Nutrición Pediátrica (ESPGHAN), hay datos suficientes para soportar la seguridad de los probióticos en niños a partir de los 6 meses de edad; sin embargo, los datos sobre su uso en neonatos y lactantes pequeños son mucho más escasos. De hecho, la ESPGHAN pone de manifiesto la necesidad de este tipo de estudios, ya que durante las primeras semanas de vida es cuando se establece la microbiota intestinal y cuando el uso de probióticos podría ser más beneficioso. Por ello, cuando se pretende la inclusión de un probiótico en una fórmula infantil de inicio, se debe utilizar la seguridad como principal parámetro de análisis. Los datos obtenidos hasta la fecha, al evaluar la seguridad de diferentes cepas probióticas en recién nacidos y lactantes menores de 6 meses, han puesto de relieve que todas las cepas analizadas fueron seguras para su uso en neonatos.
Aplicaciones terapéuticas de los probióticos
Se ha evaluado la eficacia de los probióticos en distintas patologías, tanto en el campo del tratamiento de las mismas como en su prevención. Los probióticos pueden ejercer funciones beneficiosas en el tracto gastrointestinal por acción directa o restaurando y/o mejorando la función de la microbiota.
Diarrea
Existen muchos estudios sobre el uso de probióticos para la prevención y tratamiento de la diarrea infecciosa y la diarrea asociada a antibióticos, principalmente en niños. Teniendo en cuenta los resultados obtenidos se puede decir que: a) los resultados son modestos en cuanto a prevención de episodios de diarrea en niños que acuden a guarderías y parvularios, y sólo hay resultados significativos con algunas cepas; b) recomendables para la prevención de la diarrea nosocomial; c) existen algunas cepas que han demostrado eficacia en la prevención de la diarrea asociada a antibióticos; d) la utilidad en el tratamiento de la diarrea aguda infecciosa está bien documentada, especialmente en la diarrea de origen viral. La guía europea deja claro que debido a la gran profusión de lactobacilos existentes y que no todos ellos funcionan igual para avalar una eficacia, es indispensable disponer de amplia documentación científica sobre el producto; e) para el tratamiento de la diarrea persistente, existen datos que muestran un efecto favorable, pero hay pocos trabajos realizados al respecto; y f) La evidencia del uso de probióticos en el tratamiento y la prevención de la diarrea por Clostridium difficile es aún escasa, pero existen algunas cepas que han demostrado su eficacia.
Síndrome de intestino irritable
Alteraciones en el eje intestino-cerebro se han asociado con alteraciones de la función intestinal como el síndrome de intestino irritable. Son pocos los trabajos realizados a largo plazo y los resultados son contradictorios, por lo que se precisan más estudios que puedan avalar los posibles efectos beneficiosos de los probióticos en estos pacientes
Alteraciones psiquiátricas
Alteraciones en el eje intestino-cerebro se han asociado con alteraciones psiquiátricas. Determinadas cepas de probióticos son capaces de influir sobre esta conexión intestino-cerebro y, por tanto, sobre los procesos cognitivos y emocionales, así como incrementar le eficacia de los psicofármacos.
Enfermedades alérgicas
Hay datos que sugieren que la composición de la microbiota intestinal puede discriminar entre niños alérgicos y sanos, y que la distinción puede preceder a la enfermedad clínica. Con los probióticos se puede alterar la inmunogenicidad de los alergenos a través de la actividad proteolítica, reducir la secreción de los mediadores inflamatorios en el intestino, invertir la permeabilidad intestinal aumentada, normalizar la composición de la microbiota intestinal y aumentar la respuesta de la IgA de la mucosa a los antígenos enterales. El potencial de determinadas cepas para favorecer la respuesta inmune Th1 y Th3 frente a la respuesta Th2 en los pacientes atópicos, puede crear condiciones óptimas para reconducir la memoria inmunitaria y ser efectivos para la prevención y tratamiento de la alergia a alimentos y para reducir el riesgo de enfermedad atópica. No existen datos suficientes que confirmen la relación con el asma o la hiperreactividad bronquial.
Enfermedad inflamatoria intestinal
Distintas evidencias sugieren un importante papel de la microbiota intestinal en el desarrollo de la inflamación crónica de la mucosa en la enfermedad inflamatoria intestinal, habiéndose identificado una disbiosis intestinal en estos pacientes. Los probióticos pueden ejercer mediante diversos mecanismos un efecto favorable sobre la enfermedad inflamatoria intestinal, al interferir con los factores etiológicos de la enfermedad. Sin embargo, en la actualidad los datos que avalan su uso son muy limitados, no existiendo evidencias suficientes que soporten su utilización en la práctica clínica diaria.
Infecciones
Pocos datos avalan la efectividad de los probióticos para prevenir las infecciones respiratorias de vías altas (L. reuteri, L. fermentum). No existen datos relacionados con otras infecciones extradigestivas, por lo que es un campo interesante de estudio para el futuro.
Cólico del lactante
Existe muy escasa evidencia que avale el uso de probióticos. Sólo con L. reuteri se han comunicado resultados favorables, pero son necesarios más estudios para recomendar su uso en esta patología.
Enterocolitis necrotizante
Existe evidencia de la eficacia de los probióticos en el tratamiento de la enterocolitis necrotizante, aunque ésta aún es escasa para recomendarlos de forma rutinaria. Es necesario seguir investigando para clarificar el tipo de cepa, las características de la población objetivo, las dosis y la duración del tratamiento.
Obesidad
Entre otros factores, la obesidad se ha asociado con un perfil específico bacteriano de la microbiota intestinal. Entre estas bacterias se encuentran lactobacilos y bifidobacterias, de cuyas cepas muchas se utilizan como probióticos, que pueden teóricamente influir favoreciendo la ganancia de peso o presentar un efecto antiobesidad. La hipótesis de que los probióticos pueden estar vinculados con la obesidad debe ser testada científicamente con un máximo de exactitud sobre la identificación de la cepa, en orden de no cometer errores al respecto.
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