La (buena) invasión de Polonia

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Ha querido la casualidad que la revisión de mi ya citado guion, una nueva vuelta de tuerca a las estadísticas (en este caso a las últimas publicadas sobre el curso 2012/2013 hace apenas una semana) y el último destino que he visitado, apuntasen todos hacia la misma dirección: Polonia.

Y es que revisando los lugares que hemos visitado hasta ahora caigo en la cuenta que la hemos nombrado en muchas ocasiones pero nunca hemos llegado a pararnos en lo que nos ofrece. Mal hecho. Mal e injusto, porque fuera de los países típicos (Alemania, Italia, Francia y Reino Unido), Polonia es el quinto elemento dentro de los que más juegan a esto del Erasmus. De un tiempo a esta parte ha intensificado su colaboración con el programa sobre todo con el fin de conseguir que sus estudiantes (y también sus docentes) se formen en otros centros de Europa. De momento han conseguido que muchos de sus discentes pugnen por estudiar en el extranjero, aunque aún se encuentran lejos de la cabeza entre los países hospedadores (que son precisamente los cuatro que hablábamos arriba, más España, que sigue líder en ambos campos), en un segundo grupo con Holanda y Suecia. Yendo todavía más al detalle, entre las treinta Universidades que más estudiantes acogen no hay ninguna polaca; las dos primeras están en los puestos trigésimo nono y cuadragésimo primero, mientras que entre las treinta que más mandan sí encontramos representación, incluso con una en el top 10. Queda claro, pues, que hoy no vamos a reivindicar aquí a los antihéroes del Erasmus que tanto nos gustan; hoy hablamos de uno de los que parten el bacalao.

Si en nuestra última cita hubo irremediablemente que hablar un poco de la historia del país, o del ex país en ese caso, contar alguna parte de la de Polonia no sería repetirse, porque cada uno tuvo lo suyo, pero por seguir con el símil del caso checoslovaco, podemos decir que Polonia fue el otro máximo acertante del premio gordo de la lotería primitiva. Y es que la Alemania nazi después de quedarse Checoslovaquia se quiso apropiar también de Polonia y como no encontraba excusa (como sí había hecho con la anexión checoslovaca) decidió montar una estratagema el 31 de agosto que le sirviese de excusa para invadir militarmente Polonia el primero de septiembre de 1939 (pistoletazo de la II Guerra mundial). Como Stalin y Hitler habían acordado el 23 de agosto de ese mismo año repartirse Europa como si de una separación de bienes prematrimonial se tratase, a mediados del mes de septiembre la URSS atacó Polonia por el este (el otro lado), de manera que los polacos se vieron en medio de una guerra que no era la suya. Como dijo Sartre en El Diablo y Dios, cuando los ricos se hacen la guerra, son los pobres los que mueren.

Cracovia
Dicho todo esto, vayamos a lo nuestro; el círculo se cierra con mi último viaje, que ha sido precisamente a Cracovia. La ciudad es una mezcla maravillosa del inevitable paso de la historia: se mezclan los restos dejados por el comunismo, las innumerables iglesias, un buen puñado de sinagogas, con la llegada de eso que mal llamamos globalización y que hace que todos los Starbucks y todas las tiendas de Zara se parezcan tanto que uno ya no sabe ni por qué ciudad camina como se despiste. Pese a eso, es un paraíso para los estudiantes; según el taxista que me llevó desde el aeropuerto al centro de la ciudad, es decir un sabio, hay 800.000 censados en la ciudad y se alcanzan el millón de habitantes por la presencia de estudiantes (si buscan por internet verán que mi sabio amigo no miente). Hay varias universidades en la ciudad, aunque la nuestra, la Universidad Jaguelónica, es la más grande y más prestigiosa de Polonia. Es también la más antigua de Polonia y es que Cracovia, antes de ser la segunda ciudad del país, era la capital (aunque desde entonces ya ha llovido). Ofrecen clases en inglés, pues entre los esfuerzos que ha hecho Polonia ha destacado conseguir que sus docentes impartan clases en un idioma que no es el suyo para atraer a más discentes. Lo de aprender polaco lo dejo en sus manos; ahora que si lo consiguen cuéntenlo orgullosos. Entre los estudiantes más ilustres hay dos nombres que están a años luz de las demás personalidades relacionadas con la Universidad: Nicolás Copérnico y el Papa Juan Pablo II. Copérnico era del norte, de Torun (donde mucho tiempo después se fundó una universidad que lleva su nombre) y continuó su formación en otros centros europeos (un pionero del Erasmus), pero el Papa Wojtyla (que era su nombre de calle) sí era de la zona. Además, fue Arzobispo de Cracovia antes de ser elegido Papa y solía pasar parte de sus vacaciones en la casa del arzobispado, donde la gente peregrinaba y esperaba día y noche a que el Papa saliese a la ventana a escucharles (cosa que hacía día sí, día también). Su figura está irremediablemente ligada a la ciudad de Cracovia, y hay constantes homenajes y referencias a su persona, prácticamente en cada esquina de la ciudad.

Llegar hasta allí es barato: la afamada compañía aeronáutica de color amarillo y vuelos asequibles llega a Cracovia desde varias ciudades españolas (Girona y Madrid entre otras). Vivir no es ni caro ni barato, si hubiese menos Zaras y menos Starbucks sería otra cosa, pero son cosas de la globalización. Sí son económicas las residencias. Una habitación por lo menos doble, con baño compartido y cocina ídem cuesta menos de 100 € al mes. Por supuesto que la diversión está garantizada, pero están más lejos del Starbucks y más cerca de las obras que pudo hacer Jaruzelski por poner alguno. Los más recomiendan la opción piso, en constante movimiento por el número de estudiantes, aunque esto, a diferencia de otras ocasiones, se lo dejo a su elección. Comer, les diré que he comido como una mala bestia. Una cosa muy polaca son las sopas. No de cocido, son un poco más especiadas y contundentes, porque su fin no es otro que vencer al frío (que lo hace y muy rico además). Lo más curioso es que lo sirven dentro de una hogaza de pan. Supongo que estarán ojipláticos, pero hasta aquí puedo leer. Es mejor que la prueben. Así como otras veces les recomiendo sitios para salir, hoy les recomendaré uno para comer (sí, ha sido un viaje familiar). No dejen de visitar un sitio, algo alejado del centro, pero en el que se van a sentir como si viajasen a la época en que Polonia y Lituania eran un mismo país (esa clase nos la hemos dejado para otro día): el Ogniem i Mieczem. En sus largas mesas corridas se come como en los banquetes de ricos del siglo XVII carne de todo tipo en todas sus versiones. Me gustaría saber escribir el icono del WhatsApp en el que se le cae la baba a la carita amarilla para explicarles a lo que sabe el costillar de cerdo.

La posición de Polonia que tan mala pasada le jugó en la II Guerra Mundial a ustedes les puede servir para conocer muchos sitios. No dejen de visitar tampoco otras partes de Polonia, a las que también tendremos que ir; en autobús les puede salir hasta por 1 zloty (que según el día que cambien variará, pero a día de hoy son veinticinco céntimos de euro). Ya que hablamos de nuevo de la II Guerra Mundial, a menos de setenta kilómetros de Cracovia se encuentran los restos y el museo resultantes de los que fueron los campos de exterminio de Auschwitz. Desde 1947 se pueden visitar para conocer lo que allí pasó. 1947, solamente dos años después de finalizar la guerra.
No sigo, que ese sí que sí no es mi cometido. El mío es llevarles de la mano si fuese necesario hasta un año que les cambiará la vida.