Humanista y liberal, fue uno de los más brillantes intelectuales españoles del siglo XX, que se implicó política y socialmente, combatiendo la dictadura de Primo de Rivera y, aunque simpatizante de la Segunda República en sus comienzos, terminó criticándola por su incapacidad de aunar a todos los españoles e ir tomando progresivamente una deriva de extrema izquierda, siendo siempre crítico con los excesos cometidos por los bandos contendientes en la Guerra Civil.
Ciencia y literatura
Distinguido clínico, gracias a sus grandes conocimientos científicos unidos a su depurado estilo y erudición literaria, abordó el «ensayo biológico» en el que estudió a destacados personajes históricos como Tiberio, el Conde Duque de Olivares, Antonio Pérez, Don Juan Tenorio y Enrique IV de Castilla, entre otros.
Estos grandes logros científicos y literarios nunca lo envanecieron, pues como afirmaba: «Si alguna cualidad buena reconozco en mí, es la de no turbarse mi cabeza ante el elogio», pues «todo libro, cualquiera que sea su asunto, es también autobiografía del autor», ya que «la vida fecunda es solamente la vida que se entrega cada día a los demás».
Consideraba que «la razón de la sinrazón de Don Quijote es el verdadero instrumento del genio humano» y que «amar y sufrir es a la larga la única forma de vivir con plenitud y dignidad» y que parte de su éxito en la vida era debido a su buena suerte, aunque: «yo sé las horas de insomnio con que he comprado los favores de mi buena suerte», pues no en vano era «un trapero del tiempo».
El talante liberal «es estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo y no admitir nunca que el fin justifica los medios», siendo el liberalismo una conducta más que una política, pues «es más fácil morir por una idea, y aún añadiría que más heroico, que tratar de comprender las ideas de los demás», ya que a la postre ser humanista es comprender al ser humano y saber disculparlo; no en vano el secreto de la vida consiste en conservar la curiosidad por todo lo que nos rodea, ya que «nada da más la medida de la verdadera edad del hombre que su curiosidad».
Tuvo preocupación casi obsesiva por fomentar la idea integradora de la técnica y de la cultura científica y humanística, pues «durante mucho tiempo la ciencia no ha sido en España una preocupación general» y gracias a su inusitado empeño puso la nave de nuestra ciencia proa al universo entre otros buenos españoles.
Hombre focal, «hombre pino», como le llamaba Juan Ramón Jiménez, cuyas disertaciones morales, saciadas de ideología y embuchadas en textos de porte científico, son, muchas de ellas, aún vigentes. Su cordialidad poderosa y su afectividad hacían de su amistad algo contagioso al tiempo que deleitoso, reconociendo su sensación de finitud, ya que un año más es a la vez un año menos, conceptualización existencial del transcurso del tiempo.
Pionero
Su curioso sentido de la patología personal lo convierte en un pionero de la medicina personalizada, pues «la enfermedad no es sólo la inflamación o el deterioro de tal o cual órgano, sino todo ese mundo de reacciones nerviosas del sujeto enfermo, que hace que la misma úlcera de estómago, por ejemplo, sea una enfermedad completamente distinta en un segador y en un profesor de Filosofía», ya que «el problema de cada paciente es, pues, como el producto de dos cantidades, una de valor conocido, que es la enfermedad misma... y otra de valor eminentemente variable, que es la constitución del organismo agredido por la enfermedad». De ello se deduce que «la exploración del enfermo requiere ante todo la rigurosa historia, no sólo clínica, sino biográfica del paciente... Todo es necesario, o puede serlo, para comprender la enfermedad o para atar al paciente a la legítima sugestión de médico».
Ya el gran Menéndez Pelayo afirmaba: «Nuestra historia científica dista mucho de ser un páramo estéril e inclemente, pero nuestro individualismo y separatismo puede hacer que una gran Nación como la nuestra vuelva al cantonalismo de los arévacos, de los vetones o de los reinos de Taifas». Al final de su Historia de los Heterodoxos Españoles afirma acertadamente: «Ningún pueblo se salva sin la plena conciencia de sí mismo», en concordancia con Ramiro de Maetzu, que en su Defensa de La Hispanidad sostenía que: «Todos nuestros males se reducen a uno solo: la pérdida de la idea nacional».
Marañón, en su diagnóstico de nuestra patria afirmaba: «España, vieja por su historia, tiene un alma política inmadura, casi por completo inédita, como esos casos de infantilismo patológico que vemos en las clínicas y en los que un cuerpo ya añoso, aloja un espíritu pueril».
«El optimismo nos lleva muchas veces al error; pero yerra mucho más el pesimismo. Y error por error, siempre es preferible el que viene envuelto en una esperanza que el que va precedido y acompañado de una marcha fúnebre. Y así, hoy, cuando vuelvo la vista atrás y contemplo mi vida de médico, lo que más me satisface es haber retrasado a muchos seres humanos la hora del dolor, inevitable, aun a costa de lo que se llama el prestigio profesional, que si no sirve para esto, para cambiarlo por un consuelo, para nada serviría».
Como afirmó en su discurso de recepción como Doctor Honoris Causa de la Facultad de Ciencias Médicas de Lima: «Yo quisiera que evocasen a este médico español asociándole únicamente a la idea de trabajo y del deber... inventor incansable de deberes y en el que se hizo bueno lo que decía el viejo romance castellano:
sus arreos son los libros
su descanso, el trabajo»
Fue un sabio de talante liberal para el que ningún padecimiento e inquietud de su entorno resultaría inaccesible a su actuación lenitiva que, con esa excelsitud y humildad amistosa, lo mismo prestaba oído al ministro que al menestral. j