La inflamación es una función vital durante el proceso en que el cuerpo humano responde ante una lesión o una infección, y la fase aguda de la inflamación normalmente lleva a la recuperación, retornando el paciente a su estado normal en pocos días. Sin embargo, si la respuesta no se desarrolla de forma correcta, el proceso puede convertirse en un estado inflamatorio crónico, de escasa magnitud (subclínico) y permanente –aunque reversible–, inducido por algún estímulo constante, como sería el caso de un estilo de vida poco saludable.
En este contexto, conviene recordar que la dieta mediterránea se caracteriza por un equilibrio saludable omega-6/omega-3, debido al perfil de ácidos grasos monoinsaturados y poliinsaturados omega-3 que contiene. Sin embargo, en la actualidad las dietas occidentales –con una proporción omega-6/omega-3 de 15/1 a 16/1– son muy deficitarias en omega-3 y demasiado altas en omega-6. Este desequilibrio se asocia a un estado proinflamatorio crónico de bajo grado que puede contribuir al desarrollo de enfermedades como la aterosclerosis, la diabetes tipo 1 y 2, el cáncer y varios tipos de enfermedades neurodegenerativas y autoinmunes1,2.
El número de publicaciones relacionadas con los AGPI en los últimos diez años ha aumentado exponencialmente, y es fundamental que el farmacéutico, como profesional de la salud, esté lo más actualizado posible en este campo para garantizar una adecuada atención farmacéutica personalizada.
El interés por los beneficios de las grasas omega-3 en la salud cardiovascular se remonta a estudios epidemiológicos realizados entre las tribus inuit de Groenlandia, donde se observó una tasa muy baja de mortalidad por enfermedades coronarias atribuible a su elevado consumo de EPA y DHA a partir de pescado, carne de foca y grasa de ballena4. Esta asociación se ha confirmado asimismo entre los japoneses y en todo el rango de consumo habitual de las poblaciones occidentales5. El papel preventivo de los omega-3 en las diferentes etapas de la vida se trató en otro artículo anterior6. El efecto cardioprotector de los ácidos grasos EPA y DHA se explica por la alteración beneficiosa del perfil de los factores de riesgo cardiovascular, como los triglicéridos en suero, la presión arterial, la disfunción endotelial, la inflamación y la trombosis7. En la tabla 1 se resumen las principales indicaciones de los omega-3 en la salud cardiovascular.
La hipertensión arterial (HTA) también es un importante factor de riesgo cardiovascular modificable. En las últimas décadas, se han publicado numerosos estudios epidemiológicos y clínicos que sugieren que uno de los mecanismos a través de los cuales el consumo de AGPI omega-3 contribuye a la reducción de la morbimortalidad cardiovascular se debe a sus efectos beneficiosos sobre la presión arterial. La evidencia actual disponible sugiere que el consumo de altas dosis de omega-3 (≥3 g/día) reduce la presión arterial –especialmente la sistólica– en individuos mayores e hipertensos. Por consiguiente, el consumo de AGPI omega-3 puede tener un papel en el control de los pacientes con HTA leve antes de comenzar el tratamiento con fármacos, o en aquellos que prefieren cambios en los hábitos de vida como la dieta9.
Asimismo, no hay que olvidar que la dieta mediterránea es una herramienta útil en la prevención y el tratamiento de las enfermedades cardiovasculares. Uno de los mecanismos de acción propuestos es su efecto antiinflamatorio, que está mediado por el consumo de algunos alimentos típicamente mediterráneos como las frutas, los cereales, el aceite de oliva virgen, el pescado y los frutos secos10.
Los estudios realizados en humanos han puesto de manifiesto que la ingesta de AGPI omega-3 mejora los niveles elevados de triglicéridos y VLDL-colesterol y el estado inflamatorio de los pacientes con diabetes tipo 2. Sin embargo, debido a la discrepancia de los resultados obtenidos, su efecto sobre el control de la glucemia, las cifras de presión arterial y la prevención de complicaciones macrovasculares y microvasculares no está claro9.
Ácidos grasos omega-3 y cáncer
Las alteraciones en la ingesta y/o el metabolismo de los AGPI omega-3 pueden modificar las funciones celulares, y por tanto la progresión de las células tumorales. Sin embargo, la evidencia científica en humanos –procedente tanto de estudios epidemiológicos observacionales como de ensayos clínicos controlados– de las propiedades antitumorales de los omega-3 es contradictoria. No se han encontrado asociaciones significativas entre los cánceres más prevalentes de la sociedad occidental (mama, próstata y colonorrectal) y la ingesta de AGPI omega-3 de cadena larga o el consumo de pescado8. Recientemente, según los últimos estudios aleatorizados y controlados sobre el cáncer de pulmón, se ha observado que los AGPI omega-3 pueden tener un papel significativo como tratamiento coadyuvante a la quimioterapia, aunque aún se desconoce si ocurre lo mismo con otros tipos de cáncer11.
Ácidos grasos omega-3 e inmunidad
Un exceso de grasa en la dieta, sobre todo si se trata de grasa saturada, ejerce un efecto inmunodepresor, mientras que los ácidos grasos esenciales y sus derivados poliinsaturados son fundamentales para el mantenimiento de una respuesta inmunitaria adecuada. Los efectos antiinflamatorios de los AGPI de la serie omega-3 son los responsables de su interés en el tratamiento de enfermedades inflamatorias de base inmunológica12.
Existen evidencias que relacionan la exposición temprana a AGPI omega-3 con un menor riesgo de fenómenos atópicos en la infancia12,13. En los últimos años, el desequilibrio en la dieta de la proporción omega-6/omega-3 ha coincidido con un incremento de la predisposición a enfermedades alérgicas y un aumento de su prevalencia (hipótesis «Black & Sharp»). Los AGPI omega-3 actúan en sentido opuesto a las acciones de los omega-6, y hay evidencias sólidas de que la exposición temprana a AGPI omega-3 induce cambios inmunitarios que pueden estar asociados a una mayor protección frente a las enfermedades alérgicas13. Diferentes ensayos clínicos de intervención con AGPI omega-3 en diferentes dosis (de 900 mg/día a 3,7 g/día de EPA y DHA, en forma de cápsulas de aceite de pescado) en gestantes con elevado riesgo de atopia han observado una mejora de las pruebas de sensibilización cutánea a alérgenos y de la dermatitis atópica en sus bebés14, así como la reducción del riesgo de alergia alimentaria durante el primer año de vida15,16. No obstante, hasta la fecha existen pocos ensayos clínicos controlados en humanos, y los resultados obtenidos ponen de manifiesto que se requieren dosis altas de omega-3 para obtener efectos clínicamente favorables en las enfermedades alérgicas. Son necesarios más estudios de intervención en humanos a largo plazo para determinar si la suplementación con ácidos grasos omega-3 de cadena larga tiene un efecto sobre el curso clínico de las enfermedades alérgicas.
En relación con el papel de los omega-3 como tratamiento complementario en diferentes enfermedades de la madre gestante y su descendencia, una revisión sistemática reciente de ensayos clínicos controlados pone de manifiesto que la evidencia científica disponible en la actualidad es aún insuficiente para formular recomendaciones sobre las dosis concretas o la duración del tratamiento17.
Por otro lado, a pesar de que los estudios en animales han demostrado los beneficios de los ácidos grasos omega-3 de origen marino en trastornos inflamatorios como la artritis reumatoide, la enfermedad inflamatoria intestinal (EII) y el asma, hasta la fecha sólo existe evidencia clínica para la artritis reumatoide en seres humanos. La evidencia de los beneficios en la EII y en el asma es esperanzadora, pero aún inconsistente, por lo que se necesitan investigaciones más amplias18. Sobre la utilidad terapéutica de los ácidos grasos omega-3 en la artritis reumatoide, en una revisión sistemática reciente de 23 estudios aleatorizados en pacientes con artritis reumatoide, se ha observado un beneficio modesto, pero constante, de los AGPI omega-3 sobre la inflamación y el dolor de las articulaciones, la duración del entumecimiento matinal, la evaluación global del dolor y de la actividad de la enfermedad y la utilización de antiinflamatorios no esteroideos19.
Algunos estudios han puesto de manifiesto el potencial de los ácidos grasos omega-3 para contribuir a un mayor desarrollo mental20 y a una mejora del aprendizaje y de la conducta durante la niñez21, así como para reducir la prevalencia de enfermedades psiquiátricas en los adultos22. Aun así, a pesar de que existe bastante evidencia de su intervención en el desarrollo y el mantenimiento de los aspectos cognitivos, y en el rendimiento cognitivo vinculado al estrés, la psiquiatría es una disciplina que requiere una mayor evidencia científica a partir de estudios de intervención en humanos.
Los ácidos grasos omega-3, y el DHA en particular, también podrían tener una función en la prevención de la enfermedad neurodegenerativa asociada al envejecimiento23. Recientemente, un ensayo clínico de 5 años de duración ha constatado que los omega-3 no mejoran la función cognitiva en ancianos con degeneración macular24. Este resultado era, en cierta medida, previsible, teniendo en cuenta que la suplementación con omega-3 se inició cuando ya estaban instauradas las patologías propias de la edad. En esta misma línea, se ha sugerido que el aumento de la ingesta dietética de omega-3 y luteína puede ejercer un papel protector en las etapas iniciales de la degeneración macular25. Por otro lado, un estudio realizado en 3.000 personas de 49 años observó una asociación positiva entre el consumo de pescado y la degeneración macular relacionada con la edad26.
Ácidos grasos omega-3 y nutrición enteral y parenteral
Otra de las áreas en la que los ácidos grasos omega-3 podrían tener un papel importante es la del soporte nutricional, ya sea enteral o parenteral. Los lípidos utilizados tradicionalmente en el soporte nutricional se basan en el aceite de soja, rico en ácido linoleico (omega-6). Una alternativa más eficaz a este método es la sustitución parcial del aceite de soja por aceite de pescado. El aceite de pescado por vía parenteral ha demostrado beneficios en recién nacidos con insuficiencia hepática, en adultos sometidos a operaciones (principalmente gastrointestinales) y en adultos con enfermedades críticas. El aceite de pescado se ha incluido en varias fórmulas enterales, en combinación con otros nutrientes. Estas fórmulas tienen beneficios en pacientes postoperados, en aquellos con sepsis leve o trauma y en pacientes con síndrome de distrés respiratorio agudo, lesión pulmonar aguda o sepsis grave27.
Conclusiones
Los efectos producidos por los ácidos grasos omega-3 pueden ser útiles como tratamiento de la inflamación aguda y crónica y en enfermedades que impliquen una actividad inadecuada de la respuesta inmunitaria. Actualmente, la mayor evidencia científica de los beneficios de los omega-3 es para las enfermedades cardiovasculares y algunas enfermedades autoinmunes inflamatorias, como la artritis reumatoide. Para valorar adecuadamente su papel terapéutico en la diabetes tipo 2 y el síndrome metabólico, el cáncer, las alergias y las enfermedades psiquiátricas, se requieren más estudios que se pongan de acuerdo en la dosis a utilizar y la duración del tratamiento.
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