Las cifras globales de este ruinoso planeta adquieren dimensiones tan fabulosas como fácilmente manipulables. En nuestro universo editorial, las cifras giran alrededor de los 600 números publicados de la revista desde un lejano Big Bang del año 1984. En aquella España aún no existían los genéricos, y todavía faltaban 7 años para integrarnos en lo que se llamaba entonces Comunidad Económica Europea. Con entusiasmo, y con el apoyo de un nutrido grupo de colaboradores, nace El Farmacéutico. El apoyo de los lectores da alas a un proyecto cuyos contenidos informativos comparten páginas con una clara vocación formativa, desautorizando a quienes habían proferido vaticinios catastróficos.
Han transcurrido 600 ediciones, la población española ha crecido un 23% y el número de farmacias en un 31%, perdiéndose casi un 1% de habitantes por farmacia, atomizando aún más el sector. Para cifras disparadas y disparatadas, nunca tanto como ahora. Aquí y en todas partes. El desastre que nos ha traído la epidemia por COVID-19 afecta a toda la sociedad. A pesar de la manifiesta incompetencia de los gestores políticos, perdidos en sus propias disputas, el sistema sanitario ha sido capaz de sobrevivir a la presión gracias al esfuerzo y la entrega de los profesionales que lo integran. Farmacéuticos incluidos, aunque, una vez más, no se ha contado con su enorme potencial. Nada nuevo.
Durante los primeros 10 años de El Farmacéutico asistimos a una crisis económica en la que los problemas presupuestarios llevaron a gobiernos de distinto signo político a tomar medidas similares que afectaron a todo el sector: impagos, descuentos, aportaciones voluntarias, reducciones de margen y financiación selectiva... El célebre «medicamentazo» consiguió un ahorro importante. Cierto. Al cabo de poco, el Estado se gastó el doble en la adquisición de los cuadros del barón Thyssen. Sigue imperando la concepción de que el sector sanitario constituye un gasto y no una inversión, como se ha demostrado sobradamente en las circunstancias actuales: la salud es un motor de progreso social y económico.
A mediados de la década de 1980 ya se hablaba de farmacia clínica, y en pocos años apareció el famoso artículo de Hepler y Strand. Para algunos cada vez estaba más claro que la farmacia no se podía limitar exclusivamente a la dispensación de medicamentos. La presión de los recién licenciados y los cambios europeizantes incrementaron el trasvase de productos hacia otros canales. La aprobación de la Ley del Medicamento supuso un acierto: una fórmula ambiciosa, aunque con muchas incógnitas por aquello del desarrollo de la norma.
El optimismo europeo y el tirón de las Olimpiadas de Barcelona no consiguen maquillar la realidad, pero el traspaso de competencias sanitarias desde el Ministerio de Sanidad hacia las autonomías permitió algunos avances, como la Ley de Ordenación Farmacéutica de Cataluña. Los problemas financieros derivados del incremento del «gasto» en medicamentos siguen tensionando el sector, pero, por primera vez, el presupuesto dejará de alimentarse de las cuotas de la Seguridad Social para proceder de los Presupuestos Generales del Estado. Sin embargo, el verdadero avance de la última década del milenio procedió de la tecnología militar puesta al servicio de las grandes empresas: la telefonía móvil y la tecnología para conectar entre ordenadores (www): una verdadera estrategia que, a día de hoy, nos tiene totalmente atrapados.
Con el nuevo milenio, la atención farmacéutica, tras 10 años de desarrollo, se convertirá en una verdadera opción profesional, heredera de la farmacia clínica. A pesar de ello, el profesor Hepler confiesa su preocupación por «la constatación del escaso avance en la utilización de medicamentos en los últimos 10 años, a pesar de la evidencia de que la morbilidad por medicamentos es prevenible y de que la intervención del farmacéutico no solo puede mejorar los resultados, sino que además puede reducir notablemente los costes».
Será necesario impulsar proyectos de colaboración a todos los niveles y dotarlos de sistemas de evaluación que permitan cuantificar el resultado de la intervención del farmacéutico
Realmente parece que no conseguimos superar por completo la equiparación entre farmacia y prestación farmacéutica. Se ha avanzado, sin duda, pero los logros son realmente mínimos. Por parte de las Administraciones sanitarias (así, en plural) se sigue desaprovechando el enorme potencial que suponen 22.000 establecimientos sanitarios y 55.000 profesionales, que gozan de un potente vínculo de confianza con los pacientes. Se ignoran sistemáticamente los ofrecimientos de colaboración; lo acabamos de ver una vez más durante la presente pandemia. La crónica saturación de los centros de salud se ha agravado durante la pandemia al limitarse el acceso a los mismos, especialmente en la atención primaria. Algunas iniciativas, como la renovación automática de los tratamientos crónicos, no solo han facilitado la descongestión de los centros de atención primaria (CAP), sino que además han permitido a los pacientes crónicos mantener el acceso a sus tratamientos, evitando posibles descompensaciones por falta de medicación al no disponer de la correspondiente receta. La gestión telemática ha venido para quedarse, pero nunca será un sistema que permita resolver todos los problemas de salud. La coordinación efectiva de la farmacia comunitaria con los CAP puede materializar con facilidad herramientas coste-efectivas en muchos ámbitos, tanto desde el punto de vista administrativo como desde la vertiente clínica y preventiva. Será necesario impulsar proyectos de colaboración a todos los niveles y dotarlos de sistemas de evaluación que permitan cuantificar el resultado de la intervención del farmacéutico, tanto en términos de ahorro de recursos como de calidad asistencial. Los representantes del sector deben ser capaces de impulsar y liderar una transformación tan progresiva como inequívoca e imaginativa. A nuestra revista El Farmacéutico no le han faltado personas así: José Mayoral, Josep Maria Puigjaner y Paco Martínez. A ellos, que nos siguen sonriendo desde muy lejos, dedicamos nuestro emocionado recuerdo.