Atendiendo a la cronología, ha habido en el transcurso de la historia diversidad de tipos de calendarios: egipcio, babilónico, griego, heleno, romano, juliano, musulmán, gregoriano o maya, entre otros de menor ámbito o pervivencia. Actualmente, el calendario gregoriano es utilizado de manera oficial en casi todo el mundo. Es así denominado por haber sido su promotor e introductor el Papa Gregorio XIII (Bolonia, 1502–Roma, 1585), que vino a sustituir en 1582 al calendario juliano, utilizado desde que el emperador Julio César (Roma, 100 a.C.–44 a.C.) lo instaurara en el año 46 a.C. El calendario gregoriano consta de 365 días, y, cada cuatro años, de un día bisiesto, el 29 de febrero, excepto los años terminados en 00, que sólo son bisiestos si son múltiplos de 400.
Desde el punto de vista objetual o físico, los hay básicamente de tres tipos: de pared, de sobremesa y de bolsillo. Pueden ser de muy diversos materiales, aunque predominan los impresos sobre papel o cartulina. Todos ellos son objetos coleccionables.
El hecho de que el calendario sea de muy frecuente consulta durante su vigencia, generalmente un año, del 1 de enero al 31 de diciembre, ha hecho de él, desde finales del siglo XIX, un instrumento propagandístico y publicitario muy apreciable, del cual el entorno farmacéutico no ha sido ajeno.
No hace mucho tiempo, las oficinas de farmacia, igual que los colmados, perfumerías, etc., obsequiaban a sus clientes con calendarios de pared consistentes en una llamativa ilustración en cartón o cartulina de la que pendían las hojas con los distintos meses. Su finalidad era más de atención al cliente que de estricta propaganda. La industria farmacéutica ha recurrido también a este tipo de calendarios como medio propagandístico o para publicitar sus productos, pero normalmente no han consistido en una sola ilustración, sino en tantas como tablas de calendario, por ser vistosos y proclives a incorporar imágenes y grafismos de tamaño considerable. De estos se han conservado relativamente pocos pues, por lo general, no eran objeto de colección, ya que se desechaban al ir eliminando las hojas a medida que iba transcurriendo el tiempo.
Por el contrario, sí han sido y son objeto de colección los editados por instituciones de carácter museístico, cuya alta calidad de edición y lujo invitan a su conservación íntegra, como ejemplo los muy celebrados y artísticos calendarios editados por la Deutscher Aphotheker Verlag Stuttgart de Alemania, mostrando sus fondos patrimoniales.
A finales del siglo XIX comenzaron a aparecer en el entorno farmacéutico los calendarios de bolsillo, mucho más baratos y eficaces que los de pared. Normalmente, sus medidas son reducidas, de unos 5 por 10 centímetros, impresos por ambas caras, una con las doce tablas mensuales del calendario con o sin publicidad directa, y la otra, mucho más atractiva, podía o no tener publicidad directa, dependiendo del propósito y presupuesto del anunciante. Desde hace algunos años, el plástico y el aluminio también han dado soporte a este tipo de calendarios.
Los calendarios de sobremesa son cada vez más abundantes por su prontitud de consulta, y ello a pesar de que hoy en día relojes, móviles u ordenadores prestan similar servicio. Por otra parte, desde hace unas décadas la imaginación y las posibilidades técnicas han dado lugar a objetos mixtos y de uso cotidiano en el que una de las partes es un calendario: calendarios con regla, con termómetro, con indicativo de guardias, en almohadilla para ratón, a modo de dietario para anotaciones diarias o semanales, etc.
Son relativamente numerosos los farmacéuticos que coleccionan calendarios relacionados con la profesión, especialmente de bolsillo («calendofilia» farmacéutica), tanto de laboratorios, como de empresas de distribución, corporativos o de oficina de farmacia.