La Revolución de los Claveles
La noche del 24 de abril de 1974 un número elevado de capitanes del ejército portugués se preparaban para dar un golpe de Estado contra la dictadura salazarista y su Estado Novo; para no aburrirles, era una dictadura ideológicamente prima hermana de la nuestra, a la que se añadían problemas con las múltiples colonias portuguesas que pretendían lograr su independencia y en cuyas guerras habían participado la pléyade de capitanes que se levantaban. El pistoletazo de salida del levantamiento militar fue la emisión de una canción prohibida por el régimen durante la madrugada del 25 de abril a través de la radio portuguesa; los Capitanes de Abril y sus tropas (pueden ver la película de María de Medeiros si les está gustando la cosa) pasaron a ocupar cuarteles y otros edificios institucionales. Durante la madrugada el régimen va derrumbándose sin que nadie pegase un tiro. A pesar de los llamamientos a quedarse en casa, los portugueses se echan a la calle masivamente a la mañana siguiente. ¿Y qué pasa con las flores? dirán ustedes. Esto nos lleva a la historia de Celeste, una camarera que la mañana del 25 de abril de 1974, al enterarse del levantamiento no quiso perderse la revolución y al llegar a la Plaza del Rossio de Lisboa se acercó a hablar con un soldado. Éste le pidió un cigarrillo, que ella no tenía ni podía conseguir, pero le dio a cambio un clavel que traía del restaurante en el que trabajaba (donde iban a organizar una fiesta, que debía decorarse con flores) y se lo dio. El soldado lo colocó en el cañón y su gesto fue imitado por el resto de soldados. La Revolución de los Claveles es recordada siempre precisamente por eso; se cambiaron las balas por las flores. Desde aquí solemos mirar con cierta condescendencia a Portugal, como el hermano pequeño, pero entonces debimos pasar envidia y aprender que no por pequeños son menos (aunque no lo hicimos). Y esto me sirve para llegar, no sin esfuerzo, al Erasmus; los que piensan que un Erasmus en Portugal no es un Erasmus, se equivocan. Una perogrullada, que normalmente es la mejor forma de explicar las cosas; lo que para usted es estar al lado de casa, para el que venga de Alemania, Estonia o Suecia, es el súmmum de lo exótico; ellos pondrán el plus que ustedes no traen, así que no se preocupen. Ya hablamos en su día de las magníficas prácticas tuteladas que nos ofertan las universidades de Portugal, pero no quisimos personificar en nadie. Hoy los claveles detienen nuestra mirada en la Plaza Rossio de Celeste, o sea en Lisboa.
Lisboa
Y es que desde nuestras facultades de farmacia tenemos hasta tres opciones distintas para acabar en Lisboa. La opción más popular para nuestras universidades es la Universidad (Clásica) de Lisboa, con convenio vigente también para el nuevo Erasmus+ desde la Complutense, Sevilla, Alcalá, Granada, Miguel Hernández y San Pablo CEU. A unos quince minutos andando tenemos la Universidad Lusófona de Humanidades y Tecnología, aunque ésta sólo está disponible para los boticarios granadinos (es una universidad un tanto peculiar, pensada para gente que trabaja y con turnos de tarde-noche). Nuestra última opción, que tampoco es tan popular y con la que sólo tienen convenio el CEU y la Complutense, no se encuentra en Lisboa estrictamente, pero está a dos pasos de Lisboa (y a uno y medio de la playa), al otro lado de la desembocadura del río Tajo (Tejo, cuando lleguen allí); el Instituto de Ciencias de la Salud de Egas Moniz. Llegar desde Lisboa es fácil por tierra, mar y aire, pero sobre todo recuerden una cosa, para llegar hasta allí hay que coger el puente 25 de abril (como sempre). A todas ellas hay que sumar otras universidades a las que no podemos ir (a estudiar), pero que añaden estudiantes a la ciudad, y eso nos interesa; unos 100.000 discentes divididos entre las seis universidades lisboetas concentrados en su mayoría entre los centros de la ciudad universitaria (excluimos de este cálculo a Egas Moniz). Piensen que además de contar con muchos Erasmus, la población estudiantil (entorno al 20% de la total de la ciudad) cuenta con gentes de todas partes de Portugal. Se supone que con el (engañoso) aumento en la dotación de la beca, vivir en Lisboa no les va a resultar excesivamente caro (dentro de los destinos Erasmus): los alquileres de pisos se pueden tramitar a través de las páginas de las Universidades, por ejemplo, aunque claro, existen más vías. Un alquiler puede oscilar entre los 200 y los 300 € por persona, en función del barrio básicamente; el transporte es más barato, aunque ha ido subiendo últimamente por eso de que la Troika está vaciando Portugal como si fuese la cueva de Ali Babá, pero puede rondar los 25 € al mes. Por último, y también en las universidades, pueden disfrutar del menú diario por menos de 3 €. La comida es un punto fuerte de Lisboa, porque tan cerca que está puede parecer que no van a encontrarse nada extraño, pero si hay diferencias entre Cataluña y León, pueden entender que en Lisboa tienen sus cositas; una destaca sobre las demás, el bacalao y sus mil trajes. En cuanto al idioma no puedo más que ponerme serio y empezar a instarles a que empiecen a estudiar portugués si quieren irse a Lisboa, y no tanto porque el Ministerio haya confirmado ya aquello que era un rumor (que sólo va a dar beca a quien no venga de la Unión Europea y que tenga un nivel B2 en el idioma exigido), sino porque los nuevos convenios empiezan a exigir unos mínimos que en mi opinión dan brillantez a la beca, pero evidentemente también la dificultan. A su favor siempre van a tener el portuñol, que es esa mezcla de idiomas con la que innatamente se nos han dotado a los habitantes de la Península Ibérica; ahora bien, eso puede valerles para pedir una copa, comprar el pan o pedir un taxi, pero no para aprobar Galénica. En cualquier caso, las universidades ofrecen cursos gratuitos (o muy baratos) a su llegada para no dejar cabos sueltos. Eso sí, tal y puja como Brasil en la industria farmacéutica no se vuelvan a casa con cuatro cositas; expriman al máximo esa oportunidad, mézclense con los portugueses, vayan a clase, vean la televisión, métanse una edición mini del diccionario en los calcetines. En cuanto a qué visitar, supongo que lo primero que se les ocurre al pensar en Lisboa es ese tranvía amarillo subiendo por un empedrado empinadísimo. Es normal, eso es el Barrio Alto de Lisboa, y no sólo es de los más turísticos de la ciudad, sino que es el que tiene una vida nocturna más ajetreada. Además, no entiende de horarios, ni de días de la semana. Es un seguro de vida, ya me entienden. Pero no acaban aquí mis recomendaciones, los barrios de Belem (muy para que lleven a la familia si les visita) y los miradores de Alfama conforman el ABC de las rutas de Lisboa. Por último y por seguir con las ventajas (que son todas) de Portugal, tenemos la playa.
Aprovechando la playa, abro aquí el capítulo del Instituto de Egas Moniz, porque aunque es Lisboa, no es Lisboa. La zona en que se encuentra es la conocida como Costa de Caparica, con más de 30 kilómetros de playa. No es una errata, me chivan los que las han gozado (¡malditos!) que se trata del mayor arenal de Europa (si no les convence pinchen aquí o aquí). Elegir Egas Moniz (Caparica) como destino Erasmus, conlleva una difícil elección, la de sacrificar el movimiento estudiantil de Lisboa (al menos no sería una cosa de todos los días), por gozar de la playa y de sus múltiples posibilidades todos los días del año. Esta vez, y miren que me gusta meterme donde no me llaman, me voy a abstener. La playa tiene un no sé qué que qué sé yo, pero Lisboa no es menos.
Hay revoluciones que triunfan sin tiros, siguen vigentes con el paso de los años y pintan sus fotos en blanco y negro con el rojo de los claveles y otras, más lentas y silenciosas, que dentro de X años ayudarán a que no nos imaginemos a los alemanes como al torpedo Muller y a las portuguesas como las hermanas pequeñas con bigote. Porque lejos de su propia revolución personal, el Erasmus es eso.