Los farmacéuticos de Annual

El pasado año 2021 se cumplió el primer centenario de uno de los más trágicos fracasos de la historia contemporánea de nuestro país: en apenas dos semanas, unos diez mil españoles fueron aniquilados por los ataques de varias tribus de la región nororiental de Marruecos, que incluía las regiones del Rif y Yebala. Fue la respuesta a la ocupación militar de su territorio, constituido como un protectorado, según los acuerdos franco-españoles firmados en 1912. Aquel desastre, llamado de Annual por el nombre de la población donde estaba el campamento en el que se culminó la tragedia, se produjo entre julio y agosto de 1921. Provocó una crisis política que socavó los cimientos de la monarquía de Alfonso XIII y nos explica, al menos parcialmente, los acontecimientos que condujeron a España al golpe de estado de 1936 y la posterior guerra civil.

De todas las posiciones que fueron cayendo en aquellos dramáticos días, Nador y Zeluán adquieren un protagonismo especial por su desigual y opuesto destino. Y también porque ambas nos permiten recordar a dos farmacéuticos que formaban parte de la estructura militar encargada de la asistencia sanitaria en aquella zona del protectorado.

La localidad de Nador disponía de un hospital de cien camas con una Unidad de Farmacia, cuyo responsable era el farmacéutico Manuel Pomares Sánchez-Rojas. Tras la caída de Annual el 22 de julio, unos doscientos hombres, entre oficiales y soldados, resistieron el asedio hasta el 2 de agosto y después de parlamentar con los rifeños, consiguieron abandonar la posición y llegar a pie hasta las cercanías de la amenazada Melilla. Entre ellos logró sobrevivir Manuel Pomares Sánchez-Rojas, nacido en Elche en 1894. Regresó a la Península después de la posterior guerra civil, ejerció en su farmacia en la ciudad que le vio nacer y falleció en 1968.

Zeluán contaba con un aeródromo y una alcazaba del siglo XVII, en cuyo interior se localizaba un hospital de cuarenta y dos camas con una Unidad de Farmacia a cargo del farmacéutico Manuel Miranda Román. Los defensores de Zeluán resistieron el asedio rifeño hasta el 3 de agosto, día en que se consumó la tragedia. Agotadas las municiones y los víveres, rindieron la posición y fueron masacrados. Murieron más de trescientos españoles y quedaron insepultos y abandonados, pudriéndose bajo el inclemente sol marroquí. Entre ellos, el teniente Manuel Miranda Román, nacido en Algeciras en 1899. Su cadáver fue identificado dentro de la alcazaba y sus restos reposan en el Panteón de los Héroes de Melilla.

Trágico contraste, que demuestra el cruel capricho absurdo de aquel conflicto bélico. Dos jóvenes farmacéuticos militares, en un mismo torbellino de muerte y desolación y apenas separados por unas decenas de kilómetros, cumplieron con su deber mientras sus pasos se dirigían hacia destinos opuestos: la supervivencia, como promesa de una vida plena, para uno de ellos, y la cruel agonía y la muerte prematura para el otro.

Entrar en el Rif era una «insigne locura». Quizá todo se resuma en esta frase que dejó escrita otro militar, José Álvarez Cabrera, en un informe impreso en 1898 por el propio Ministerio de la Guerra. Como tantas otras veces en la historia de nuestro país, su certero, honesto y profesional análisis quedó olvidado e ignorado. Miles de compatriotas lo pagaron inútilmente con sus vidas. Descansen en paz.

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