Erasmo de Róterdam (1469-1536) es el mejor representante del humanismo evangélico. Contemporáneo de la Reforma, ni se unió a ella ni la condenó; prefirió proponer una transformación que hiciera innecesaria la ruptura. Elogio de la locura es su obra más famosa, en la que concede la palabra a la insensatez para que haga la defensa de sí misma y sostenga que todos los hombres son sus seguidores. Es una obra divertida, bastante misántropa y también misógina: «Nada hay que los hombres no toleren a las mujeres. Y ¿a cambio de qué? Solo el placer. Solo su loca coquetería es lo que les agrada de ellas. Pues nadie negará —piense de ello lo que quiera— la sarta de tonterías que dice el hombre a una mujer y las bobadas que hace cuando trata de conquistarla y poseerla».
Como quiera que la obra es tan citada como poco leída, pocos saben que Erasmo no hace el elogio de la locura, sino que deja que la insensatez haga su propio elogio y defensa. Erasmo critica a la Iglesia por haberse alejado del ideal cristiano y hacer ostentación del poder y de la riqueza. Convencido de que el dinero es la causa de los problemas de la sociedad, defiende el ideal evangélico de austeridad e incluso de pobreza, y recrimina a los poderes eclesiásticos que se muevan por interés y participen en guerras. Erasmo es un pacifista convencido, partidario de la tolerancia, el humanismo y la convivencia. Su obra más imperecedera, Elogio de la locura, nos muestra a otro Erasmo, irónico, escéptico e incluso irreverente, que da la palabra a la insensatez para que se explique: «Os diré, resumiendo, que sin mí no existiría ningún tipo de sociedad ni relación humana agradable y sólida. Sin mí el pueblo no aguantaría por mucho tiempo a su príncipe, ni el amo al criado, la criada a la señora, el maestro al discípulo, el amigo al amigo, la mujer al marido, el casero al inquilino, el camarada al camarada, el anfitrión al invitado. Ciertamente no podrían aguantarse si no se engañaran mutuamente, adulándose unas veces, condescendiendo otras y, finalmente —digámoslo así—, untándose con la miel de la estulticia».
Erasmo no se hacía ilusiones sobre el comportamiento de las personas; sabía que un pensador profundo acaba ignorado, mientras que una persona superficial encuentra muchos seguidores y tiene más oportunidades de hacer fortuna: «Quien corra tras el placer advertirá que las muchachitas y protagonistas de esta comedia se pirran por los tontos, y huyen y se horrorizan del sabio como ante un escorpión. En suma, que todo el que quiere vivir con un poco de alegría y buen humor cierra la puerta al sabio y se la abre a cualquier otro ser viviente. Y ya, resumiendo, os diré que, se mire por donde se mire —pontífices, príncipes, jueces, magistrados, amigos, enemigos, grandes, pequeños—, todo se arregla con dinero. Y como el sabio desprecia el dinero, por eso tiene buen cuidado de huir de él».
Erasmo estaba de acuerdo con Falstaff: «¡Todo en el mundo es burla!». Elogio de la locura fue el divertimento con el que se entretuvo, quizá la válvula de escape que le permitía seguir dedicándose a textos eruditos y serios sabiendo que en el fondo reinaba la estulticia. En la National Gallery de Londres se conserva el retrato que le hizo Holbein, el mejor retratista de su tiempo en el ámbito germánico. El rostro de Erasmo expresa cansancio y desánimo; es el rostro de un humanista fatigado por los estudios y los debates intelectuales, que se permitió la travesura de escribir un texto aparentemente menor que es el único de toda su producción que hoy día se cita y se edita con frecuencia, aunque se lea poco. Quizá ya esté asumido por todos que reina la estulticia.