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  • Una decisión dolorosa

Hace unos meses, tomé la dolorosa decisión de traspasar la farmacia y retirarme al cuarto de atrás para dedicarme a mis aficiones preferidas: tocar la guitarra y escribir relatos.

Las razones que me han llevado a tomar esta decisión han sido varias; la más poderosa ha sido la económica, como podrán imaginar. La oficina de farmacia ha sido constantemente castigada con el fin de mitigar el tan manido gasto farmacéutico. Si no recuerdo mal, hace bastantes años la Consejería de Sanidad tuvo la genial idea de proporcionar los absorbentes de incontinencia directamente en los ambulatorios. La medida no duró, creo, más de una semana. Nadie podía servir esos productos a sus clientes más que las farmacias, por la cercanía, porque la farmacia le subía directamente el pesado paquete a su domicilio, y, en fin, por razones obvias. De modo que los absorbentes volvieron a distribuirse en las farmacias, eso sí, a cambio de una suculenta mordida destinada, cómo no, a paliar el gasto farmacéutico. Más tarde apareció el famoso Real Decreto de medicamentos caros que nos hizo tantísimo daño.

Recuerdo que, en una ocasión, vino llorando a la farmacia una señora a la que no conocía de nada solicitando un medicamento anticanceroso para su marido. El fármaco costaba más de 6.000 euros, y la pobre mujer no lo encontraba en todo Madrid. Me apiadé de ella y le prometí tenérselo para esa misma tarde. Cuando lo recogió, entre sollozos de agradecimiento, le enseñé lo que ese fármaco me dejaba de ganancia: eran, sobre el papel, 17 euros. Y digo sobre el papel porque esa compra aumentaría sin duda los gastos fiscales, y los 17 euros serían, en realidad, un gasto mucho mayor. Esa medida me indignó, sobre todo porque la había tomado un gobierno considerado liberal. Incluso le decía en broma a quien quisiera oírme que por qué no habían tomado la misma medida con los coches, para paliar el gasto automovilístico.

Eso por no hablar de las infinitas bajadas de precios, que nos han fustigado implacablemente hasta hoy mismo. En los últimos años, al abrir el ordenador me salía la leyenda: «Bajada automática de precios». Al principio, sacaba un listado con todos esos medicamentos para estar al tanto del nuevo desastre. Aunque debo reconocer que, en los últimos años, ni siquiera me molestaba en sacar ese listado. Simplemente, me resignaba con angustia a todas esas bajadas, a todos esos mordiscos que nos daban una y otra vez en nuestra economía. La situación llegó a tal extremo que me encontré con que no podía pagar a algunos de mis trabajadores, lo que me forzó a acometer varios despidos, uno de los peores recuerdos que tengo de mi vida profesional pues todas esas personas eran fieles y competentes.

Las razones que me han llevado a tomar la decisión de retirarme y traspasar mi farmacia han sido varias; la más poderosa ha sido la económica, como podrán imaginar

Llevaba un tiempo dándole vueltas a la idea de retirarme, pero, cuando llegó esta maldita epidemia, me sentí más útil que en toda mi vida y aplacé la decisión intentando ayudar a mis vecinos, que acudían a mi farmacia llorando y buscando en mis consejos una esperanza de futuro. Fueron tiempos duros, aunque muy gratificantes para nuestra profesión.

Ahora, por fin, me retiro a mi cuartito, con una mezcla de confusiones en la cabeza, como diría Dylan, pero con la satisfacción de haber cumplido con mi deber lo mejor que he podido. En otra ocasión les hablaré de las otras razones, las sentimentales, menos prosaicas y más poéticas, pero eso lo tengo destinado a mi primer relato de esta nueva etapa.

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