Antón Chéjov (1860-1904) escribió una breve obra de teatro, un monólogo titulado Sobre el daño que hace el tabaco, una pieza humorística impregnada de tristeza, como casi todas las obras de Chéjov. El texto apenas ocupa cinco páginas. El único personaje, Iván Ivánovich Niujin, es descrito por Chéjov como «marido de su mujer, directora de una escuela musical y un pensionado femenino». Apenas hay argumento: la mujer ha encargado a Niujin que, con fines benéficos, dicte una conferencia pública sobre el daño que el tabaco causa a la humanidad. Ha elegido el tema por decisión de su esposa, que ejerce un dominio total sobre Niujin. Es un texto menor solo en apariencia, con una alta carga de ironía: el protagonista, un fumador al que su esposa obliga a dar una conferencia sobre el daño que causa el tabaco, muestra pesadumbre al hablar de sí mismo y se olvida del tema de la conferencia. La llegada de la esposa hace que vuelva a guardar las apariencias y termine su monólogo como si hubiera disertado sobre el tabaco y sus males, cuando lo ha hecho sobre el daño que causa la vida, sobre el daño que los hombres se causan a sí mismos, sobre la dificultad de vivir y ser felices. Termina el monólogo y el abatimiento de Niujin es absoluto: quien debía aleccionar a los espectadores sobre el daño que causa el tabaco, es un hombre incapaz de valerse por sí mismo. Lo que ha dañado al conferenciante no ha sido el tabaco sino la vida no vivida, la tristeza y el desencanto, la insatisfacción omnipresente en los personajes de Chéjov.
En una carta dirigida a su hermano Nikolái, en marzo de 1886, Chéjov le explica la necesidad de que sea culto y le detalla los requisitos que le parecen indispensables para ser culto, un rasgo que no debe confundirse con la erudición: «Respetar la personalidad humana y, en consecuencia, ser siempre amable, gentil, educado, y estar dispuesto a ceder ante los otros. No armar un escándalo por un martillo o una pieza de caucho extraviada. Perdonar el ruido, la carne fría y seca, las ocurrencias y la presencia de extraños en su hogar. No sentir compasión solo por los mendigos y los gatos. Respetar la propiedad de los otros y, en consecuencia, pagar las deudas. Ser sincero y temer la mentira como el fuego. No mentir ni siquiera en asuntos de poca monta; mentir a un oyente es insultarlo y situarlo en una situación inferior a ojos del hablante. No presumir, comportarse en la calle como en casa, no alardear ante camaradas más humildes. No entregarse a chismorreos, imponiendo a los demás confidencias gratuitas. Por respeto a los oídos ajenos, hablar menos y callar más. No menospreciarse para despertar compasión. No tocar las fibras de los corazones ajenos para que estos sientan pena y se preocupen. No decir “Nadie me comprende” o “Me he convertido en una persona de segunda fila”, tratando de conseguir un efecto fácil. No mostrarse vanidoso. No preocuparse por fruslerías, como conocer a celebridades. En caso de obtener una pequeña ganancia, no pavonearse como si se hubiera obtenido un beneficio de un centenar de rublos, ni fanfarronear de tener acceso a lugares donde otros no son admitidos. El verdadero talento siempre se mantiene oculto entre la multitud, lo más lejos posible de la notoriedad. En caso de tener talento, respetarlo; sacrificarlo todo por él: mujeres, vino, vanidad. Desarrollar un sentimiento estético. Negarse a dormir vestido, a ver cómo las chinches se pasean por las grietas de las paredes, a respirar un aire viciado, a caminar por un suelo cubierto de escupitajos, a preparar la comida en una cocina de petróleo. Tratar, en la medida de lo posible, de dominar y ennoblecer el instinto sexual. No buscar en la mujer una compañera de cama. Buscar, especialmente si uno es artista, frescura, elegancia, humanidad». La tristeza, en Chéjov, siempre convive con la humanidad, la ternura y el elogio de la cultura. Un hombre de otros tiempos.