Nada es blanco ni tampoco negro, pero saber pintar con grises está al alcance de pocos. A menudo sentimos envidia de los que son capaces de hacerlo, de su capacidad de resaltar los matices. Del mismo modo, nos asombra la capacidad de algunos de explicar la realidad compleja más allá de los análisis primitivos que no se prolongan más de lo que dicta el estómago o el bolsillo.
Lo confieso: envidio a esos escogidos e intento emularlos, muchas veces con poca gracia, lo sé. Cada uno soporta sus frustraciones y sus fracasos con la máxima dignidad posible, y con la esperanza de que la insistencia del entreno le sirva a uno para ir cogiendo forma. En eso estoy.
Nuestro pequeño mundo no es tan complejo como el mundo de verdad, pero también tiene su complejidad, y para explicarlo, para poder opinar en profundidad de él, hace falta sensibilidad para captar la multitud de matices que lo iluminan y los diferentes tonos que dependen del ángulo desde donde se observe.
No sé si es porque aún no he llegado a un nivel suficiente de sensibilidad o porque algunos intentan confundirme con un relativismo interesado, pero hay algunas cosas de nuestro pequeño mundo que soy incapaz de entender y que, por mucho que me intenten hacer ver matices ocultos que los funambulistas de los conceptos aseguran que ellos ven, yo solo alcanzo a ver una botella de leche.
En nuestro mundo, hemos sido capaces de retorcer los límites como si fueran columnas churriguerescas, y hemos cruzado precipicios haciendo gala de un equilibrio que ralla lo sobrenatural. Pero yo me declaro incapaz de aceptar que algunas farmacias puedan vender artilugios que perjudiquen la salud.
Aquellas que aspiren a ser centros sanitarios coordinados con el Sistema Nacional de Salud (SNS) no deben vender cualquier producto, aunque se los intente adornar con una pátina que supuestamente los sitúe en ese universo sin fronteras de la salud y el bienestar.
Pero no es suficiente con desaconsejarlas: cualquier farmacia que aspire a ser y a ser vista como un centro sanitario debe ser militante en esta cuestión, y además creo que las farmacias deberían escoger entre ser establecimientos privados autorizados a dispensar medicamentos o centros sanitarios coordinados con los objetivos de salud del SNS y, por tanto, concertados con él.
Cada farmacia es un mundo y el farmacéutico decide cómo enfoca su labor profesional en su farmacia. Pero, además de cumplir la ley como cualquier ciudadano, la farmacia debe cumplir unas condiciones para ser un establecimiento sanitario concertado. No vender esos artilugios debería ser una de esas condiciones.
Las farmacias deberían escoger entre ser establecimientos privados autorizados a dispensar medicamentos o centros sanitarios coordinados con los objetivos de salud del SNS y, por tanto, concertados con él