A principios del verano que estamos a punto de finalizar, un compañero de profesión y de tiempos universitarios me preguntó, con un alivio indisimulable ante la respuesta que esperaba, si el tiempo de la atención farmacéutica había finalizado ya, si había dejado de estar de moda. Las circunstancias de la conversación, que compartíamos con otros colegas escasamente interesados no solo en mi opinión sino también en aquella práctica tan bienintencionada como difusa para ellos, me permitió dejar la pregunta sin respuesta. A ello contribuyó sin duda que el foro no invitaba a ese tipo de reflexiones; era la fiesta de una peña futbolística farmacéutica; ni tampoco —todo hay que decirlo— a estas alturas tengo interés en debatir con nadie que no busque construir.
Y no: aunque puede que ya no esté de moda, el tiempo de la atención farmacéutica no ha terminado. Ni mucho menos. Y eso es así a pesar de farmacéuticos como este, con quien lo único que me une es el amor por unos colores futbolísticos, aunque nuestro equipo carezca de ellos en su camiseta. Tampoco porque los farmacéuticos «consensuadores» de este país —¡ay las dictablandas!— hayan logrado dar con el último y definitivo consenso de actuación, protocolo o manual con el que castigarnos, no.
Lo que significa la atención farmacéutica no ha muerto a pesar de que en estos treinta años haya sido fuente de distorsión, confusión o hartazgo; ni siquiera por el hecho de que quienes se han arrogado del derecho a decidir lo que es o no es y cómo se debe practicar traten de ocultar o perseguir prácticas, todo hay que decirlo, minoritarias. Y no ha muerto porque muchas personas sufren y mueren por causa de los medicamentos, y mientras haya personas que sufren habrá seres humanos que deseen mitigar su dolor. Es la forma en la que ha avanzado el mundo desde el comienzo de los tiempos, y así seguirá siendo.
Comienza el curso y una universidad joven, en una carrera aún más joven, y un proyecto ilusionante. En estos días da sus primeros pasos una Unidad de Optimización de la Farmacoterapia, donde los estudiantes de Farmacia podrán atender junto a sus profesores las necesidades farmacoterapéuticas de pacientes reales, de carne y hueso; tratarán de comprender su experiencia con la medicación, las formas de aliviar el sufrimiento de sus semejantes, y hacerlo con una formación rigurosa en farmacoterapia y sentido ético. Y se espera que, con el paso del tiempo, la información generada desde la Unidad servirá de análisis farmacoterapéutico, bioético, económico, político, etc., como corresponde a una universidad investigadora, diversa e integral. Será un espacio que irá ensanchándose con el tiempo, generando nuevos profesionales alejados dispuestos a comerse el mundo y a cambiarlo.
Puede que en diez años podamos comenzar a ver los resultados. Habrán pasado entonces cuarenta desde que unos cuantos decidimos cruzar el mar Rojo e iniciamos nuestra ruta del Éxodo. Muchos de aquellos se quedaron en el desierto, enterrados en las arenas de TikTok o de Instagram, ahogados en consensos o —cuánto me acuerdo de ti— abrazados al becerro de oro. Nadie de los que salieron, salvo uno, alcanzaron a ver la tierra prometida; pero muchos, que nacieron en el desierto, la alcanzaron. Bienvenida sea, habrá merecido la pena. Y para finalizar con un símil dedicado a mi compañero futbolístico, y también a los consensuadores, os habremos metido un gol por toda la escuadra.