En su día decidí estudiar farmacia porque se cruzaron en mi camino farmacéuticos que supieron transmitirme lo amplia y variada que es la oferta laboral en la profesión. El saber que si un día uno se cansa de su trabajo puede dar un giro radical a su carrera profesional aprovechando la misma formación universitaria, da mucha tranquilidad a perfiles inquietos e inconformistas —como yo—.
Cuando cursaba la carrera estaba convencida de que optaría por salidas profesionales en industria —como la mayoría de los compañeros—, pero conforme avanzaba en los estudios me di cuenta de que tengo vocación para la labor asistencial y disfruto creando impactos positivos en las personas, dando consejos para mejorar su salud y calidad de vida.
Soy una firme defensora de la figura del farmacéutico asistencial. Creo que, fruto de nuestro esfuerzo, la sociedad valora cada vez más el hecho de tener a un profesional sanitario a pie de calle. Pero en el mundo de la sanidad, e incluso dentro de la profesión, aún hay personas que no ven el valor del farmacéutico de oficina de farmacia: se percibe como la salida de poco recorrido y perfil bajo, la cobarde, la opción acomodada y a la vez incómoda por sus horarios, se critican desde las funciones hasta las condiciones…
Ante la escasez de farmacéuticos que optan por la salida profesional asistencial, es tarea de todos los farmacéuticos mostrarles lo importante que es nuestra labor, la «belleza» de poner al alcance de la población todo tu conocimiento en ciencias de la salud, tus medios y tu esfuerzo para su bienestar.
Hay muchas cosas a mejorar, como en tantas otras profesiones. Conocedores de las mejoras y retos, debemos implicar a las instituciones que en principio velan para que la profesión progrese y crezca, para que la farmacia no desaparezca.