La alimentación acapara más de la mitad de los bulos detectados por los médicos, según el I Estudio sobre Bulos de Salud. Se trata de un manual gratuito que recoge los mitos y falsas creencias más difundidas sobre nutrición argumentados con evidencias científicas por los cazabulos: Gemma del Caño, farmacéutica; Pablo Ojeda, dietista; y Beatriz Robles, nutricionista y tecnóloga de alimentos. «Alimentos supuestamente cancerígenos, infectados o peligrosos son habituales protagonistas de los bulos. La proliferación de estos bulos tiene consecuencias para la salud. Mucha de la información falsa que se difunde carece de evidencia y base científica. Se realiza para crear alarma o desprestigiar a alguna marca, persona, producto o alimento. Sin embargo, su extrema viralización termina calando en la sociedad con una falsa imagen de verdad», indica Carlos Mateos, coordinador de #SaludsinBulos y director de la agencia de comunicación COM Salud.
Las frutas son alimentos que protagonizan gran parte de los bulos de esta guía. Se cuestiona si se puede comer plátano en una dieta; ingerir frutas como el melón o la sandía por la noche; o dar a los niños frutas por la tarde. «El plátano contiene mucha fibra, ésta es importante para mantener los hábitos intestinales regulares, desempeña un papel vital en la salud digestiva y aporta saciedad, lo cual es muy importante en esa bajada de peso», explica Pablo Ojeda. Mientras que la fruta se puede consumir a cualquier hora del día. «Ni el melón, ni la sandía son indigestos por la noche y tampoco la fruta fermenta después de las comidas», destaca este experto.
Tampoco hay problema en que los niños coman fruta por la tarde-noche. «El azúcar no influye en el comportamiento de los niños. La supuesta relación de la ingesta de azúcar con la hiperactividad infantil es un mito que se remonta a los años 70, cuando un médico sugirió la eliminación de algunos compuestos como tratamiento contra la hiperactividad», explica por su parte Beatriz Robles.
Otra de las creencias infundadas de los últimos años son los conocidos como superalimentos, a los que se atribuye propiedades casi milagrosas. «Los superalimentos no existen. No hay ningún alimento que, por sí mismo, merezca esa categoría. Ningún alimento es imprescindible y, por supuesto, ninguno tiene propiedades extra a las habituales por más milenarios que sean o de países con nombres inhóspitos vengan. Nunca consumiremos la cantidad suficiente de ninguno de ellos como para que compensen las supuestas propiedades que nos dicen. Mejor comamos comida normal, no es necesario gastar más por algo que no será más efectivo que cualquier otra comida saludable», indica del Caño.
Hormonas y transgénicos
Otro bulo bastante extendido es el que asegura que los pollos están hormonados. «No hay hormonas en la carne. Europa prohibió el uso de los anabolizantes tradicionales, los productos hormonales y los β-agonistas como promotores del crecimiento en todas las especies productivas. Tener que pinchar uno a uno a los pollos, sería inviable», comenta Gemma del Caño. Esta farmacéutica también despeja las dudas sobre los transgénicos. «Las frutas y verduras no están modificadas genéticamente. No obstante, los alimentos transgénicos no tienen mayor problema que el miedo y la desinformación. Llevan 30 años demostrando seguridad y nosotros seguimos sin cambiar el chip», añade.
También se cuestiona si es mejor la leche entera, sin lactosa o semidesnatada. «A pesar de que tradicionalmente se ha aconsejado optar por las variedades de lácteos desnatados cuando se sigue una dieta para pérdida de peso, la evidencia científica actual parece ir en contra de esta pauta. Las European Guidelines for Obesity Management in Adults incluyen entre sus recomendaciones sustituir los lácteos bajos en grasa por lácteos enteros, como estrategia de manejo de la obesidad», asegura Beatriz Robles. Esta experta también desmitifica la relación de la lactosa con el aumento de peso. «La lactosa –explica– es un azúcar simple formado por dos monosacáridos: glucosa y galactosa. En la leche sin lactosa no se elimina este compuesto, sino que se rompe con la ayuda de una enzima (β-galactosidasa o lactasa), de forma que, en lugar de contener el disacárido, la leche contiene los monosacáridos libres. El contenido final de azúcares en la leche sin lactosa es el mismo que en la leche convencional y el valor nutricional es idéntico».