La charla corrió a cargo de la Dra. María Ángeles Ocete, catedrática de Farmacología de la Universidad de Granada, que definió la enfermedad como «un trastorno mental caracterizado por cambios profundos en la personalidad y en el pensamiento». Una patología que, dijo, provoca síntomas psicóticos como delirios y alucinaciones.
En cuanto a los síntomas, la ponente diferenció entre los positivos, que responden muy bien a los tratamientos, y los negativos que, por el contrario, no poseen una respuesta tan buena. A estos síntomas sumó también los cognitivos, que provocan una disminución de atención y memoria, así como de la capacidad de aprendizaje y de las funciones ejecutivas.
Origen genético
Ocete explicó a los asistentes que el origen de esta patología puede encontrarse en las características genéticas de una persona, ya que «existe un 80% de posibilidades de que una persona con antecedentes familiares con esquizofrenia puede padecerla también», aunque también se suman los factores perinatales. Según Ocete, estas alteraciones, junto a factores externos como el estrés o el consumo de marihuana, provocan las alteraciones bioquímicas y funcionales propias de la enfermedad.
Sobre la evolución, la ponente aclaró que tiene tres fases: aguda, de estabilización y estable, y añadió, respecto a su comienzo, que «la mayoría de los casos se detectan en pacientes con adolescencia tardía o adultez temprana, aunque también se dan casos aislados de esquizofrenia en personas ancianas». En cuanto a una posible recaída, comentó que «entre un 40 y un 65% de los pacientes que no siguen un tratamiento de mantenimiento sufren recaídas, frente a un 30% entre los que sí se tratan». Sobre este asunto añadió que «es fundamental iniciar un tratamiento lo antes posible, de manera que no se agrave el pronóstico del paciente».
Ocete también habló de los diferentes tratamientos para la esquizofrenia vigentes en el mercado actual, como es el caso de los fármacos antipsicóticos –clásicos y nuevos– y enumeró tanto sus ventajas como efectos adversos. Hizo hincapié, asimismo, en la necesidad de completar el tratamiento con una terapia psicosocial que enseñe al paciente y a su entorno a enfrentarse con la enfermedad, «ya que aumenta la eficacia de los medicamentos».
En conclusión, la catedrática resumió esta patología como «una enfermedad grave y devastadora que llega a comprometer la calidad de vida de quien la sufre».